SAN JOSÉ
Esposo de la virgen María
En la edición española de la Liturgia de las horas, en la parte dedicada al propio de los santos, la celebración del santo del día suele ser introducida por una breve reseña de su vida y obras. Esta regla tiene una excepción: el 19 de marzo, fiesta de san José. En ese día, únicamente aparece la nominación del santo en los siguientes términos: San José, esposo de la Virgen María
José Miguel García
Sorprende que la Iglesia no diga ni una sola palabra sobre aquel bajo cuya protección se sitúa ella misma. Quizá esta circunstancia se deba al hecho de que sobre este hombre tenemos muy pocas noticias en los evangelios, que son, junto a los otros libros del NT, las mejores fuentes históricas acerca del cristianismo. En efecto, pocas veces aparece nombrado José en estos libros, unas diez veces, y la mayoría de ellas, de pasada, al hilo de algún suceso relacionado con Jesús (Mt 1,16; Lc 1,27; 2,4.16; 3,23; 4,22; Jn 1,45; 6,42). Sin embargo, el evangelista Mateo refiere la concepción y el nacimiento de Jesús haciendo de José el protagonista principal de esta narración (Mt 1,18-25). A pesar de su brevedad, este relato es decisivo para conocer quién fue el esposo de la Virgen.
Siendo justo
En este pasaje evangélico, Mateo, después de haber afirmado que María quedó embarazada del Espíritu Santo antes de convivir con José, dice: «José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto» (v.19). Teniendo en cuenta la decisión de José, es difícil entender por qué el evangelista le considera justo. Normalmente se ha visto aquí una clara alusión a la sospecha de José respecto a un adulterio de María y su decisión, por afecto a ella, de no denunciarla. Pero si esto fue lo que sucedió históricamente, el comportamiento de José era todo menos justo, ya que su proceder no se ajustaba a lo que ordenaba la ley mosaica, que obligaba a denunciar y condenar implacablemente a las adúlteras. Difícilmente se podía considerar a José un justo, es decir, uno que caminaba irreprensible en los preceptos y observancias del Señor (cf. Lc 1,6).
Una sospecha incoherente
La hipótesis de la sospecha de adulterio se apoya sobre todo en lo que parece decir el v.18 de este mismo relato: «Estando desposada la madre de Jesús, María, con José, antes que viviesen juntos fue encontrada encinta del Espíritu Santo». Sin embargo, creemos que leer aquí una sospecha de adulterio es incoherente con lo narrado en el evangelio de Mateo y lo que podemos deducir de las circunstancias que acompañan un embarazo. Según esta hipótesis, José tuvo intención de abandonar a María porque conoció por los signos externos que ella estaba encinta, y no pudo evitar el pensar en un adulterio. Pero todos sabemos que esos signos externos indiscutibles de embarazo no se dan en los primeros meses de gestación. Si José percibió por signos externos el embarazo de María, nos veríamos obligados a situar la Anunciación a María algunos meses antes de los desposorios con José.
Era tenido por padre
Ahora bien, en los relatos evangélicos se recoge en varias ocasiones la opinión popular de que José era tenido por padre de Jesús (Lc 3,23; 4,22; Jn 1,45; 6,42). Es decir, en el embarazo de María no hubo nada anormal que obligara a poner en cuestión la paternidad de José. Por tanto, los nueve meses de gestación transcurrieron cuando José y María convivían juntos. En conclusión, José no pudo tener ningún signo externo de la gravidez de María antes del matrimonio.
Por otra parte, el texto evangélico no sólo dice que María «fue encontrada encinta», sino «que fue encontrada encinta del Espíritu Santo». Es decir, el evangelista no informa de un hecho que podía ser visto con los ojos, sino que revela el prodigio de la concepción del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Además, la expresión griega del v.18, que según las versiones usuales parece expresar la sorpresa ante algo imprevisto, debe traducirse simplemente por «concibió del Espíritu Santo». Es decir, en ella no hay alusión alguna a un descubrimiento o hallazgo, sino una mera información de un hecho.
