DOCUMENTO
Reflexión religiosa sobre una tragedia de la modernidad
Moisés y el Columbia
Don Luigi Giussani - Corriere della Sera, 9 de febrero de 2003
Luigi Giussani
Estimado director:
Observando las imágenes finales del Columbia, se impone una pregunta: con
todo lo que sucede, ¿es justa la vida? Si no respondiésemos, todo
acabaría en desesperación, como si la misma tragedia sucediese mil
veces al día, dejando a millones de personas sin salida.
Sin embargo, mientras busca una respuesta que defienda la libertad, la bondad
o la justicia, el hombre choca con su límite; se ve tan limitado por naturaleza
que todo esfuerzo parece inútil, como si fuera imposible llevar a cabo
un solo acto libre de injusticia o contradicciones.
Somos todos como Moisés, que acompañó a través del
desierto a los suyos; llegó a vislumbrar lo que después se convertiría
en el Estado de Israel, sin poder pisar a la Tierra Prometida, pues Dios le había
dicho: «Por tu temor, porque no me hiciste justicia, no llegarás
a entrar en ella». Fue Josué, en efecto, quien entró con sus
tropas para la conquista. Todos estamos como en el umbral de una tierra tan deseada
como inalcanzable. Y por ello, quien tiene un aliento de vida se plantea la pregunta
acerca de su éxito final.
Sólo la cruz de Cristo puede explicar y dar razón de todo lo que
ha sucedido. Su muerte es la respuesta que Dios da a nuestros límites e
injusticias. Fallarían las razones, faltaría una explicación
adecuada si no existiese Cristo. Él marca la extrema victoria de Dios sobre
la realidad humana. Pase lo que pase, la «misericordia» está
en el trasfondo de todo lo humano. La misericordia: Dios vence el mal dentro de
la historia con el bien, con una positividad que ofrece sentido a todo lo que
sucede.
Pero a menudo el hombre no puede comprenderlo. No consigue comprender la única
explicación que podría salvar a la historia del yugo del daño
y la maldad. Entonces se produce algo increíble, lo más increíble:
el hombre pretende juzgar a Dios. Me inquieta pensar en el futuro, en qué
puede hacer el hombre si juzga a Dios como injusto por lo que sucede y no logra
comprender. El hombre no puede. Para Dios todo es posible (Él es el misterio,
y el hombre no puede entrar a menos que Él mismo le abra sus puertas) y
quien le juzgase - por pura presunción - sería causa de una verdadera
ruina. ¡La tragedia de Jesús fue ésta!
En cambio, la muerte y el destino de Cristo son la resurrección de la vida,
la victoria sobre todo mal. Quienes Lo aceptan participan ya de la resurrección.
Quienes no Lo aceptan porque no comprenden, destruyen el mundo.
De todas formas, decir que Cristo «ha vencido» es una expresión
que nos queda siempre algo extraña. Llegamos a ella como a una salida misteriosa,
pues mantiene intacto el misterio según la voluntad del Padre, hasta que
Dios mismo se manifieste. Y cuando se revele, será el final, el fin del
mundo. Para poder decir «Ha vencido», el hombre debe llevar a cabo
una elección, debe dejar que el bien triunfe sobre el mal. Debe elegir
el bien, y no insistir en subrayar el mal. ¡Nadie puede negar esto! A priori
es justo, no está a nuestra merced, es algo que reconocemos.
En este sentido, la historia de EEUU nos enseña una actitud positiva ante
la vida, conocida en todo el mundo. Y también demuestra que la falta de
sentido, puede trocarse en un sinfín de rebeliones y masacres.
Dios, el Señor, me hace alcanzar una certeza de fe: su amistad conmigo,
su amistad con el hombre, no vacila ante nada (desde los comienzos Dios entabló
su relación con la tierra eligiendo un pueblo, una nación predilecta,
para llevar al mundo entero hacia un cumplimiento que de otra manera no hubiera
tenido jamás). Pensar en que Jesús, poco antes de morir, llamó
«amigo» a Judas, a quien le traicionaba, es algo de otro mundo. Dice
el Salmo 117: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque
es eterna Su misericordia». Es algo de otro mundo. En estos días,
recordaba el diálogo de Maximiliano Kolbe con el oficial alemán:
«Tú tienes que matar a diez personas. Yo quiero sustituir a uno que
es padre de familia...». Y el alemán aceptó. Si Hitler hubiese
presenciado ese ofrecimiento, ciertamente no habría premiado a ese oficial,
pues secundó una justicia que no era la suya. Aceptando el intercambio,
expresó el sentimiento natural de un hombre que podía tener hijos
al igual que el condenado. La Iglesia ha hecho santo al padre Kolbe porque fue
justo ante Dios. Lo mismo que la Virgen, vértice para mí de esa
evolución del yo humano que se llama santidad. Frente a cualquier desastre
o límite, un hombre puede afirmar con seguridad que la vida es justa porque
se dirige, misteriosamente pero con certeza, hacia su destino bueno.