Memoria, Fidelidad, Responsabilidad
Stanislaw Rylko
Secretario Pontificio Consejo para los laicos
«En la vida de un Movimiento eclesial la memoria es importante y debe convertirse en fidelidad para no traicionar el don; debe convertirse en responsabilidad para no malgastar el don; debe convertirse en asombro del alma ante la grandeza y la gratuidad del don recibido»
Saludo
La Fraternidad de Comunión y Liberación vive hoy una gran jornada. La Eucaristía que vamos a celebrar constituye el momento cumbre de la peregrinación que habéis querido realizar a Loreto por el vigésimo aniversario del reconocimiento de la Fraternidad por parte de la Iglesia, un hito en la historia de vuestro Movimiento. Hoy estáis aquí, en gran número, para cantar vuestro alegre canto de alabanza y de agradecimiento por las grandes obras que Dios ha querido llevar a cabo en la vida de cada uno de vosotros, en la vida de vuestra Fraternidad y, por medio de vosotros, en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo. Habéis querido cantar vuestro Magnificat en Loreto, junto a María - Madre de la Iglesia y Madre vuestra - aquí, en su casa.
El saludo que os dirijo va mucho más allá de los límites de esta plaza para extenderse a todos los miembros de la Fraternidad, compañía de amigos esparcida ya por muchos países del mundo. Toda la Fraternidad está hoy espiritualmente presente en este Santuario y se une a esta solemne Eucaristía de acción de gracias por el don que vuestro Movimiento es para la Iglesia entera y para cada uno de vosotros. Podemos decir de corazón con el salmista: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre» (Sal 116 [114-115], 12-13).
El pensamiento se dirige espontáneamente a la persona de don Giussani. Le sentimos presente en medio de esta asamblea que reza. Físicamente está lejos, pero espiritualmente está aquí guiándonos y animándonos. Le estamos profundamente agradecidos por las meditaciones marianas de estos últimos meses con las que ha querido preparar a la Fraternidad para esta peregrinación histórica. Con afecto y estima, le rogamos que esté cerca de nosotros con sus oraciones. Y por nuestra parte, conmemorando su octogésimo cumpleaños, nos estrechamos a su alrededor con nuestras plegarias de hijos espirituales.
Con el corazón colmado de alabanza y de gratitud hacia el Señor, preparémonos para nuestra celebración eucarística reconociendo nuestros pecados, pidiendo perdón por todas nuestras infidelidades.
Homilía
1. El motivo que nos ha traído hoy aquí, al Santuario de la Santa Casa de Loreto, es el vigésimo aniversario del reconocimiento de la Fraternidad de Comunión y Liberación. Este acto oficial de la Iglesia ha abierto en la vida de vuestro Movimiento una etapa nueva, porque ha sellado el carisma - que es su raíz vital y profunda - con la marca de la autenticidad. Con este gesto de materna solicitud, la Iglesia ha reconocido en vuestro Movimiento y en vuestra experiencia del acontecimiento cristiano «un don del Espíritu y una esperanza para los hombres», como dice Juan Pablo II.
Pero estoy seguro de que hoy vuestra memoria no se detendrá en los últimos veinte años. Irá mucho más lejos, recorriendo todas las etapas de la historia del Movimiento hasta llegar a aquel pequeño grupo de estudiantes de un instituto como otro cualquiera, que en la Milán de principios de los años cincuenta se reunía alrededor de don Giussani, un sacerdote milanés como tantos otros. Todo parecía estar dentro de lo corriente, pero no era así. Porque bajo la apariencia de lo ordinario estaba naciendo algo que superaba los designios humanos: estaba tomando cuerpo un Movimiento eclesial. Es una de las muchas sorpresas que el Espíritu Santo nos reserva siempre cuando interviene. Y en vuestra historia estas sorpresas no han faltado: Comunión y Liberación ha pasado de ser un pequeño grano de mostaza a convertirse en un gran árbol, una realidad eclesial hoy presente en casi setenta países de los cinco continentes. ¡Cuánto camino recorrido! ¡Cuánta historia y cuántas historias personales, concretas, fascinantes! ¡Cuántas historias de auténtica santidad! ¿Vosotros lo sabéis mucho mejor que yo! Hay muchos motivos para dar gracias al Señor.
