cartas
a cargo de MARÍA PÉREZ
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ITALIA
Pasión clásica
Querido don Giussani: Me llamo Davide y soy de GS de Reggio Emilia; tengo dieciséis años, una gran pasión y un don maravilloso: escucho y toco música clásica desde que tengo ocho años. Empecé a tocar el clarinete en el conservatorio y desde entonces percibo que la música me corresponde tanto que mi profesor decía que parecía salirme del corazón. Una vez estuve un día entero escuchando un concierto para flauta y orquesta de Vivaldi, porque quería conseguir tocarlo con mi flauta dulce para que lo escuchara mi abuelo. Crecí, por tanto, con la música clásica, un poco ridiculizado y mal visto por mis amigos, que escuchaban basura de todo tipo y decían que o estaba loco o era ya un viejo de diez años. Con el paso de los años, he conocido personas que me han valorado y tomado en serio. En concreto Bruno, un amigo de los Memores Domini; un día me dijo que debía presentarme a Claudio, un clarinetista profesional de Rávena que pertenece al Movimiento. Después de conocerle decidí ir a estudiar con él y, gracias a la ayuda de mis padres, pude trasladarme al conservatorio de Bolonia (desde hacía algunos años Claudio daba clase allí), aunque fuera agotador. Me conmueve pensar cómo ha cambiado mi vida: ¿acaso he decidido yo que fuera así? Sólo la mirada de Bruno, alguien que ama mi vida, me ha permitido hacer música con una conciencia cien veces más profunda. Estoy contento porque usted, y sobre todo su juicio sobre la música, me ha ayudado a descubrir el significado que tienen la música y la vida. Además les estoy muy agradecido porque ahora en mis partituras puedo leer esa misteriosa Presencia que siempre ha guiado las manos de los genios al escribir sus obras maestras. Es fascinante hacer música así y todo habla mucho más de mi corazón.
Davide, Reggio Emilia
ITALIA
No quiere la muerte
Escribo esta carta en memoria de Matteo Giani, un muchacho de 14 años que perdió la vida en un trágico accidente en Varese el lunes 7 de octubre. Era un chico amable, bien educado. Al principio, cuando coincidió en primaria con mi hijo, pensé que, siendo hijo único, su comportamiento siempre correcto se debía a que era objeto de muchas atenciones por parte de sus padres. Pero en cuanto le conocí mejor, lo tuve por casa, vi la amistad que crecía entre él y mi hijo, su buena educación me pareció cada vez más lo que verdaderamente era, el fruto de la atención de unos padres que le han querido, y mucho, de una manera justa y previsora. Atentos a hacer crecer a su alrededor de él y con él verdaderos amigos, a hacerle captar el sentido bueno de las cosas. Sensible, ocurrente, despreocupado a veces, se relacionaba con los adultos con naturalidad respetuosa; con los de su edad sabía intuir los rasgos del carácter de cada uno. Se equivocaba y pedía perdón. Le gustaba la poesía, la pintura y jugar al balón. Tenía curiosidad por el mundo y las personas; creaba buen ambiente a su alrededor. Por eso, ahora que el Señor se lo ha llevado puedo decir que el mundo es más triste sin Matteo. Su muerte ha sacudido a los compañeros que le han querido, y eran muchos: los primos, los compañeros de clase, los del equipo de fútbol, los scout, los chicos de GS. ¿Qué implica una pérdida tan dolorosa para Carlo, Andrea, Ignacio, Giovanni, Luca, Giulio, Leticia, Chiara, Giovanna, Bernardo, Giacomo, Mario, Nincola, chicos de 14 ó 15 años que por primera vez deben enfrentarse a un hecho para el que no encuentran palabras adecuadas fuera de las que nuestra compañía les ofrece? ¿Cómo pueden seguir sonriendo a la vida, sin olvidarse de Matteo, sin elegir la escapatoria de la distracción del drama misterioso que es la vida? Qué gran responsabilidad y qué desafío educativo, ¡qué prueba para nuestra fe de adultos, de padres y profesores, la muerte de Matteo! ¿Podemos contentarnos con el recuerdo? ¿Cómo volver a despertar en nuestros chicos la armonía del día,? Porque se nos dice que cada uno es criatura en las manos de Dios y debemos creer que Él «no quiere la muerte de sus hijos». Es algo de otro mundo, dice a menudo don Giussani. Y así, con estos pensamientos en la mente, vi a los padres de Matteo. En su gran dolor, en absoluto rabioso o desesperado, se preocuparon de consolar a los amigos de su único hijo, de asegurarles que Matteo está con Jesús, que la amistad grande y hermosa que tenían no ha terminado, no es un hecho efímero que se pierde en la nada, que puede continuar en la compañía de la Iglesia. He visto algo de otro mundo y quiero testimoniarlo.
