La solidaridad de la OTAN, el diálogo con Moscú y Pekín, el reconocimiento del Estado palestino. El juicio del ex Presidente del Consejo sobre el desafío planteado por el terrorismo internacional
GIULIO ANDREOTTI
Ante la conmoción de lo que sucedió en Nueva York y en Washington la mañana del 11 de septiembre circuló una frase: nada será ahora igual que antes. Ésta valía sobre todo para los americanos que habían perdido la seguridad en la inviolabilidad de su territorio. Harán falta más que precauciones para neutralizar en el futuro un posible ataque de misiles (ver el escudo espacial). El enemigo tenía ya la posibilidad de violar el santuario y lo hizo de una manera satánica y terrible. Los muertos se contaban por millares, pero todavía más destruidos quedaron los objetivos apuntados: los símbolos clamorosos de la economía y de la potencia militar. No podían faltar críticas a la insuficiente seguridad de las líneas aéreas o a una presunta escasa vigilancia sobre los extranjeros (critica injusta en un país libre), pero el sentido patriótico de los americanos se despertó inmediatamente y todos se congregaron en torno al Presidente que, sin espectaculares (y estériles) demostraciones de fuerza, lanzó una llamada a la solidaridad mundial contra los terroristas, señalando a Bin Laden como responsable de la canallada asesina. ¿Las pruebas? La documentación fue reservadamente sometida a las cancillerías extranjeras, pero el árabe millonario asumió él mismo la autoría del desafío. Todos, o casi todos, le habían infravalorado y no habían tomado en serio la orden de búsqueda y captura realizada contra él hace cinco años por Gaddafi. Y tampoco cuando los talibanes eliminaron la representación diplomática iraní en Kabul se produjo una reacción adecuada. Tal vez los combatientes contra los soviéticos invasores gozaban todavía de un residual crédito.
El presidente Bush ha quitado de en medio con mucha habilidad el arma secreta de Bin Laden definiendo como traidores a su religión a los autores del crimen. Por tanto nada de cruzadas en pro o en contra del Islam.
Mientras tanto el gobierno de Washington se movía en dos frentes. La preparación militar de un ataque a Afganistán y la propuesta de un amplio consenso internacional contra el terrorismo. Está muy bien la solidaridad de la OTAN, pero hay que olvidar el pasado, impulsar el diálogo con Moscú y abrir un nuevo diálogo con Pekín. Aún más. Había que quitarle a Bin Laden el arma psicológica del apoyo a la causa palestina. En realidad ya Clinton había hecho mucho, pero había que ir más allá. El Estado palestino debe ser constituido y Sharon debe resignarse. Mientras escribo, la situación en Oriente Medio es todavía muy tensa después del asesinato de un ministro y de unas acciones represivas muy duras de los israelitas. Sin embargo, la gran política de apertura que los americanos han iniciado conserva toda su debida potencialidad. Me viene a la mente el juicio que, en la Alianza, dábamos hacía el año 1990 del general Powell: parece más un diplomático que un militar.