Pero, ¿queda
todavía margen de acción para evitar el conflicto?
En el catecismo de la Iglesia católica se dice que en casos excepcionales
se puede aplicar la pena de muerte. El Papa en la Evangelium vitae da un paso
más al afirmar que la sociedad actual posee todos los medios para evitar
la pena de muerte y dar a un criminal la posibilidad de modificar su vida haciéndola
productiva, por no hablar de los errores judiciales que están a la orden
del día. El Papa dice que la sociedad moderna posee todos los medios
para hacer inofensivo a un criminal susceptible de ser condenado a pena de muerte.
Estoy convencido de que hoy la sociedad tiene también todos los medios
para evitar la guerra: negociación, diálogo, inspectores, todas
las medidas que pueden evitar el conflicto.
El Papa ha dicho que «sólo una intervención de
lo Alto puede permitir esperar un futuro menos oscuro…». Y, sin
embargo, mientras muchos lo alaban por su pacifismo, pocos aceptan la invitación
a la conversión y a la oración, la afirmación de que la
posibilidad de la paz se funda sólo en Dios.
Mediante estos reclamos, El Papa añade a la diplomacia tradicional basada
en contactos con las personas implicadas en el conflicto o interesadas en la
solución del mismo, la diplomacia de la oración. Es evidente que
el Santo Padre auna ambas cosas. Este aspecto de la diplomacia del Papa, es
decir, la oración, la penitencia y el ayuno pueden resultar extrañas
y quizá incomprensibles a los “pacifistas”, pero nosotros
sabemos bien que el discurso de la paz forma parte de nuestro ser cristianos,
católicos. ¿Qué es lo que hemos acogido en Belén?
Al Príncipe de la paz. Llamamos a la paz con otro nombre: amor. Y Dios
es amor. La paz es, por tanto, Dios mismo y nosotros como cristianos estamos
llamados a seguir el amor, a ser amor. Éste es el discurso de la paz.
¿Podría alguien decir que la paz no es un dogma de la
Iglesia católica?
Es mucho más. Es la esencia misma de nuestra vida de católicos,
ya que la paz es amor, y es a Dios mismo a quien todos hemos de mirar. El Papa
nos ofrece también el instrumento para hacerlo: nos indica la recitación
del Rosario en el año a él dedicado. Invita a recurrir a María:
ésta es una ayuda que el Papa nos brinda.
Lo mismo que la jornada de ayuno convocada para el 5 de marzo. ¿Es
también ésta una ayuda?
Ciertamente. No es un simple gesto simbólico. Por eso se sitúa
al comienzo de la Cuaresma, que para los católicos es sobre todo un recorrido
de conversión personal. Al proponer dedicar el ayuno a la paz, El Papa
nos ayuda también a identificarnos con el sufrimiento que tantos hermanos
nuestros están experimentando, aunque sea sólo psicológicamente.
Pongámonos en la piel de los iraquíes que, a través de
los medios de comunicación, ven cómo aumenta cada día la
amenaza de una guerra que pone en ellos su punto de mira y ven que pronto pueden
encontrarse bajo las bombas. El ayuno tiene también esta dimensión:
ayuda a que nuestra postura a favor de la paz no sea un sentimiento genérico,
sino un signo real de compartir humano.
Dentro de este sentimiento genérico por la paz caben tanto la
contraposición del Papa con Bush cuanto afirmaciones como: “Queremos
extirpar la guerra de la historia”. ¿No le parece que el compromiso
del Papa a favor de la paz es instrumentalizado con demasiada frecuencia?
El Papa no es un pacifista en el sentido que hoy se da a este término.
Hemos recordado ya los motivos por los que no se le puede definir como tal.
Basta ver lo que siempre ha repetido. En su discurso al cuerpo diplomático
del 13 de enero dijo que la acción militar podría ser la última
posibilidad sólo cuando se hubiesen agotado todos los recursos para evitar
un conflicto que, de todos modos, debe ser proporcionado al daño recibido,
debe tener en cuenta a las poblaciones indefensas y debe responder a una ofensa,
no a la posibilidad de la misma.
Sobre todo a nivel internacional, incluso quien no está de acuerdo
con los juicios del Papa se ve obligado a considerar su voz. ¿Cómo
explica este hecho?
Podría aquí dejar aflorar todos los recuerdos de mi largo servicio
en la Santa Sede. En 1972 asistí en Bucarest a una conferencia de la
Unesco como observador de la Santa Sede. Vi que, apenas comenzada, la presencia
de los delegados en la sala era un poco escasa: cada uno pronunciaba su intervención
y después se iba. Cuando llegó mi turno - al final, ya que los
observadores hablan después de los miembros - la sala se llenó
de delegados. Tuve mi intervención y a continuación - estábamos
en la época de los dos bloques: guerra fría y todo lo demás
- algunos delegados del otro lado del telón de acero se me acercaron
y me dijeron: «Gracias por sus palabras. Sólo la Santa Sede puede
hablar desde un nivel superior; estamos comprometidos en la defensa de nuestros
intereses, pero estos principios éticos que Ud. ha recordado son indispensables».
¿Es tarea de la Santa Sede, por tanto, decir lo que otros, por
diversos motivos, no pueden o no quieren decir?
Aquí reside la fuerza y la debilidad de la Santa Sede: porque el Papa
nos recuerda a los católicos y al mundo entero los principios morales.
No existe ninguna otra arma de presión. El Papa no puede decir: «Haz
esto o si no…», porque el Papa no posee las famosas divisiones de
staliniana memoria. Ya Pablo VI, en su intervención en la ONU en 1965,
ofreció el servicio de los cristianos como “expertos en humanidad”.
Expertos en humanidad que tienen una identidad muy determinada. ¿No le
parece que muchos preferirían oír hablar de los principios sin
una referencia explícita a Cristo?
Pero no podemos hacer otra cosa. Al final de su visita a la ONU en 1995 - yo
estaba allí y recuerdo el episodio - Juan Pablo II subió al coche
y dijo: «¡Se lo he dicho!». Como yo no entendía a qué
se refería le pregunté: «Santo Padre, ¿qué?».
Y él dijo: «Que nuestra motivación es Jesucristo».
Y, en efecto, en su maravilloso discurso recordó los principios morales
y concluyó diciendo: «Mi esperanza y mi confianza se fundan en
Jesucristo». Esto me consoló, porque es lo que intentamos hacer
con nuestra presencia en la ONU y en todas las circunstancias en que estamos
presentes: llevar la luz de Cristo a todas las cuestiones de interés
internacional. Naturalmente estos principios morales pueden ser aceptados por
todos: la defensa de la vida, de la familia, del derecho al desarrollo, la centralidad
del ser humano, la dignidad del hombre.