PASOLINI

Pierpaolo encontró a Mateo

Fue a Asís con ocasión de un congreso de cineastas. De su visita nació la idea de realizar una película sobre el Evangelio de Mateo. Por primera vez el doctor Lucio Caruso cuenta aquellos días vividos con Pasolini

A CARGO DE ESTEFANO M. PACI*

Durante treinta años ha mantenido el secreto sobre aquella amistad, tan fraternal pero a la vez exigente, que generó una de las películas más hermosas de Pasolini, El Evangelio según Mateo. A los periodistas y estudiosos que durante estos años le preguntaban, Lucio Settimio Caruso siempre respondía, amablemente pero con firmeza, que no quería hablar del tema. «Temía los malentendidos», explica. «Antes y después de la salida de la película fui objeto de polémicas furiosas, que nunca me gustaron». De carácter reservado, al doctor Caruso no le gusta hablar de los cuatro hospitales que ha creado, superando mil dificultades, en las regiones más deprimidas de Africa, ni de que aún hoy se dedique con pasión a los vagabundos e inmigrantes que duermen en la estación Términi de Roma y no pueden ir al hospital. Miembro de la Pro Civitate Christiana de Asís (una comunidad fundada por el sacerdote don Giovanni Rossi en los años 50 y muy activa en al ámbito de la cultura italiana en los años 60), «el amigo católico de Pasolini» acepta, por primera vez, hablar de Pasolini y de su película.

Doctor Caruso, ¿cómo conoció a Pasolini?
El padre Giovanni Rossi, fundador de la Pro Civitate Christiana, me llamó una mañana y me dijo: «Tú tienes que convertirte en el capellán laico de los cineastas. Tienes que fundar una sección cinematográfica aquí». Le expresé mis dificultades pero me contestó con una pregunta: «¿Quién es el director que está mas lejos de la fe?». «Pasolini, naturalmente», le dije asombrado. «Pues bien, vete a conocerlo». Era el año 1962 cuando fui a Roma para entrevistarme con él. Conocí a un hombre extremadamente receloso. Hacía poco que L´Osservatore Romano había publicado un artículo que lo insultaba. Sin embargo, en poco tiempo, nuestras relaciones se hicieron cordiales. Me invitó a comer en su casa dos o tres veces. Su madre, Susana, estaba muy contenta de nuestras conversaciones durante la comida: era radicalmente católica, aunque no practicaba. Pasolini la definía como católica “litúrgica” y añadía: «Yo también soy litúrgico», dándole cierto sentido a la palabra. Un día, al terminar de comer, le dije: «Cuando se acepta una invitación, es de buena educación corresponder. Le invito a comer a mi casa». «De acuerdo, ¿en qué calle?», me preguntó. «No en Roma, en Asís», le dije. Aceptó. Pasolini fue a Asís con ocasión de un congreso de cineastas, pero no participó: tenía demasiados prejuicios contra el mundo católico. Se detuvo con nosotros también al día siguiente, mientras el papa Juan XXIII visitaba Asís, Pasolini se quedó en casa. Y, por la noche, leyó el Evangelio de Mateo.
En realidad, esto sucedió gracias a un «bendito engaño» suyo. Una célebre carta que Pasolini le envió en febrero del 63, dice que fue usted quien le puso el Evangelio en la mesilla. ¿Esperaba usted, dejándole el Evangelio junto a la cama, empujarlo a hacer una obra cinematográfica?
Bueno, esta es la «explicación oficial», acreditada por Pasolini y citada en los libros. Pero la verdad es diferente. No le puse el Evangelio en la mesilla: en todas las habitaciones de la Ciudadela hay, entre otros libros, un Evangelio. Cuando llegó a Asís lo acompañé a ver algunos aspectos del catolicismo que no conocía, como las Pequeñas Hermanas de Charles de Foucauld, que viven con los humildes, y el monasterio de San Damián. Después dimos un paseo y estuvimos charlando de su última película, Accatone, «El protagonista, Accattone, es un desheredado», le dije. «Y usted en la película lo trata con amor, con esa indulgencia que Cristo nos pide que tengamos hacia los pobres y afligidos. Porque en quien sufre se esconde alguien». Me miró admirado: «Alguien», ¿quién?». «Cristo mismo», le respondí. Se quedó perplejo. «No me diga usted que he hecho una película cristiana!», replicó. «No, cristiana, no», añadí, «porque no parte de una visión cristiana, pero sí crística, es decir, que señala a Jesucristo». Estábamos en Porta Nova, entre Borgo Aretino y Santa Chiara, cuando me paré y le dije: «Si usted dirigiera una película desde los mismos presupuestos de Accattone, sería la mejor realizada hasta ahora». Se quedó pensativo. Por la noche se retiró a su habitación y leyó el Evangelio de san Mateo. Al día siguiente se fue.

