cartas
a cargo de MARÍA PÉREZ

LÍBANO
Entre los cedros del Líbano
Giuseppe, Isabella (con sus hijos Giovanni y Elisabetta) y Yolanda habían llegado para compartir las primeras vacaciones de la comunidad de CL en el Líbano. Después de algunos momentos de desconcierto debido a los sucesos que estaban ocurriendo, con la atención puesta en las noticias que venían de EEUU y con el temor por lo que podría suceder aquí en Oriente Medio, decidimos no renunciar a un gesto tan importante para todos nosotros y para nuestros amigos libaneses. Habíamos llegado el 11 de febrero de 2000: nos acogió una comunidad de siete u ocho personas, con las que la amistad nació y creció a partir del gesto semanal de la Escuela de comunidad. A comienzos de agosto, se unió Roberto, que trabaja en un proyecto agrícola de AVSI. Un total de veinticinco personas nos reunimos en Hasroun, un pueblo en las montañas del norte del Líbano, frente al Valle de los Santos. No todos se conocían entre ellos, y enseguida se puso de manifiesto que, sobre todo entre algunos, no parecía haber nada en común. Precisamente por esto nos pareció un milagro la unidad entre nosotros, como dijo Andrè: «Aunque al comienzo no conocía a la gran mayoría de las personas, he tenido una fuerte experiencia de libertad y he encontrado “buenos oídos” dispuestos a escucharme». La primera tarde aprendimos algunos cantos de nuestra tradición en francés (Cocagnac), inglés e italiano, gracias a Isabella, Giuseppe, Therese y Cessine, que habían preparado los cancioneros con las traducciones en francés, la lengua que todos conocen en el Líbano. Los días empezaban con el rezo de los Laudes, bajo la mirada llena de curiosidad de los encargados de los hoteles que estaban alrededor. La mañana del segundo día estuvo dedicada a los juegos. Por la tarde, fuimos a visitar el pueblo natal de san Charbel, uno de los santos más queridos y más “activos” del Líbano, que vivió en el siglo XIX en estas montañas. Después de la cena, Yolanda nos contó de qué forma La anunciación a María había tocado su vida desde muy joven, haciéndole comprender que todos los sucesos de la vida ponen de manifiesto el sentido que tienen los límites del hombre: o son para reconocer al Misterio o son una tumba. Una hermosa provocación para personas que han vivido dieciséis años de guerra y que han tenido siempre la fuerza de volver a empezar, sin dejarse determinar, en última instancia, por la dramaticidad de los eventos. Incluso con respecto a los atentados del 11 de septiembre demostraron un jucio y una apertura sorprendentes. Cuando la televisión nos convocaba para seguir las noticias de EEUU, no dejamos hueco al riesgo de caer en una posición de pesimismo y de cinismo ante el futuro, a pesar de vivir en un país como el Líbano, en donde sería “humanamente comprensible” no tener esperanza. Al día siguiente, fuimos de excursión al Valle de los Santos. Al llegar a la iglesia de Nuestra Señora de Kannoubine, Cessine nos contó que en el siglo XIV los monjes maronitas, guiados por su Patriarca, se habían refugiado en ese lugar para escapar de las invasiones de los mamelucos, primero, y después de los turcos. Allí vivieron durante más de 400 años, construyendo casas, comunidades, escuelas, y labrando la fértil tierra del valle. No podía faltar la velada final entre cantos, frizzi y bailes árabes y, a petición de la mayoría, un gran plato de pasta a media noche que Roberto cocinó magistralmente. El domingo por la mañana nos vimos para tener la asamblea final en la que Michel comentó: «He descubierto otro modo de vivir la Iglesia, más verdadero para mí». Christiane, añadió: «Aunque quizá no estoy de acuerdo con todo, lo que decís supone para mí la posibilidad de compararlo con mi vida». O también: «Antes de cualquier propuesta, se introducía en mi pensamiento una duda: “¡Oh Dios, quién sabe lo que seremos capaces de hacer!”. Pero eso dejaba paso al estupor al constatar que lo que sucedía era más grande y más hermoso que lo que hubiera podido imaginar. No era sólo el resultado de nuestra capacidad organizativa», dijo Paola. Regresamos a casa con la certeza que Cessine expresaba: las semillas arrojadas tendrán la oportunidad de florecer cuando volvamos a la vida diaria, al trabajo, al colegio y a la Escuela de comunidad. Frente a lo que está pasando en el mundo, se pone de manifiesto que la única opción es volver a partir del Hecho que sucede continuamente en la historia de cada uno de nosotros.