Maria Stella, Varese
ITALIA
Una presencia necesaria
El 22 de septiembre viajé por motivos de trabajo a Beit Jala para supervisar un proyecto de cooperación médica. En el avión me acordaba de la jornada de apertura de curso, que alargamos después con algunos amigos cenando en un mesón de la Bassa milanesa mientras caía un pesado chaparrón. Apenas aterricé, comí en el comedor del Bethlhem Arab Society of Rehabilitation con el responsable local del proyecto. Mientras me ponía al día sobre las últimas noticias, vi una larga fila de pacientes, la mayoría jóvenes, agolparse delante del televisor que en ese momento transmitía una impresionante secuencia de imágenes que reflejaban todo el dolor y la violencia que sufre ese pueblo: jóvenes destrozados, ensangrentados, madres desconsoladas y postradas en silencio, hombres enmascarados que exhibían cuerpecitos exangües como bandera de una inevitable venganza. Miraba a los pacientes marcados por el odio, mientras escuchaba al administrador del hospital que repetía: «Tanto sufrimiento necesita que la presencia cristiana en esta tierra siga abrazando a estos dos pueblos prisioneros de sus derechos particulares».
Marco, Lodi
ITALIA
Fuente de esperanza
Estimo muy poco las esperanzas baratas. He llegado a la conclusión de que la esperanza verdadera sólo puede fundarse en un acto de fe, lo que representa un salto cualitativo en la conciencia. No por casualidad, la fuerza de un pueblo está en su fe. Toda empresa lleva implícita una esperanza, que no es otra que la de llegar al cumplimiento final. Verdaderamente la Virgen, diciendo «sí» y fiándose del Espíritu Santo que obra en la carne, es la figura de la esperanza. Esperanza y fe hacen posible Pentecostés. Id a un santuario mariano; contemplad su maternidad divina hacia todos los hombres, y la vida es regenerada. Más aún, todas las mañanas, ante los temores y problemas diarios, puedes acudir a esa fuente viva, como nos sugiere Giussani comentando la oración de Dante. Porque, ¿quién nos sostiene realmente si no Aquél que ha reavivado la esperanza en nosotros?