Nada de «complots», entonces...
Sí, hubo uno. Para que se quedara más tiempo en Asís y poder dialogar con él, decidimos leer a toda la comunidad algunas poesías suyas del libro La religione del mio tempo. Elegí las que tenían un sentido religioso más marcado. Pasolini se conmovió y estaba entusiasmado por cómo habíamos comprendido estas poesías, más allá de cualquier prevención y polémica. Hay que tener en cuenta que en esos años todos, católicos y marxistas, marginaban a Pasolini. La frase más educada que los periódicos de la época le dedicaban era que «Pasolini es una serpiente. Y se muerde la cola».

¿Le habló en seguida Pasolini de su idea de hacer una película sobre Jesús?
No. Además surgió un problema. Un corresponsal de la ANSA (ndt. Asociación Nacional de la Prensa) estaba en Asís, vio a Pasolini y lo reconoció. Fue como ver a un elefante en una tienda de cristalería. Hizo un comunicado de prensa y la noticia de su permanencia entre nosotros llegó a los periódicos. Polémicas y recelos. Así que, cuando le llamé por teléfono a Roma, Pasolini cortó bruscamente: «Usted y yo no tenemos nada que decirnos. No quiero pasar por un convertido». Después de aquel artículo temía que cierta apologética católica se vanagloriase incluyendo también a Pasolini entre los «convertidos en el camino de Damasco».

¿Cómo reanudaron los contactos?
Un día, con mucha humildad, regresó a Asís y me dijo: «Para mí es vital dirigir una película sobre el Evangelio de Mateo. No consigo pensar en nada más. Pero no quiero hacerla con espíritu polémico. Y, si la hago solo, tal vez metería muchas herejías sin querer. Ayúdame a hacerla».
Le pedí que me diera algo escrito para enseñárselo a los colegas y al superior, don Giovanni Rossi. Entonces, me envió esta larga carta en la que me explicaba la intención de la película: «Mi idea - escribe - es esta: seguir punto por punto el “Evangelio según san Mateo” sin hacer de él una escenificación o una traducción. Traducirlo fielmente en imágenes, siguiendo sin ninguna omisión o añadidura la narración. (...) Me gustaría que mi película pudiera ser proyectada el día de Pascua en todos los cines parroquiales de Italia y de todo el mundo. Es por esto por lo que necesito vuestra asistencia y apoyo».

Concretamente, ¿qué hizo usted para ayudarlo?
Nos pusimos todos a su disposición para la escenificación. Y le convencí, antes de escribir la película, para ir a Palestina a ver los lugares donde vivió Jesús. Le pedí a un biblista, don Andrea Carraro, que nos acompañase. De este viaje nació Sopraluoghi in Terrasanta. Luego, envié el guión a algunas personalidades del mundo católico. Las consideradas de mentalidad más “abierta” respondieron, sorprendentemente, que la película no se debía hacer.
De acuerdo con el productor nunca le enseñamos estas cartas a Pasolini, pues se habría desmoralizado. En cambio, don Giovanni Rossi fue a hablar con el papa Juan XXIII, de quien era amigo desde joven. En su despacho privado le habló largo y tendido de este proyecto, sobre el que ya se polemizaba en la prensa. El papa Juan, al final, le dijo: «Me alegro. Y he visto que también los más reacios de la Curia al diálogo no hablan mal de él. Así que adelante, con valor y prudencia». El rodaje de la película, superando mil dificultades (al productor, Alfredo Bini, los bancos no le prestaron dinero y los habituales financiadores se echaron atrás), comenzó el 24 de abril de 1964. Después de pocos meses, a finales del verano, la película estaba terminada. Estallaron de nuevo las polémicas, pero la película estaba acabada. En septiembre ganó el Premio especial del jurado en el Festival de Venecia (durante el estreno se armó un gran jaleo), el año siguiente obtuvo el premio de la Office catholique international de cinéma.