Emilio, Beirut

LITUANIA
Como Juan y Andrés
Querido don Giussani: Soy una universitaria lituana y le escribo para darle las gracias y para hacerle partícipe de mi alegría, porque este verano mi vida ha cambiado radicalmente. Mejor dicho, no ha cambiado mi vida, sino yo misma. Ahora veo, pienso y siento de otra forma. Nací y crecí en una familia donde jamás se pronunciaba el nombre de Dios. Con esto no quiero decir que mi familia sea mala, yo les quiero mucho. Pero crecí con la idea de que Dios no existía. En la infancia esto no me preocupaba, pero más tarde, cuando empecé a pensar en mi futuro, a buscar el significado de la vida, consciente o inconscientemente nació en mí la pregunta acerca de Dios. Quería creer, pero no podía, no sabía. Hasta que el año pasado, a través de Rasa, mi mejor amiga, conocí el movimiento. Al principio traté a tres chicas italianas que estudiaban en Lituania y vivían con Rasa. Con el paso del tiempo, fui conociendo cada vez a más personas que participaban en la vida del movimiento. Trataba de estar cerca de ellos, les escuchaba, observaba cómo rezaban, cómo estaban juntos, cómo cantaban. Me fascinaba la relación sencilla y natural con Dios. Quería ser una de ellos, quería ser igual que ellos. Pero, aún estando a su lado, era distinta, porque sobre mi corazón pesaba un secreto que jamás osé contar a nadie: ¡no estaba bautizada! Me sentía distinta de los demás, pensaba que probablemente no podía ni siquiera entrar en la iglesia. Pero un día todo cambió. Estábamos en las vacaciones del movimiento. Me sentía a mis anchas entre las personas que veía. Pensaba que quizá lograra hablarles, pero no tuve valor. Una tarde leímos un texto que hablaba del encuentro de Jesús con Juan y Andrés. Las ideas bullían en mi cabeza, pero callaba, tenía miedo de compartirlas, porque habría tenido que confesar que no estaba bautizada. Terminado el encuentro, me senté en un banco del patio y se acercó a mí David, un universitario italiano. Me preguntó en qué pensaba. Como los dos teníamos dificultades para expresarnos en inglés, llamamos a Rasa para que tradujera. Le confesé que no tenía el valor de hablar delante de todos, que guardaba todos mis pensamientos para mí. Cuando David me dijo que no era la única que tenía este problema y que también a él le pasaba lo mismo, todo me resultó más fácil. Se me brindó la oportunidad de contar lo que pensaba a dos amigos y esto no me parecía tan espantoso. Les dije que lo más importante era que hubieran hablado de lo que les sucedió a Juan y Andrés. Juan y Andrés se encontraron con Jesús y cambiaron sólo porque lo desearon mucho. Entonces David me preguntó: «¿Y cómo es para ti?». Era una pregunta muy simple, pero me inquietaba. Entonces le dije que para mí era muy difícil reconocer, pero que lo estaba intentando y deseaba. Vi sus miradas que me sostenían y les conté mis pesares; les dije que no estaba bautizada y que me sentía a disgusto por ello. No se asombraron ni se preocuparon, me aseguraron que yo era igual que los demás y que la casa de Dios estaba abierta para todos. De forma espontánea les pedí que fueran mis padrinos de bautismo. Ellos aceptaron. Decidimos mantener el secreto hasta el último día de las vacaciones. Cuando lo comunicamos, todos se alegraron, vi lágrimas en algunos rostros y sentí un gran apoyo y calor. Fue mucho más de lo que podía esperar. Después fuimos todos juntos a misa. Aquel día en la iglesia me sentí, por primera vez, tranquila y querida.
Gaila, Vilnius

ITALIA
Vivir el instante
Querido don Giussani: Al ordenar algunas cartas de mi marido, encontré este escrito suyo dirigido a ti poco antes de morir. No lo había leído. ¡Quiero mandártelo! No es fácil hablar de mis dificultades y las de mis hijos en estos ocho meses: el dolor quita las fuerzas y a veces parece que ya no puedes gustar de nada. Sin embargo, cuando llega la noche, me doy cuenta de que he dado un paso hacia adelante, y cuando por la mañana me despierto y digo: «Señor, ayúdame, te lo ofrezco», se me da la energía para vivir el instante, el hoy, minuto tras minuto, hora tras hora. Todo se está volviendo más verdadero, así también mi ofrecimiento por ti, por el movimiento y por todos los hombres. Te doy gracias, porque has entrado en mi vida y me has dicho cosas que ahora “estoy obligada a vivir”.