Milene, Milán
El Ser es caridad
Querido don Giussani: Hace tiempo que quería escribirle todas las cosas hermosas que han acontecido en mi vida desde que se me concedió la gracia del encuentro. Para mí la religión católica era parte de la cultura de mi país y de mi familia, algo natural, algo que resultaba obvio; sin embargo, cuando conocí CL todo se revolvió dentro de mí; parecía que hablaban de otra religión, otro Jesús, otra Iglesia y mi reacción primera fue de rebeldía. Estudiaba en la universidad, y mi objeción a la invitación que me hizo Daniele Semprini fue que yo era muy joven y que no estaba decidida aún a portarme bien, a ser buena, a dejar las fiestas y volverme seria y, por lo tanto, no sería coherente. Ante mi respuesta, lo único que él me dijo fue: «No tienes que cambiar nada. Cristo te ama profundamente así, como eres. Sólo te pide que le digas sí». ¡No lo podía creer! Tenía la seguridad de que este hombre no sabía lo que decía porque no me conocía realmente. Si hubiera sabido de mi vida, no me habría hablado así. Estaba segura de que para ser buena debía seguir muchas reglas, para después aspirar al amor de Cristo. Sin embargo, en mi interior se despertó una esperanza hasta antes desconocida que producía una gran ternura hacía mí misma. Entonces empecé a frecuentar una Escuela de comunidad cada semana en mi universidad con Lupita, que tenía que hacer un recorrido de una hora ¡solo para encontrarse conmigo! Definitivamente estos no eran normales. Entonces decidí que nunca me apartaría de este grupo, nunca; pero mi libertad no se sostuvo y me alejé. Cuando regresaba a Oaxaca de vacaciones veía a mi mamá distinta, se reía con facilidad (ella no lo hacía antes), se le veía contenta, cantaba mucho y recibía a mucha gente en casa a cenar, a ver una película, a leer un libro y una vez a la semana a clase de baile. Todo a raíz de que conoció al Movimiento. Yo, otra vez escéptica, no podía sentir más que rechazo, muy dentro de mi no era otra cosa que envidia de ver vivir la vida de ese modo y no como yo la vivía. Por un interés meramente intelectual me acerqué de nuevo a la Escuela de comunidad, pues se estudiaba un libro del autor de El Sentido Religioso, de un filósofo italiano que yo ya conocía por mis clases de ética en la universidad. Quería también encontrar algún indicio de manipulación que me permitiera demostrarle a mi mamá que estaba en un error, así que no solo asistía a las reuniones, sino que verdaderamente empecé a estudiar el libro muy a fondo. Comencé a confrontar constantemente las palabras que leía con mi vida. Me llené de dudas y objeciones, pero Dios no me dejó sola. En mi camino me hice muy amiga de René, quien con toda paciencia y amor me escuchaba, me aclaraba mis dudas y compartía su experiencia. No soportaba que unas personas desconocidas tocaran mis sentimientos y mis pensamientos más íntimos. Me dio miedo conocer la verdad de mi vida, descubrir que yo no podía decir que vivía con pasión, aceptar que no tengo nada bajo control, que dependo de Otro... ¡qué miedo! Todo esto me causó un gran dolor. En un retiro de nuestra comunidad vimos el vídeo de don Giussani con el Papa. En el discurso, empezó diciendo que si no se pertenece a Cristo, se pertenece al mundo. Era lo más fuerte que jamás había oído. Era radical. Yo supe en ese momento que debía tomar una decisión y no soportaba la idea de estar a merced de cualquier ideología. Me sentí claramente aventándome desde la punta del precipicio, abandonándome a que Él me sostuviera. Lo único que sabía era que quería pertenecerle. Quería decirle sí, como me había sugerido años antes Daniel, aunque no supiera el modo. Quería entregarle toda mi vida, con todo: tenía novio y lo quería muchísimo... y quería pertenecer a los Memores Domini. Hablé con René, mi mamá y Daniel; cada uno por separado coincidía en que hay solo una vocación: seguir a Cristo, y que la modalidad en que se le sigue no es decisión de uno, sino una decisión de Dios. Pensaba que mi novio era una objeción para vivir como yo quería, pues no pensaba como yo. Entonces leí un artículo de Huellas en el que un muchacho le pidió a San Ricardo Pampuri por la conversión de su novia, que era marxista, y se lo concedió. Yo quería lo mismo. Pedí, y se me concedió. No sólo su cambio, sino el cambio de mi mirada hacia él y, por consiguiente, la verdad de nuestra relación. El método era seguir, ser fiel a mis amigos, a su consejo; y en este camino, gracias a Amedeo, comprendí lo que era el matrimonio, (que no coincidía para nada con lo que yo pensaba, mi idea social de casarse). Descubrí