¿Cuándo contactó por última vez con Pasolini?
En octubre del 68 me fui a Argelia como misionero. En enero del 69 Pasolini me escribió una carta muy dura: «No debías haberme dejado: me siento huérfano, me siento monstruosamente solo porque la tuya era una Presencia». Luego me trasladé al norte de Camerún para abrir un hospital. Hice un llamamiento a los amigos: puedo poner un trabajo, puedo dar mi vida, pero no tengo dinero. Los amigos lanzaron una suscripción para permitirme construir un hospital con todo su equipo. En aquel periodo me llamó por teléfono la madre de Pasolini y me dijo: «Mi hijo y yo le queremos saludar. ¿Cuándo viene a Roma?». Fui a visitarlos, con mi madre, a la casa de Via Eufrate, en el barrio del EUR. Pasolini no estaba en casa: era un tipo susceptible, y le había decepcionado mucho que yo me hubiera ido a África. Lo consideraba como un abandono. Su madre me dijo: «Mi hijo ha dejado esta carta para usted». Yo comprendí y metí el sobre en el bolsillo. Cuando lo abrí vi que dentro había una cifra realmente sustanciosa.

Usted estuvo muchos años cerca de Pierpaolo. ¿Qué opina sobre su religiosidad (algunos han hablado incluso de catolicismo) de Pasolini?
A Pasolini, como friulano, le gustaba lo que él llamaba «el catolicismo litúrgico». Le gustaba la iglesia tridentina, en latín, el incienso, las púrpuras. Le gustaba todo aquello que él llamaba «el fantasma estético» de la Iglesia católica. Le gustaba el rito porque transmitía el sentido del Misterio.
Tras su actitud provocadora se entreveían “aperturas”. Muchas veces saltaba contra las oraciones diciéndome que son una pérdida de tiempo. Luego me saludaba y con tono imprevisamente serio me decía: «Rece por mí». Frente a la Ciudadela hay un convento de clausura. Un día le revelé: «Estas monjas están rezando por El Evangelio según Mateo. Y respondió sin ironía: «¿Y por su director no?».
Pasolini era un hombre que buscaba el sentido de la existencia con la sinceridad y el realismo que distinguen toda su obra. Creo que la definición más verdadera fue la que me dio un día don Giovanni Rossi hablando de Pasolini: «Nosotros no podemos decir que sea verdad todo el mal que escriben sobre él: no lo sabemos. Pero aunque fuera verdad, mi impresión, por la experiencia que tengo de los hombres, es que el mal resbala sobre él como el agua sobre la piedra: sin hacer mella. Conserva la inocencia del niño».
* Stefano María Paci, revista 30Días.


Una narración realista

Decía Pasolini: «En todo el Evangelio domina este sentido de algo diferente, que yo como marxista no puedo explicar»
S.M.P.

