Cuidado y
significado de la vida
«Quisiera volver a lanzar la cuestión de las diferencias psicológicas
y simbólicas que un hijo debería poder distinguir. La madre -
explica Risé - transmite el cuidado de la vida, el padre transmite, en
cambio, la identidad y el sentido de pertenencia, es decir, lo que tiene que
ver con los significados de la vida. El ejemplo de la vida de Jesús en
este sentido es absoluto: puede permitirse sacrificar su vida en virtud de su
pertenencia al Padre. En la vida de los hombres esto significa que la pertenencia
al padre instituye la identidad, y por tanto la capacidad de sacrificio hacia
los hijos, sean éstos naturales o espirituales». Este discurso
tiene, en el razonamiento de Risé, implicaciones sociológicas
fundamentales (y en absoluto evidentes). La primera de todas es ésta:
el principio guía del mundo occidental es el materno, ligado a la satisfacción
de las necesidades, mientras que resulta marginado el principio (masculino)
del don. Explicación: «Los fundamentos de la pertenencia son dos:
puedes vivir una pertenencia de identidad que remita a un padre, o una pertenencia
de tipo materno, que está estrechamente vinculada con la necesidad y
con el placer. Normalmente estos dos modelos coexisten, pero la peculiaridad
de occidente consiste en haber olvidado el primer principio, abandonando al
hombre en las redes del segundo. El modelo dominante es un modelo de mantenimiento
para conservar lo existente, fundado sobre el interés y el principio
del placer». Su arquetipo, sostiene Risé, es la gran empresa, el
triunfo de la Gran Madre que cubre necesidades, que distribuye poder y que no
fomenta la solidaridad, pues estimula la competencia para obtener favores (bajo
forma de beneficios, incentivos, premios). Eterno adolescente
En resumen, al hombre, empujado a no pertenecer a nada en virtud del principio
de autenticidad individualista, no le queda otro remedio que pertenecer a los
mundos sociales impuestos por el poder. No sólo la empresa, sino también
la derecha y la izquierda, o un cierto pensamiento moralista y políticamente
correcto al que nadie puede negarse, so pena del exilio o el silencio, so pena
de sentirse irremediablemente extraño porque se está fuera de
las “súper cárceles de la estadística” (utilizando
la expresión de Testori). Pero volvamos a la Gran Madre: «Es el
arquetipo característico de la primera fase de nuestra vida - explica
Risé - , en la que somos totalmente dependientes de nuestra madre, a
la que se le pide la tarea exclusiva de atender nuestras necesidades primarias.
El poder ha adoptado este principio como criterio de organización social,
principio que supone un bloqueo de la maduración personal: es el modelo
del eterno adolescente tan en boga en nuestros días. Esta es la dinámica
que crea un mundo de hedonistas, de inseguros y de personas reacias a pertenecer,
a las que sale al encuentro la empresa asegurando y proporcionando significados
obviamente falsos».
Padres traidores
Está claro. Pero el padre, el ausente inaceptable, ¿en qué
ha terminado? Giovanni Testori escribía en 1979 en el Corriere della
Sera acerca de esos padres traidores que habían acuñado una medalla
sin reverso, «la medalla de la facilidad, que no ha admitido en sí
misma a su opuesto: la dificultad», entregada alegremente a los hijos,
que se veían así traicionados por aquellos que les habían
engendrado. Padres que traicionan, que rechazan a los hijos, que nos recuerdan
que la paternidad no es un dato “natural” sino cultural, educativo.
Padre traidor, o quizá simplemente ausente. «Ausente - afirma Risé
- lo está ciertamente, pero en algunos lugares existe todavía.
De forma simbólica, fenómenos como el de Comunión y Liberación
y otros movimientos religiosos contemporáneos, representan una formidable
propuesta paterna, el único antídoto verdadero para fenómenos
maternos y de consumo como la new age. Por otra parte, el único modo
que conozco para recuperar al padre en la tierra es redescubrir al Padre del
cielo: muchos se están dando cuenta de esto. El poder no ha vencido aún».
Sí, el poder. Aquél que a través de dos leyes (la del aborto
y la del divorcio), ha dirigido la expulsión del padre fuera del mundo.
«Pero también en relación a estos temas hay un cierto aire
de revuelta por el mundo. Y qué casualidad que sea precisamente a partir
de los jóvenes, que han sufrido la ausencia de sus padres y por esto
saben qué quiere decir vivir sin ellos. Hay una noticia que naturalmente
no ha dado la vuelta al mundo, censurada por las grandes multinacionales de
la comunicación. En una aldea de mineros de Escocia se dieron cuenta
de que muchas, demasiadas chicas (con una edad media muy baja) esperaban hijos
sin estar casadas. Los servicios sociales ingleses intervinieron enseguida,
recomendando el aborto como remedio a un problema que parecía socialmente
peligroso. Pero los hombres del pueblo se rebelaron, asumiendo la defensa de
sus hijos. Y han ganado la batalla». Una batalla por la vida en un mundo
anti vital. La misma batalla que Risé proponía el año pasado
con su “Llamamiento en favor del padre” publicado (¡qué
paradoja!) por el semanario femenino Grazia y que contenía una propuesta
contundente: una ley que permita al padre “rescatar” al hijo que
la mujer quiere abortar, dar al padre la posibilidad de negar a la mujer el
derecho al aborto. «Una propuesta chocante - recuerda el psicólogo
jungiano -, que fue acogida por un mar de cartas de hombres entusiasmados. Del
lado femenino, en cambio, sólo hubo silencio, ninguna reacción».
Es lo mismo que decir que la otra mitad del cielo espera el retorno del padre,
el único aventurero del mundo moderno: «Todo está contra
el jefe de la familia, contra el padre de familia - escribía Péguy
en Verónica -, y por tanto contra la familia misma, contra la vida
de familia. Sólo él está literalmente implicado en el mundo,
en el siglo. Porque los demás, como mucho, están implicados con
la cabeza, que es lo mismo que nada».