Editorial
Un “arma” para la reconstrucción de lo humano
«No sólo me interesa la educación, sino que de manera especial
me interesa el tipo de sugerencias innovadoras que propone don Giussani a la
hora
de recuperar la educación como actividad cristiana. Me gustaría
comentar muchos aspectos del libro El riesgo de educar. Pero me encuentro en
tal sintonía que puedo decir tan sólo: “Quisiera haberlo
escrito yo”». Son palabras de Stanley Hauerwas, a quien en 2001 el
Time Magazine consideró “mejor teólogo de EEUU”. Junto
con unos cincuenta profesores universitarios, filósofos y pedagogos, participó hace
unas semanas en un congreso organizado por la Georgetown University de Washington
DC. The Risk of Education fue el tema del congreso, el texto de don Giussani
recientemente editado en EEUU. Fue un evento pequeño, pero significativo,
que se celebró a pocos metros de los palacios donde simultáneamente
se tomaban decisiones que afectaban al orden geopolítico del mundo. Se
trata de una coincidencia que ayuda más que muchos análisis a discriminar
en la confusión de estos momentos.
Hace unos treinta años, Pier Paolo Pasolini, a propósito de los
chicos que en los años setenta gritaban en las calles que querían
cambiar el mundo, advertía en ese ímpetu una debilidad, pues confiaban
en unos buenos sentimientos y exaltaban la organización para cambiar el
mundo. Aquella “generación desafortunada”, decía el
poeta, no había encontrado tiempo para conmoverse ante los antiguos tabernáculos
o ante un pintor del Cinquecento. Había rechazado su tradición
y se encontraba sin raíces para abordar el presente.
Hoy, en un tiempo marcado por la violencia, el terror y la guerra, otra vez muchos
piensan que saldrán del paso apelando a los buenos sentimientos y exaltando
la fuerza de las organizaciones. De esta manera, el campo de la acción
humana parece quedar restringido a los eslóganes sentimentales en favor
de la paz o a las estrategias refinadas de las naciones poderosas. En ambos casos
se confía, en última instancia, la construcción de un futuro
mejor al buen funcionamiento de unas instituciones. Aunque después se
constate que ninguna buena organización (ni familiar ni mundial) puede
garantizar por sí misma la paz y la libertad. Hace falta otra cosa. Casi
nadie parece considerar que este tiempo de tensiones y dramas exige que los hombres
se interroguen acerca de cuáles son sus recursos para abordarlos.
Por tanto, mientras la mayoría se cierra en sus posturas y decisiones,
creando a todos los niveles - personal, nacional e internacional - las condiciones
propicias para divisiones y choques, algunos agarran el toro por los cuernos
y se preguntan: ¿Cómo estamos educando a nuestros hijos? ¿Cómo
nos estamos educando? ¿Cómo sostenemos las razones que nos hacen
hombres libres, capaces de perseguir el bien, lo verdadero y lo justo, capaces
de esperar incluso en medio de las contradicciones? ¿Cómo crece
en la historia un hombre realmente libre? Durante el congreso de Washington,
algunos se han planteado estas cuestiones con una seriedad ejemplar, muy difícil
de encontrar hoy. En los diálogos de Schindler, Hauerwas, Tillman y demás
profesores no había nada de artificioso o abstracto. Toda su experiencia
humana e intelectual estaba en juego al advertir con claridad que el problema
educativo es crucial para EEUU y para el mundo entero precisamente en estos tiempos
de guerras.
De nuevo, en medio de la convulsión de la historia contemporánea,
mientras las ideologías luchan por dominar el tablero, los cristianos
llevan su anuncio a la vida real de la gente, indicando puntos de recuperación
y de esperanza. Y ofrecen una experiencia de educación como “arma” para
la reconstrucción de lo humano, para «sostener la grandeza y la
profundidad de la lucha del hombre». Como sucedió en Rímini
en los Ejercicios de Pascua, cuando don Giussani habló a siete mil estudiantes
de instituto: «El hombre busca la felicidad, dice la Biblia. ¿Cuál
es método para encontrarla? Desde que el Señor nos toma por los
hombros y nos empuja hacia adelante, desde ese momento ya no hay nada que pueda
sustituir el don gratuito de Dios en la vida».
Educación es libertad.