En la vida de un Movimiento la memoria es importante. Lo debemos aprender sobre todo aquí, en el Santuario de la Santa Casa de Loreto, casa de la memoria de las grandes obras que Dios ha cumplido para la salvación del hombre. Lo debemos aprender de María, Madre de Jesús, de la cual el evangelista Lucas dice: «Su madre custodiaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2, 51). Pero, ¿qué es preciso recordar, cuál debe ser ante todo el contenido de nuestra memoria en cuanto Movimiento? Hay que hacer memoria sobre todo de la experiencia originaria y del carisma del que nació vuestro Movimiento hace ya casi cincuenta años. Esta es la raíz vital de la que el Movimiento nace y renace continuamente. Este es el manantial del que brota continuamente esa afinidad espiritual que liga a las personas generación tras generación (cfr. Christifideles laici, n. 24), esa compañía y esa amistad que llamamos Movimiento.
He dicho ante todo porque después esta memoria debe convertirse en fidelidad, para no traicionar el don; debe convertirse en responsabilidad, para no malgastar el don; debe convertirse en asombro del alma ante la grandeza y la gratuidad del don recibido. En definitiva, una memoria así debe convertirse en gratitud, alabanza y adoración sin fin al Dador de todo don: Dios rico en misericordia. Habéis venido en peregrinación a María, a su Casa, para aprender de ella qué quiere decir fidelidad, responsabilidad, asombro, alabanza, gratitud. Su lección es sencilla: «María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Con estas escuetas palabras María ha dicho todo. Vuestra peregrinación a su Casa dice que siguiendo sus huellas queréis abrazar con fidelidad y entusiasmo renovados la perla preciosa del carisma de vuestro Movimiento para servir a la Iglesia y su misión; que queréis profundizar vuestra identidad en cuanto Fraternidad.
2. Hoy celebráis un aniversario importante en vuestra historia. Con ocasión del Gran Jubileo, Juan Pablo II ha explicado cuál es el significado de un aniversario en la vida cristiana. Lejos de ser una mera suma de números, el aniversario es un particular año de gracia (cfr. Tertio millennio adveniente, n. 15). En la visión cristiana, estas solemnidades, ya sean personales o comunitarias, son como pequeños afluentes del gran río de la salvación. Este es el trasfondo adecuado de la celebración de hoy: la historia de la salvación. En la vida de la Iglesia los movimientos eclesiales no son fenómenos accesorios. Son parte integrante de la historia de la salvación que se realiza en la Iglesia y mediante la Iglesia.
La historia de la salvación tiene su punto central en el evento de la Encarnación del Hijo de Dios, que ha asumido la naturaleza humana para redimirla. En la carta a los Gálatas hemos leído: «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción» (Gal 4, 4). Estas palabras de Pablo adquieren especial resonancia entre las paredes de este Santuario que son testigos del gran misterio de Cristo, Dios hecho hombre, Camino, Verdad y Vida. Y la historia de la salvación no es más que «Cristo mendigo del corazón del hombre y el corazón del hombre mendigo de Cristo», según la bellísima expresión de don Giussani. Aquí se juega el drama del destino de cada hombre y de cada mujer de todos los tiempos. El Movimiento quiere indicar - como dice el Papa -no un camino, sino el camino para la solución de este drama existencial (cfr. Carta a monseñor Luigi Giussani, 11 de febrero 2002). Y este camino es Crito, persona viva, único Señor y Maestro. ¡Cuántas personas han conocido a Cristo en estos casi cincuenta años, gracias al Movimiento y gracias a la Fraternidad! ¡Cuántas vidas cambiadas desde su raíz a partir de este encuentro fascinante! Son muchas, y vosotros - que abarrotáis esta plaza - sois la prueba. ¡Qué impulso misionero ha traído a la Iglesia del tercer milenio el redescubrimiento de la vocación bautismal del cristiano! ¡Cuántos matrimonios y cuántas familias son realmente felices porque viven su vocación en la fidelidad al designio de Dios! ¡Cuántas personas - hombres y mujeres - se han enamorado de Cristo hasta consagrarle su vida! ¡Cuántas obras al servicio del hombre dictadas por el espíritu de solidaridad cristina con quienes viven en necesidad!