que Dios me llamaba a formar una familia y me casé llena de gozo, con la conciencia de estar diciendo sí a Cristo. Por ahora no tenemos hijos... esperamos que se nos concedan pronto. Sigo acudiendo a la Escuela de comunidad. Formo parte de un grupo de Fraternidad de matrimonios jóvenes y Amedeo nos acompaña. Trabajo como directora de una obra del Movimiento, el jardín de infancia Alecrim, y me siento afortunada de trabajar en un lugar en el que todo llama a la memoria. Como siempre, Dios continúa cuidándome en todo lo que hago; y en este ciclo escolar Lorenzo nos ayuda a las maestras y a mí a profundizar en la identidad de nuestra escuela. Aceptar que se me ama con un amor incondicional, tal como soy, sin que se pretenda de mí nada, es lo más hermoso que me ha sucedido en toda mi vida. Y aunque ahora sé que CL es un Movimiento católico dentro de la misma Iglesia a la que siempre he pertenecido, yo lo considero algo totalmente nuevo. Cristo se me revela vivo. Ahora sé que no es costumbre, que no es un adorno de bondad en mi vida, sino que es la razón misma de mi existencia. Bendigo a Dios por haberme escogido en este camino, a usted por amarme como me ama, por cuidar de mi vida hasta el más pequeño detalle. A través de usted, Cristo ha cambiado mi vida. Gracias don Gius.
Doriluz, Oaxaca
A flor de campo é o alecrim
Una amiga de Oaxaca cuenta el nacimiento y la experiencia de los dos primeros años de un jardín de infancia, recopilando las notas de las promotoras de la iniciativa .
En el último piso de la casa, en un pequeño cuarto que acondicionaron para oficina, hay una mesa redonda, dos sillas y muchos, muchos papeles. Cuentas que pagar, recibos que firmar, nóminas que revisar, etc. Es la oficina Lupe y Sara, las responsables de la administración, de la secretaría y de todo lo que una guardería pueda necesitar. Se las ve trabajar en su escritorio, o subiendo y bajando escaleras para ayudar en lo que puede haber de previsto e imprevisto; siempre atentas a lo que acontece en el centro. ¿Cómo llegaron ahí? ¿Qué sabían de jardines de infancia? Su respuesta es sencilla y alegre: «No sabíamos nada de lo que era una obra. Estamos aquí con el deseo grande de ayudarnos a entender qué significa esto a lo que en un principio dijimos sí. Mirándonos una a otra hemos vivido la experiencia de la responsabilidad; una responsabilidad que, si bien nadie nos la marcó así, ante la realidad le dimos una forma y un rostro. Los papeles tienen ahora ya un nombre; también nosotras tenemos un método para mirar la realidad». «A mí me apasiona - añade Sarita - ver cómo mi límite, mi temperamento, no es obstáculo para afrontar esto. Al principio la única razón que me movió a hacer el jardín de niños fue el deseo de que me hijito tuviera un lugar donde pudiera vivir lo que yo ya estaba viviendo, participar de la experiencia que nace del carisma de don Gius: ¡Cristo presente en lo cotidiano! En las primeras juntas me di cuenta de que no sabía nada de lo que significa hacer una obra, pero ni estaba ni estoy sola. He aprendido a dar a mi tiempo un valor que antes no tenía y a escoger lo que quiero hacer de él. ¡Todo, hasta la fatiga, tiene otro sentido ahora!». Lupita observa: «Cada vez deseo más cuidar Alecrim, defenderlo (como ya ha sucedido); es como un bebé que necesita de todos nuestros cuidados. Empecé obedeciendo a una inquietud del corazón; una curiosidad que al principio me resultaba lejana, y que ahora me corresponde más; - y continúa, mirando con sus ojos llenos de asombro lo que tiene delante, escuchando las risas y las vocecitas de los niños - es Otro el que suscita este deseo y lo cumple». Con curiosidad les pregunto qué ha sucedido en ellas en estos dos años de Alecrim, un tiempo en el que nos han asombrado a todos por el peso que ha adquirido la presencia de esta pequeña flor en el ambiente de la ciudad. Se miran y coinciden en responder que están siendo educadas y acompañadas, que aprenden a ser madres y ven que el trabajo corresponde con lo que viven. Llega el momento de continuar con lo que estaban haciendo y me dice Sarita «¿Sabes? Uno no da el tiempo que le sobra, tampoco lo que le gusta hacer o no, uno da lo que el lugar necesita, lo que se le pide; y esta obediencia me va haciendo estar más atenta a mi maternidad, a mi esposo, en fin, a mi familia. Aquí no se elimina nada de lo que tú eres; por el contrario, te vas descubriendo a ti mismo». «Ayer en la Escuela de comunidad - añade Lupita - pude comprobar que en este lugar podemos decir Y creyeron en Él, porque vemos lo que Cristo hace en nosotros y en esta obra».
