El regalo de los estudiantes
EVA HERNÁNDEZ
Por las aulas de el Instituto Hernán Cortés han pasado unos 2.000 estudiantes de más de 40 países diferentes.
«Tenemos la posibilidad de conocer personas de otras culturas, nacionalidades y mentalidades muy diferentes a la nuestra: europeos, asiáticos, africanos, americanos... Casi todos comentan que el trato humano les llama la atención, que en la escuela pueden encontrar su casa y una amistad verdadera, a pesar de nuestros límites, y eso siempre sorprende. Se vuelven con algo más de lo que tenían al llegar», cuenta Marghe, nuestra secretaria milanesa, que se ha convertido en punto de referencia para todos ellos. «Vine con una beca de la Universidad Católica y me quedo aquí porque me parece un lugar privilegiado, por aquí pasa gente de todo el mundo, todo tipo de personas, desde una pintora holandesa a gente del Movimiento como Lucy o las Suorine de Córdoba».
Este verano ha venido un grupo de las Fuerzas Armadas Americanas. Estamos acostumbrados a verlos en las películas, el supercomando que arrasa con todo, convencidos de que son los salvadores del mundo. Me impresionaba mucho hablar con uno de ellos al que le decía: «Tú te crees Supermán. Yo hace diez años que le di mi vida a Cristo, porque Él es el único que salva al mundo y yo quiero unirme a Su salvación». Si el primer día eran salvadores del mundo, al poco tiempo algunos empezaron a cambiar. Me impresionaba ver cómo uno que percibe una humanidad diferente, puede abrirse y decirte lo que le pasa, que sufre con su trabajo. Ver que no es un ente de ficción sino que es un hombre con los mismos deseos de felicidad que tienes tú.
Otro ejemplo es la relación con Liudmila, mi ucraniana favorita, que vino por primera vez hace cuatro años. Al marcharse nos dijo: «Tengo que volver porque en esta escuela hay algo que a mí me interesa. No sé cómo llamarlo, aquí he percibido algo que tenía mi abuela y que a mí el comunismo me ha quitado. Es la religión, el sentido religioso. Es la mitad que me falta, el aspecto trascendente que no tiene mi vida. Quiero venir aquí todos los años hasta que descubra esto». Un día vino su marido y nos dijo: «Abrimos una sucursal en Madrid y queremos que vosotros forméis a los dos responsables, lo dejo en vuestras manos». Hemos estado formándoles durante un año, pero además del español necesitaban alquilar una oficina, comprar el ordenador, abogados, banco, publicista, y para nosotros la tarea ha sido ayudarles en todas sus necesidades, porque la persona es una unidad, no podemos limitarnos al aspecto académico.
A finales del año pasado Liudmila me insistió discretamente: «Tienes que venir a Ucrania, necesito que conozcas mi país y sus gentes, y que me enseñes a mirarlos como tú miras las cosas, de una manera positiva. Y eso es sólo posible si tú vienes, ves lo que yo veo cotidianamente, y luego tú me lo haces ver». Me invitó una semana. El último día me miró y me dijo: «ya no tengo miedo de que me cambies la vida, no puedo tener miedo si me descubro contenta. Mi marido es ateo, pero me dice que busque lo que me haga más feliz y que tengo que invitarte otras veces a Ucrania o ir a verte a Madrid».