El Movimiento y la Fraternidad se han convertido para todos vosotros en vuestra casa, vuestra morada. Hoy día muchas personas, aun teniendo apartamentos de lujo, no tienen morada. Su vida carece de raíces, está vacía, sin sentido. ¡Qué importante es para los hombres tener una casa, un lugar en el que poder reconocer y descubrir lo esencial de la vida! Una casa construida sobre roca... Aquí, en Loreto, en el Santuario de la Santa Casa de Nazaret, fijando la mirada en María - morada de Dios hecho hombre - podemos entender hasta el fondo qué quiere decir casa, morada. María es modelo de una morada verdadera: «Tú ennobleciste la naturaleza humana, hasta tal punto que su hacedor no desdeñó hacerse su hechura. En tu vientre prendió el Amor». El Movimiento y la Fraternidad continuarán convirtiéndose en morada y casa para muchos en la medida en que se identifiquen con María, con su dócil sí al anuncio del Ángel: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Por esto, don Giussani dice: «A la Virgen le pedimos esta gracia: continuar su piedad...».
3. La Fraternidad como casa, morada en la que se vive una experiencia fuerte de la presencia del Misterio, no es una realidad cerrada, replegada sobre sí misma, sino que - por el contrario - es una realidad abierta, tendente a la misión. Por esto, celebrando hoy su aniversario, la Fraternidad se presenta a Cristo y a la Iglesia con las palabras del Profeta: «Aquí estoy, envíame» (Is 6, 8). Estáis aquí reunidos, preparados para retomar el camino. Las tareas y las responsabilidades que os aguardan son grandes. Durante el inolvidable encuentro con los movimientos eclesiales en 1998, el Papa dijo: «En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios, la fe de muchos es puesta a prueba con dureza y no pocas veces se ve sofocada y apagada. Se advierte entonces con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. [¡Qué gran necesidad hay hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo!]. Y he aquí ahora, los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales. Ellos son una respuesta suscitada por el Espíritu Santo a este dramático desafío del fin del milenio. ¡Ellos son, vosotros sois, la respuesta providencial!» (30 de mayo de 1998).
Haciéndome intérprete de estas palabras del Sucesor de Pedro, quiero repetiros hoy que la Iglesia os necesita: necesita vuestro Movimiento y necesita vuestra Fraternidad. ¡La Iglesia cuenta con vosotros!
A quien celebra un aniversario se le suele felicitar. A las muchas felicitaciones que ha recibido la Fraternidad este año, quisiera añadir las del Pontificio Consejo para los Laicos y las mías personales. Así pues, os digo con Juan Pablo II: «Remad mar adentro y echad las redes para pescar: Duc in altum! (Lc 5, 4) [...]. Esta palabra resuena hoy para nosotros y nos invita a hacer memoria agradecida del pasado, a vivir con pasión el presente, a abrirnos con confianza al futuro: ¡Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre! (Hb 13, 8)» (Novo millennio ineunte, n. 1).
Que la Virgen interceda por todos nosotros y sea para todos maestra y modelo de vida cristiana vivida en plenitud. A ella, fuente viva de esperanza, confiamos el presente y el futuro de toda la Fraternidad y de todo el Movimiento de Comunión y Liberación.