«Querido don Giussani: Te escribo unas pocas líneas, porque no quiero cansarte, pero quería darte las gracias porque estás cerca de mí. He escrito, para tenerla delante de mí, la frase de san Pablo a Timoteo que le dijiste al padre Manuel. Esta dificultad, mía y de Nicoletta, está contigo, es para ti, padre, porque tú has hecho brotar en mí, has revitalizado en mí y en nosotros, la fe en Jesús, que nos hace vivir, que da sentido, finalidad a esta historia, también dentro de la fatiga. Mi “sí”, tembloroso como el de Pedro, es el “sí” a Su voluntad, para que, como nos dijiste en la apertura de curso, sea nuestro lo que Dios ha querido. ¡Con Él todo es posible! Además estos son para mí días de gozo y de estupor, por los amigos que son una auténtica compañía para mí y para mi familia, incluso en los aspectos más concretos y pequeños de la vida, expresión viviente de Su amor. Son también días de alegría porque vuelvo a ver a personas que se han ido lejos (¿te acuerdas de Woro?) y que la enfermedad me permite volver a ver. Bobo».
Nicoletta, Milán

Fiesta de bienvenida
Publicamos una carta que una amiga de Santa Fe envió a sus amigos de Argentina a raíz de su estancia en Turín.
Hace un mes que estoy en el norte de Italia, cerca de los Alpes, con una beca para cursar un Master en Comunicaciones Móviles, en el Politécnico de Turín. Desde la Argentina unos amigos me consiguieron alojamiento en la ciudad. Fue realmente una bendición, porque cuando llegué ya estaba todo arreglado y ¡me estaban esperando! Estoy viviendo con cinco italianas, también estudiantes: Isabel, Clara, Michela, Ana y Francesca. La familia de una de ellas fue una de las que comenzaron el movimiento aquí, y el sábado pasado participé en la Apertura de curso, en un teatro repleto de gente, en el centro de Turín. Fue un encuentro muy sorprendente para mí. Después de hablar el padre Primo, un sacerdote amigo de Aníbal, habló un tipo del que no recuerdo su apellido, muy conocido por los miembros del movimiento, que perdió la esposa en un accidente de ruta en el Paraguay. El tipo se expresaba gritando; sin preámbulos, habló de todo un poco y toda la gente anotaba lo que decía. Pero lo que más me impresionó fue ver familias enteras en el encuentro, y todos escuchando atentamente y tomando notas. Otra cosa que me llama la atención es el afecto que tienen a don Giussani. En la casa donde vivo tienen un retrato suyo recibiendo la bendición del Papa y también libros y libros escritos por él, que son los que usan para trabajar la Escuela de comunidad. Me sorprende todo esto, tal vez por la idea que yo tenia armada respecto a cómo debería ser un movimiento cristiano. La semana pasada debía entregar un trabajo bastante complicado sobre antenas, que me tuvo mal toda la semana; ese tipo de problemas que cuando uno lo hace no entiende nada y le parece todo difícil, y cuando va a la consulta, el día antes de entregarlo, todo se aclara y resulta que era una pavada… Lo terminé a las 19 H. y a las 20,30 fui a la fiesta de apertura de curso del CLU, que se hizo en un castillo a las afueras de la ciudad, donde los reyes pasaban el fin de semana cuando iban de caza. Fue increíble llegar ahí de noche y entrar por un camino con banderas a los costados (como en las películas de la Edad Media) y con un jardín hermoso al frente... ¡me encantó! La reunión fue en uno de los salones del palacio, con cena incluida (autoservicio) y después ¡baile! Algunos guiaban los distintos bailes y los demás debían imitarlos. Enseñaron a bailar danzas irlandesas y bailes típicos italianos: de la zona del Piamonte, sin olvidar la imprescindible tarantela. Era increíble ver cómo la gente joven se entusiasmaba con estos bailes que son su “folklore”. Después bailamos también merengue centroamericano y... ¡¡TANGO!! Una mujer argentina que tiene una escuela de baile en Turín hizo una demostración de un tango, una milonga y un vals con unos alumnos de su escuela. Increíble. Después me querían hacer bailar a mí el tango, pero yo ¡¡ni loca!! Yo solamente lo bailo con mi abuelo. Todos me hicieron sentir realmente parte del grupo, no como una extranjera. Invité a la fiesta a uno de los brasileños que hace el Master conmigo, y quedó encantado de haber ido. Realmente lo pasamos muy bien. Sobre todo rescato la calidez de la gente de acá, que sin conocerme ni saber nada de mí me abrieron las puertas de su casa y de su corazón. Porque acá encontré que tengo otra “casa” donde sé que soy bienvenida.