Temor reverencial
Volviendo al v.19, hemos de reconocer que está escrito en un griego oscuro, lo que ha hecho sospechar la existencia de un original arameo. Recientemente M. Herranz ha reconstruido este texto arameo, cuya traducción castellana dice así: «José, su marido, que era justo, pero se consideró muy falto de justicia para compararse con ella, decidió abandonarla silenciosamente»1. Es decir, la reacción de José, ante el hecho prodigioso de la maternidad de María, es la de un israelita piadoso. «Como justo, bajo el peso del temor santo, José debía buscar rápidamente un modo de deshacer aquellos desposorios. Pero esto debía suceder de modo que no cayese ninguna sombra sobre el buen nombre de la madre escogida. Quiere abandonarla en el sentido más propio de la palabra, para quedar libre de la unión legal a ella. Pero quiere hacerlo en secreto, en el sentido más pleno de la palabra, para no exponerla al menor peligro de deshonra» (M. Krämer, Zwei Probleme aus Mt. 1,18-25: Sal 26 (1964) 321s). De hecho, las primeras palabras del ángel, «no temas» (v.20), corresponden al temor reverencial del hombre ante la intervención de lo divino en su vida.
Un amor verdadero por María
Esta lectura ilumina de modo admirable la grandeza de José. Descrito por el narrador como hombre justo, es decir, fiel a la voluntad de Dios, ante el hecho de la concepción del Hijo de Dios en el seno de María, no queriendo ser obstáculo al plan de Dios, decide retirarse discretamente; consciente de la gran diferencia que existía entre María y él, ante el Misterio presente en aquella mujer decide abandonarla silenciosamente. Aquel que se unió a ella por amor, hasta el punto de aceptar la condición de su virginidad, también ahora por amor a ella y a lo que Dios quiere hacer en ella, decide alejarse. Sin duda, José es el ejemplo más claro del amor virginal que tenemos en el evangelio: ama a esta mujer en su vocación-misión, ama por encima de todo su camino hacia el destino. Pensando que el mejor modo para que se cumpla la voluntad de Dios en aquella mujer es retirarse, es decir, no interferir en la acción que es totalmente de Dios, toma la decisión de alejarse discretamente. Lo que le mueve, pues, a actuar no es otra cosa que un amor verdadero por María: con su acción quiere colaborar al cumplimiento del destino de María, a la realización plena de su existencia en el seguimiento de la voluntad de Dios.
Aprendió a ser hombre
En la virginidad, nos recuerda don Giussani, el afecto es libre y gratuito, no tiende a la instrumentalización de la persona amada, sino a la verdadera afirmación de su destino. La virginidad, por tanto, implica una distancia en la misma relación afectiva; algo que es posible por la conciencia del destino del otro, del amor apasionado a su deseo de plenitud o felicidad, que solamente lo puede cumplir el Misterio hecho carne.
Y puesto que el virgen es el modelo de humanidad, se comprende también cómo Jesús aprendió a ser hombre mirando a aquel hombre que asumió en la tierra la responsabilidad de hacer las veces de padre. Pues Jesús, como cualquiera de nosotros, aprendió a ser hombre identificándose con aquellos dos adultos que le acompañaron en su infancia, adolescencia y juventud. El evangelio de Lucas termina los relatos de la infancia con estas palabras: «Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (2,52). Pero todo esto no sucedió en Jesús por generación espontánea, aprendiéndolo como un ser independiente y autónomo, sino dependiendo, siguiendo a José y María. El mismo evangelista Lucas indica con claridad cuál fue la ocasión propicia para esta aventura de su crecimiento humano cuando en 2,51 afirma: «(Jesús) bajó con ellos (José y María), y vino a Nazaret, y les estaba sujeto». Tras esta breve noticia podemos descubrir la amorosa y tierna solicitud educativa de José y María.
Y aquel que cuidó a Jesús en Nazaret, hoy sigue velando y enseñando al Jesús dilatado en el mundo, que es la Iglesia. José, protector de la Iglesia, y, por tanto, de todo cristiano que le invoca.