Era el 4 de septiembre de 1964. En el Lido de Venecia, XXIV Mostra del cine, se estrena la película El Evangelio según Mateo. Pasolini acaba de recibir una condena a cuatro meses de cárcel por “vilipendio a la religión católica”. El filme Rogopag en el que aparecía el episodio La ricotta sobre la pasión de Cristo, había sido retirado el año anterior. Lo había rodado mientras bullía el proyecto de esta película sobre el Evangelio.
Un proyecto que nació en Asís en otoño de 1962. Huésped de la Ciudadela de la Pro Civitate Cristiana, una noche Pasolini leyó el Evangelio: «Todo seguido, como una novela». El primero es el de Mateo. Se queda maravillado. «Creo que Mateo es el más revolucionario de todos los evangelistas porque es el más realista», dirá. Pasolini decide rodar una película. Y comienza la aventura. Le pide ayuda a Lucio Settimio Caruso de la Ciudadela. Luego habla con su productor, Alfredo Bini, que, enamorado del proyecto, decide realizar la película a pesar de que en todas partes le niegan la financiación.
También Pasolini y sus amigos de la ciudadela hallan grandes dificultades. Influyentes círculos católicos no quieren que Pasolini se ocupe de la figura de Cristo y la izquierda pretende que el director realice una película según categorías rigurosamente marxistas.
Comienza la búsqueda de los actores. Pasolini trata de adaptarse con realismo a la narración de los Evangelios. Basándose en «algunos apuntes telegráficos sobre las figuras de los apóstoles (edad en al época de la predicación de Cristo, características biográficas y psicológicas)» que había pedido a los amigos de la Ciudadela, forma la lista de intérpretes. Muchos son amigos suyos, nombres importantes de la cultura italiana: Andrea es el poeta Alfonso Gatto, Simón, el escritor Enzo Siciliano, María de Betania, Natalia Ginzburg. El papel de la Virgen anciana lo interpreta la madre de Pasolini. Con Elsa Morante, la mujer de Alberto Moravia, elige la música, escuchando los discos en su casa de Vía del Babuino. Pero elegir al interprete de Cristo resulta un obstáculo. Se convence de que solo un poeta puede interpretarlo. Y piensa en los más famosos, en los que más le gustan. Pero no está convencido. Pasa un año. Luego elige a un desconocido, a Enrique Irazoqui, estudiante español conocido en Roma.
A los demás actores los toma de la calle, rueda las escenas en los lugares más pobres del sur de Italia. En sólo cuatro meses termina el rodaje. A mediados de agosto está ya en la sala de montaje. En septiembre el estreno en Venecia. La película es un éxito, y será aún más apreciada con el tiempo. En el Festival gana el premio especial del Jurado y, en enero, la Office Catholique du Cinéma organiza una proyección en París. El debate siguiente se lleva a cabo, ante la presencia de eminentes personajes de la cultura y de la Iglesia, en la catedral de Notre Dame. Pocos meses después, en abril, el cardenal Feltin entrega al productor el Gran Premio de la OCIC (Oficina Católica Internacional de Cine). La película tiene éxito en Europa y Estados Unidos, pero la crítica está divididas. «Un fraude en comercio» define la película el Nouvel Observateur. «No es ni arte sagrado ni arte. Es sólo una fantasía. No es nada», escribía Claude Mauriac. Las críticas más severas las hace la izquierda, que se siente traicionada. «Ha sido una especie de linchamiento que ni yo ni mi película merecemos», se queja Pasolini ante Mario Alicata, de la dirección central del Partido Comunista Italiano.
Podemos saber cómo vivió Pasolini la experiencia El Evangelio según Mateo leyendo algunos debates que hizo durante aquel período por Italia, jamás editados. Dirá por ejemplo en Alessandria: «Mi lectura del Evangelio podía ser sólo la lectura de un marxista, pero contemporáneamente sentía dentro di mí esa fascinación de lo divino que domina todo el Evangelio. Todo el Evangelio está dominado por este sentido de algo diferente, que yo como marxista no puedo explicar. Y que el marxismo no puede explicar». Y seguía diciendo: «He sentido esta atmósfera de sacro, de misterio, de divinidad que impregna todo el texto de Mateo. Yo no puedo decir nada más que esto: toda mi educación, mi vida práctica, mi ideología me impiden ir más allá de esto. O, por lo menos, iré despacio…». Y a don Giovanni Rossi le confiesa en una carta fechada 27 de diciembre de 1964: «Estoy “inmovilizado”, querido don Giovanni, de una manera que solo la Gracia puede resolver».