Dora Luz, Oaxaca
Del mismo pueblo
Un santo era un ser alejado de mí, una persona superior a las demás por haber nacido con dotes especiales y, por tanto, alguien que debe defender su fe. De hecho, la defensa de su fe la percibía como inherente a su condición de santos. Sin embargo, al asistir al acto que organizó el Centro Cultural La Aventura Humana bajo el título Santos y Héroes, forjadores de nuestra Patria con motivo de la cercana beatificación de los Mártires de Cajonos (Oaxaca), me percaté de que la defensa de la fe por parte de seres limitados como otros cualesquiera es lo que hace a un santo. Es la conciencia de que Cristo es lo único por lo que vale la pena vivir y morir. Al escuchar la narración de la vida de Jacinto y Juan, percibí que estos dos indígenas eran personas comunes que cumplieron con su deber en todo momento: respondieron a su cargo de fiscales y avisaron de la realidad que el pueblo afrontaba, aún cuando sabían que sus compatriotas podrían enfurecerse. Esto es responder a Cristo dentro de las propias circunstancias. Y cuando fueron martirizados por sus propios vecinos lo aceptaron porque sabían que Dios estaba con ellos. Sabían que la causa por la que iban a morir era verdadera. La muerte sólo se acepta si es por algo más grande. Los mártires de Cajonos son un ejemplo a seguir no porque tuvieran cualidades especiales, sino porque eran personas como nosotros, sólo que tuvieron la Gracia y el valor de vivir por Cristo.
Claudia, Oaxaca
Recuperar la salud
El día del Pilar, tuve una lumbalgia aguda y me tuvieron que trasladar al hospital de Getafe, porque no me podía mover a causa de los tremendos dolores. Detesto los hospitales. El hospital es el lugar por excelencia de la debilidad humana, del dolor, la enfermedad y, tantas veces, de la muerte. El sábado decidieron que me iban a llevar a la sección de observación. Casi todos los que estaban en esa sección tenían problemas mucho más serios que el mío. Imaginad el panorama. Allí casi todo el tiempo te lo pasas sola, porque dejan entrar pocas veces a los familiares y pocos minutos. Tenía esperanzas de que me dieran el alta el domingo, pero decidieron ingresarme; me subieron a una planta y ya podía estar acompañada. Pero, aunque estaban conmigo mi marido y dos de mis cuñados, yo insistía una y otra vez en irme de allí, y no paraba de llorar. Una noche me desperté a las cuatro de la mañana. Me angustié, comencé de nuevo a llorar y a pedir que me llevasen a mi casa. Vinieron las enfermeras para calmarme. Cuando se fueron, empecé a avergonzarme de mi debilidad. Mi fe no era, - ni es - ni siquiera como el átomo de un grano de mostaza, y me dolió pensar que así nadie podría reconocer a Cristo a través de mí, como he leído en tantos testimonios de amigos nuestros enfermos, que por el modo de vivir su enfermedad han sido reclamo para todos los que les rodeaban. Así nos acordamos de don Gius y de lo que sufre con su enfermedad. En medio de ese dolor don Gius no para de repetir ¡Qué grande es la vida!. ¡Aquello era el colmo! ¿Cómo puede un hombre enfermo como él decir ¡Qué grande es la vida!? ¿Qué tendrá en la mente y en el corazón para poder pronunciar esas palabras? ¿Qué verá en la realidad? Nos acordamos también del Papa y de cómo vive sus limitaciones ante el mundo, mostrándose tal cual es ahora, siendo para muchos el hazmerreír, pero para otros tantos provocación y testimonio indiscutible de Alguien que lo puede todo: Cristo. Reconocí que la distancia abismal que hay entre la fe de estos dos hombres y la mía sólo podía ser colmada por Dios mismo. Es Cristo Quien nos hace santos con nuestro pequeño sí, pero es Él. ¿Qué sé yo acerca del modo en que Cristo se quiere hacer presente a través de mí? Sólo deseo que lo haga.
