Diez
días en Freetown
Desde Rímini hasta Sierra Leona, pasando por Calcinate:
son los hitos de la amistad de un matrimonio italiano con el padre Berton, a quien
visitaron por Navidad en la capital africana, donde entre miseria y vestigios
de una reciente guerra es posible toparse con una esperanzade vida diferente
FRANCO NEMBRINI
ace año y medio, conocí en el Meeting de Rímini al padre
Bepi Berton, un misionero javeriano que en Sierra Leona ha puesto en marcha un
centro de reinserción de niños-soldado. En aquel momento, me pidió
disponibilidad para alojar durante un año a uno de sus jóvenes colaboradores.
Dicho y hecho, el 3 de enero de 2002 llegó a Italia Ernest Sesay, y como
en África la idea de “programar” cualquier acción ni
siquiera se contempla, aterrizó en el aeropuerto de Malpensa sin que nadie
lo supiera, en pantalones cortos y camiseta, con una temperatura exterior de cero
grados y sin chapurrear ni una palabra de italiano. Afortunadamente, lo rescatamos,
le dimos algo de comer, lo vestimos y lo alojamos con una familia de agricultores
de Calcinate, en la región de Bérgamo. Ernest, de 28 años,
licenciado en no se sabe bien qué, recién casado y esperando un
hijo que nacería al mes de su llegada a Italia, se reveló como un
chico extraordinario: en tres meses hablaba perfectamente italiano, se integró
en la vida de la escuela con total naturalidad y familiaridad, y acudía
a las clases de primaria (era muy querido por los niños) para enseñar
inglés. Pero lo que más me impresionó de él fue el
estupor y la apertura con la que miraba la experiencia del movimiento que iba
conociendo. Cuando volvió a Sierra Leona, el 23 de diciembre pasado, insistió
en que fuéramos a verle, así que mi mujer y yo decidimos ir a visitarle
durante las vacaciones de Navidad (animados también por el hecho de que
Ernest había prometido alojarnos en un hotel de cuatro estrellas).
Impacto desalentador
Salimos el 26 de diciembre a las 7 de la mañana y aterrizamos en el aeropuerto
de Freetown a las 7 de la tarde. El impacto con África es más bien
desalentador (por lo menos para uno que, como yo, nunca ha visto nada así).
Totalmente a oscuras tuvimos que esperar un autobús que nos llevara a la
ciudad, aunque ignorábamos a qué hora llegaría, mientras
una impresionante masa de niños, algunos muy pequeños, mendigaban
o intentaban vender un poco de fruta, agua o fruslerías varias. Había
un olor agrio, amargo, a miseria y a neumático quemado que nos acompañaría
durante toda nuestra estancia en África. Allí queman continuamente
de todo y todo junto: una nube de humo gris y pestilente parece ser el signo indicativo
de la presencia humana, tanto en la ciudad como en el interior de la selva.
Por fin llegamos al Centro Saint Michael, a las afueras de Freetown, y descubrimos
con sorpresa que se trataba del famoso hotel de cuatro estrellas en el que nos
íbamos a alojar. Efectivamente, antes de la guerra que ha asolado el país
los últimos quince años había sido un discreto hotel que
el padre Berton recuperó con la ayuda de AVSI para convertirlo en sede
de su movimiento, el Family Homes Movement (algo parecido a nuestra Asociación
Familias para la Acogida) además de centro de rehabilitación de
niños-soldado. Allí estaríamos muy bien, sobre todo por la
cordial acogida del padre Berton, de Ernest y de todos sus amigos, pero el choque
no dejó de ser duro: condiciones higiénicas un pelín precarias,
luz eléctrica de 19 a 22 y después, si te he visto, no me acuerdo.
En Sierra Leona no hay red eléctrica: sólo hay electricidad donde
alguien tiene el dinero suficiente para comprar en Europa un generador a gasóleo.
Para más inri, a los dos días de estar allí se rompió
el acueducto central, lo que quiere decir que nada de ducha y nada de agua para
lavarse las manos: para lavarnos, encontramos la manera de bajar a la playa donde
algunas estructuras turísticas (lo que quedaba de ellas) permitían
que nos diéramos una ducha al aire libre. En compensación, se comía
fenomenal: el cocinero del Centro, que había aprendido su oficio cocinando
para los italianos que habían construido el dique, preparaba pan fresco
todos los días, y normalmente la comida iba de pasta y pescado. No faltaron
vino, queso parmesano y, por supuesto, grapa rigurosamente véneta. Todo
lo demás se podía encontrar en la ciudad (productos de alimentación
franceses e italianos, desde pasta hasta crema de cacao Nutella), aunque a unos
precios prohibitivos, impuestos por el rígido monopolio de los comerciantes
libaneses.
