ECUADOR
Piedras vivas
Todo empezó en una noche de invierno durante una cena. Se reunieron unos amigos que hacía años que no se veían, pues había pasado algo que los había distanciado y no eran sólo los kilómetros. Uno de ellos es misionero en Ecuador, otro arquitecto en Bérgamo. Hoy en Portoviejo surge un templo para todo el pueblo
HÉCTOR CEDEÑO
En aquella cena se habló de muchos asuntos, recuerdos y anécdotas. Los que estaban sentados allí habían conocido juntos el Movimiento. Edilio, un amigo de los Memores Domini que acabo de conocer, dice que encontrar a Cristo es algo grande, pero volverlo a encontrar es algo más grande todavía (¡aunque él lo dice mejor!).
En efecto, para todos ellos ese origen común dejaba de ser un hecho de crónica y volvía a acontecer. Teresa, fue el nombre que empezó a repetirse. Sí, porque para todos Teresa había supuesto el primer encuentro y también la evidencia de que en cada gesto hay un paso hacia nuestro destino. Teresa había muerto, justo al comienzo de la historia de CL en aquella comarca de la Baja Bergamasca, por un accidente en la carretera, cuando una noche de primavera, aquellos muchachos de 16 a 17 años iban por un helado hacia el pueblo cercano. De repente, entre los recuerdos que subían a flote y otros que por pudor se mantenían en silencio, todo lo acontecido en las décadas que siguieron - los muchachos de entonces ya se habían convertido en los cuarentones de la cena - empezaba a asomarse una nueva esperanza.
La Escuela de comunidad habla de una «conciencia confusa y nebulosa de una correspondencia» que allí asumía el rostro del perdón. «Oye - le dice el cura al arquitecto - tengo que construir una iglesia. ¿Quieres hacérmela?». La respuesta fueron una servilleta de papel y un bolígrafo. Allí apareció nuestra iglesia, un poco confusa y nebulosa, nada más que un bosquejo, sin embargo entera: la fachada, la torre y las cúpulas. Yo no estaba presente, me lo contaron Dario y Cesare. Pero sin aquel encuentro, el primero y el segundo, yo no sería yo. ¿Qué significado tiene para mí y para mis amigos la construcción de la Iglesia del Espíritu Santo y S. Alejandro Mártir en Portoviejo?
Primero, desde todo punto de vista corresponde al deseo de belleza que hace digna la vida. La iglesia es bella, bella como la vida que he conocido y que vivo. Y, por otra parte, ¿por qué Cesare debería construir la obra de su vida en un país al otro lado del mundo? Parece cosa de locos. Pues porque su belleza está en la verdad de una historia que en aquellos ladrillos se hace presente, está en su razón de ser.
Este año visité la comunidad de Brignano y pude darme cuenta de cómo nació todo esto. Viendo sus vidas, sus familias, sus hijos, entiendo que sólo en la amistad, en una pertenencia llena de ternura que ellos viven y que llega hasta mí, surge un templo que realmente es para siempre. También yo les escuché hablar de Teresa y estuve con sus padres. Una de las campanas de la torre lleva su nombre. Es la más pequeña, la primera que por la mañana repica el Ave María, porque don Giussani, cuando nos explicó el Ángelus, dijo que el Ángel es quien ha sido para nosotros la circunstancia del primer encuentro.
El Templo que hemos construido es la evidencia más clara de que el encuentro con Cristo hace ser nuestra vida una obra, una obra que construye Otro. Una chica de GS le preguntó a Cesare: «Lo que has hecho es de verdad grande. ¿Cómo hace uno para hacerse grande?». Él contestó: «Tal vez, obedeciendo, obedeciendo lo más que uno puede». El Arzobispo de Portoviejo, Mons. José Mario Ruiz Navas, Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, en la homilía de la Misa de dedicación ha explicado el portal de la iglesia y antes de terminar comentó: «El Arquitecto Aresi es miembro de Comunión y Liberación. El Movimiento, desde hoy, tiene su sede en esta iglesia».
La fiesta de los colores
El exterior de la iglesia es blanco, y rojo donde hay ladrillos vistos. Se distingue de todo lo que la rodea gracias al color simbólico de la fiesta. Los añadidos de color, repartidos por los pináculos y las pilastras de la entrada, se encastran en el paramento blanco de la fiesta.
Una presencia viva y operante se manifiesta: la iglesia se podrá ver y oír desde todo el barrio gracias al campanario y al concierto de las cinco campanas.
«La torre del campanario es imponente. Me agrada la idea de que muchos piensen que es inútil. Quiere decir que valía la pena. Es una gran presencia. Es un desafío, una provocación, algo que se impone. El campanario es misionero. Es el testigo: ¡Miradme: Está aquí! Él está abajo, aquí abajo, ha descendido a la tierra. Yo soy la estrella de Belén, Él está dentro del pesebre»
(Del diario del segundo viaje a Ecuador de Cesare)
Dentro triunfan los colores, el signo de la fiesta del pueblo cristiano que se reúne para celebrar la eucaristía.
Paredes y vidrieras retoman los colores tradicionales de los frescos catedralicios: el rojo y el azul, la naturaleza humana y la naturaleza divina, ambas misteriosamente presentes en Cristo, y el amarillo, la Vida, el sol, la Luz, el Espíritu Divino.
Los bajorrelieves de las catedrales románicas estaban policromados, pero también en la América precolombina triunfaban los colores: antes de Colón, edificios y templos se ofrecían al sol rojos y azules, y sólo un espiritualismo mal entendido trata de eliminar la carnalidad del color.
Cada columna está revestida con tintes diversos: en la unidad de la Iglesia cada uno vive una relación especial con Cristo. Sobre el tabernáculo, azulejos policromados representan el grano de trigo que muere para dar fruto, la espiga que se transforma en pan, Cuerpo de Cristo, y el grano de uva que se convierte en vino y Sangre.
En el baptisterio los colores nos muestran el misterio de la Trinidad: cada persona es distinta y definida (rojo el Espíritu, azul el Hijo, amarillo el Padre), pero todos participan de la misma divinidad, simbolizada por un rombo amarillo que forma una cruz. La divinidad se manifiesta como amor y el mayor gesto de amor ha sido el sacrificio de la cruz.
Los colores de la puerta de acceso representan a la Iglesia de acuerdo con la imagen de la vid y los sarmientos: generados a partir de la sangre de los mártires y del seno de María (las dos semillas que están en la base de las pilastras) los sarmientos se injertan en Cristo, que compendia y significa toda la creación.