M. Ángeles, Parla
Viva esperanza
Estos últimos meses han sido de los más difíciles que recuerdo, pero al mismo tiempo los más bonitos y conmovedores de mi vida, porque Él está. Uno puede vivir en la incertidumbre constante, en el trabajo, en la familia,... y aún así vivir verdaderamente de la esperanza. En este tiempo he aprendido que mi disponibilidad es para Otro, y tengo la certeza de que él responde y cumple a miles de kilómetros de aquí, o aquí mismo. Porque la vida no es mi proyecto, sino el Suyo. Lo más maravilloso es que todo esto no lo hubiera podido aprender y experimentar sin el milagro de Cristo hecho carne. No puedo dejar de conmoverme cuando caigo en la cuenta de cómo Jesús me enamora con una presencia, que lleva Su presencia. Con miradas de rostros concretos, que corresponden de tal manera con aquello para lo que mi corazón está hecho, que misteriosamente me hacen vivir más tranquila y contenta. No puedo dejar de agradecer a Cristo su continua preferencia por mi vida, ni dejar de mendigar su mirada en la realidad concreta que me toca vivir cada día. Gracias Señor por los milagros que me permites reconocer. Y gracias a don Giussani y a esos rostros por su sí a Cristo.
Marta, Madrid
El gusto de educar
Mons. Massimo Camisasca ha presentado en Ciudad de Méxicoiel libro de Luigi Giussani Educar es un riesgo
Educar es un riesgo es un pequeño libro de grandes alcances. Obra maestra de Luigi Giussani superada sólo por su verdadera Obra Maestra viva que es el Movimiento de Comunión y Liberación. mons. Massimo Camisasca, que es ahora superior de la Fraternidad sacerdotal y misionera de San Carlos Borromeo, habla del método educativo de don Giussani desde su experiencia, porque lo conoció en 1960, a los 14 años, y quedó atrapado desde entonces por esa humanidad excepcional. Camisasca viajó a México a finales de septiembre para presentar el libro ante un publico de más de 250 jóvenes, profesores y educadores, que se reunieron en el Auditorio Alfonso Castro Pallares del Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos. Allí afirmó que «esta obra muestra claramente la postura de Luigi Giussani ante los hombres. Giussani es una persona que vive una gran experiencia - continuó - y quiere comunicarla a los demás; por eso, la educación siempre ha constituido su mayor preocupación». Los asistentes intervinieron al final de la conferencia con numerosas preguntas. La mayoría apuntaban al modo de vivir la relación educativa en las diferentes actividades de la enseñanza y de la vida. Camisasca aclaró que «toda relación humana, en cuanto tal, es una relación educativa, y en la educación se trata de correr el riesgo, juntos adulto y joven, frente a la vida y frente a las personas que se aman». El evento, promovido por el Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos de la Arquidiócesis de México y por Comunión y Liberación, es la primera de una serie de presentaciones de Educar es un riesgo que se llevarán a cabo este año en diversas ciudades de México.
Jesús Jorge Mayáns López México