Descomunal chabolismo
En cualquier caso, fueron diez días maravillosos que transcurrieron de
estupor en estupor ante lo que Dios obra, incluso en unas condiciones humanamente
tan difíciles. La ciudad es un descomunal despliegue de chabolas donde
se refugiaron, huyendo de la guerra, la mitad de los habitantes de Sierra Leona,
casi dos millones y medio de personas. La impresión que tiene uno cuando
visita el país es que todo se va deteriorando progresivamente: como si
África estuviera precipitándose, derrumbándose sobre sí
misma. Llaman la atención los “restos” de un decoro que debió
de existir en otro tiempo (trozos de asfalto a lo largo de las calles, casas que
antaño debieron ser muy dignas, servicios públicos que alguna vez
debieron de funcionar) pero que progresivamente es devorado por la miseria y la
porquería. Es una miseria que se está convirtiendo en cultura: me
sorprendió mucho que en general los africanos están de brazos cruzados
esperando ser ayudados; es más, lo pretenden. Es como si dijeran: somos
pobres por vuestra culpa, vosotros en cambio sois ricos gracias a nosotros; por
ello, tenéis que ayudarnos. Esta postura frena e inhibe cualquier responsabilidad
y cualquier iniciativa. En esta situación, el intento del padre Berton
es verdaderamente una luz en mitad de las tinieblas: «El Family Homes Movement -
afirma el misionero - es un movimiento de laicos que, en cuanto bautizados, tienen
la obligación de asumir la plena responsabilidad de su obra. Intento enseñarles
a dar testimonio del amor de Cristo y me convenzo de la verdad de su conversión
cuando se verifican estas dos condiciones: que ya no tienen miedo de las supersticiones,
y que experimentan y dan testimonio de Dios como Misericordia. Debe ser un movimiento
capaz de acoger a todos, tanto al que da cien como al que da diez; de otro modo,
la misión se reduciría a una especie de selección de los
mejores con miras a una eficiencia organizativa».
En Bumbuna, un pueblo 200 Km hacia el interior, donde trabajó los primeros
veinte años de su estancia en África, pudimos comprobar el cariz
educativo del carisma de Berton. Vinieron a recibirnos todos los cabezas de familia.
Mami Kumba (25 hijos, seis suyos y diecinueve adoptados), la primera madre que
le siguió, nos recibió con estas palabras: «El padre Berton
representó la posibilidad de una esperanza para mí y para mi país.
Sin él, nadie habría podido esperar». Y todo esto en medio
de una increíble mole de obras: escuelas en todos los pueblos de los alrededores,
dispensarios, centros de familia, incluso plantaciones, y cada vez que preguntábamos
quién había hecho posible todo aquello, nos respondían: «Padre
Bepi».
La felicidad de la vida
Pero lo que más me marcó fue la convivencia con Ernest, que al término
de aquellos diez días, la última noche, cuando le pregunté
la razón por la que había querido volver a esta caótica situación,
habiéndole ofrecido en Bérgamo casa y trabajo para él y su
familia, me respondió: «Llegué a Italia siendo un niño,
y volví a Sierra Leona convertido en un hombre. Siempre le había
dicho al padre Berton que nuestro movimiento tenía que dar todavía
un paso, pero que no comprendía bien de qué se trataba. En Italia,
al conocer CL, me di cuenta de que faltaba la conciencia de que Jesús es
la felicidad de la vida y de que Comunión y Liberación es el camino
de esta familiaridad con Jesús. Después de haber hecho este descubrimiento
no podía quedarme: soy el único que lo ha visto y mis amigos sólo
pueden encontrar lo que yo he encontrado a través de mí. Lo único
que necesito es comprender mejor lo que Dios espera de mí, habiéndome
llevado a conocer primero al padre Berton y después CL. Lo que sí
sé es de dónde partir: la fidelidad a Margareth, mi mujer, y a mi
hijo será el primer gran testimonio de mi fidelidad a cada uno de vosotros.
De otro modo, el movimiento correría el riesgo de convertirse únicamente
en la posibilidad de “buscar fortuna” y esto nos dividiría
con el tiempo. Además, quiero empezar a hacer Escuela de comunidad con
algunos chicos del instituto que tenemos intención de construir con la
ayuda de AVSI aquí, en Freetown».
Por nuestra parte, queremos volver el invierno que viene a Sierra Leona y vendremos
con nuestros cuatro hijos, para que puedan disfrutar con nosotros de este extraordinario
Acontecimiento. Tienen derecho.