Georgina, Santa Fe

Frente a Victorina
Hace algunos meses empecé a acudir a la caritativa. Se trata de algo sencillo. Visito una vez al mes durante hora y media a un grupo de ancianas, algunas con limitaciones físicas y mentales. Ir allí no altera mucho el ritmo de vida que llevo. Sin embargo, durante esa hora y media, mes a mes, ocurren cosas significativas. La realidad humana con la que me enfrento allí es cruda y dolorosa. Pero ante lo finito y doloroso empiezo a intuir la presencia de “algo más grande” que me toca y me cuestiona. Me pregunto cómo, cómo puede acontecer “algo” cuando el quehacer no va más allá de charlar con ellas, ayudarlas a comer, cambiarse y acostarse. Pues sí, su realidad me toca, me sacude hasta el punto de exigir un abrazo. Sus miradas me interpelan en su ausencia de conciencia (en la gran mayoría de los casos) buscando un porqué y puedo advertir que estamos hechos de lo mismo, que los deseos de su corazón laten como los míos y que el abandono no ha acallado su deseo de felicidad. Sin embargo, reconozco “algo” que sobrepasa mi propio límite, la posibilidad de ser portadora de una novedad cuando me descubro abrazándolas con fuerzas que no tengo, con una paciencia que no poseo, con una mirada que no conocía. Cuando me veo de rodillas frente a Victorina limpiándole la boca, entiendo que yo sola no puedo con esto: hay una presencia que me mueve, que me impulsa a abrazar y amar. La caritativa no es simplemente una visita, es ir al encuentro de una realidad humana que reclama de mí un sentido y que me exige mayor adhesión a la novedad que ha entrado en mi vida a través de Comunión y Liberación. En esa hora y media con las viejitas del hogar San José, no me cabe más que decir: “Yo soy Tú que me haces”. Y te pido que me hagas a cada instante, porque esta sed que tengo acumulada y que ha caracterizado mi insatisfacción sólo se llena de Ti y la recibo a través de este gesto. ¡Padre, hazme a cada instante, hazme para el mundo!
Leticia, Venezuela

Nuestro don Lino
Querido don Gius: El martes 2 de octubre llamó a las puertas del cielo don Lino Mancini, sacerdote de CL en Cesena, que tú bien conocías. Te enviamos esta carta que hemos escrito a un periódico local para expresar el dolor por su muerte y todo el agradecimiento que le debemos por ser sus hijos. «Querido don Lino: Tal vez tenías un carácter muy fuerte y nos obligabas siempre a pensar, a tomar partido, a seguirte o contestarte. En al campo de la fe, del pensamiento eras demasiado claro, racional y no nos dejabas vía de huida. Nos sacudías de la inercia. No quedaba más remedio que ponerse de tu parte o irse. Tu clase de religión era siempre un acontecimiento. Discurría entre tesis, hipótesis, observaciones y aperturas interesantes que nos fascinaban o, a veces, nos repelían. Entonces, discusiones, polémicas, debates, pero tu claridad, cultura y racionalidad eran muy superiores a nuestra capacidad dialéctica. En ese momento quienes te rechazaban se sentían vencidos y quienes te seguíamos, orgullosos de tenerte como maestro. Frío y duro, sin embargo, detrás de la superficie de tu rostro huesudo, se transparentaba la pasión que nacía del amor a la verdad y a quien tenías enfrente. La tuya no era la clase de religión sino la clase de razón. [...] Hombre de hierro en público, sabías escuchar y ser muy tierno en las relaciones personales. Ante las debilidades más grandes, los errores y el pecado, no nos infligías pesos mayores, non nos juzgabas, nos acercabas la misericordia que Cristo tuvo con Zaqueo, con la Samaritana. Nos enseñaste a amar las cosas bellas, el arte, la naturaleza, la música, la poesía, el canto, la compañía de los amigos, la Iglesia. Sabías apasionarnos y hacernos capaces del sacrificio por un ideal. ¡Será por ello que a la misa de los domingos a las 11,30h en la iglesia de Santo Domingo primero y luego en la Catedral, acudían centenares de antiguos alumnos tuyos, jóvenes o menos jóvenes, que te han seguido para escuchar tu palabra clara, la propuesta de un Cristo sin adornos, pero también dulce y compañero seguro en el camino! Será por ello que para acompañarte ha acudido a tu entierro un pueblo entero, un pueblo que tú, tan reservado, quizás no habrías esperado. Sembraste a diestro y siniestro sin preocuparte de recoger los frutos. Este pueblo es el fruto que Dios ha cultivado a traves de ti.
Giorgio, Raffaella, Franco, Cesena