El antídoto
La ideología es la incapacidad de contar más allá del número
dos. Si el mundo está formado por “nazis”, por una parte,
y “víctimas”, por la otra, una vez asignado el puesto de
perseguidos a los palestinos, paradójicamente «los judíos
de Israel, o los sionistas, terminan siendo acusados de ocupar exactamente el
lugar de los nazis».
¿Cuál es el antídoto para esta situación? Para el
pensador francés el defecto estriba en la idea de razón: o ésta
pretende dominar la realidad - y entonces se transforma en ideología
- o bien se sitúa en una posición de mayor apertura, aprende a
respetar la alteridad del “dato”, de lo que sucede, y sabe reconocer
sus propios límites. Por esto evocaba al escritor Robert Musil, recordando
su irónico “principio de razón insuficiente”, que
echaba un poco de arena al poderoso mecanismo de la racionalidad occidental
formalizado por Leibniz y llevado a su cumbre por Hegel: «Leibniz, recapitulando
una gran tradición metafísica, dice: “Nihil est sine ratione”,
no existe nada fuera de la razón. Así, no se producen más
acontecimientos que los que tienen razones válidas para suceder. El protagonista
del libro de Musil El hombre sin atributos (parte de la Obra Completa del autor,
publicada en español por Seix Barral, 2001, ndt.), Ulrich, se pregunta
si no será cierto justo lo contrario, que sólo se producen hechos
que no tienen razones suficientes». Finkielkraut subrayaba cómo
esta afirmación de Musil es una espléndida puesta en guardia contra
la ideología: «Sea cual sea su orientación política,
la ideología consiste siempre en querer someter la realidad al “principio
de razón” sin dejar nada a la casualidad».
Sierva del poder
Reducir la realidad a lo que hoy somos capaces de comprender es la máxima
forma de irracionalidad, que envenena no sólo la política, sino
también la ciencia, reducida a sierva del poder (scientia propter potentiam),
con todos los riesgos, ecológicos y eugenéticos del caso. Y también
daña a la justicia: «Seamos ateos o creyentes - decía Finkielkraut
- deberíamos estar de acuerdo en esto: el hombre no debe creerse Dios».
Un tribunal penal internacional que pretenda juzgar los crímenes sin
límite alguno de competencia territorial o temporal «se convierte
en una especie de instancia divina». Las consecuencias pueden ser muy
graves. Por eso el mayor arte del hombre no puede ser la justicia sino la política:
«Al derecho que se cree divino hay que oponerle una política para
la humanidad. Entre la proclamación de los Derechos Humanos y una política
a favor de la humanidad, yo me quedo con la última».
Para Finkielkraut sólo un hijo nos podrá salvar. Aconsejaba releer
a Hannah Arendt, que hizo del nacimiento el paradigma ontológico del
evento, del acontecimiento que rompe la medida de nuestra razón (tal
vez alguno recuerde el libro Il senso della nascita de Testori y Giussani).
La Arendt, retomando en clave laica la fórmula bíblica “un
niño nos ha nacido”, la ha convertido en el símbolo del
milagro que sostiene cada día de la existencia. «Pero hoy - concluye
Finkielkraut - advertimos que la utopía ultramoderna está venciendo
ampliamente a los milagros». Tal vez no sea una casualidad que la ciencia
se esté aplicando en dominar precisamente el nacimiento, para arrancarlo
de las peligrosas incertidumbres de la sexualidad.