Tú eres nuestra esperanza
Unos llegaban con el ánimo marcado por pruebas clamorosas o secretas, otros reflejaban una alegría sencilla; unos afectados por las complicaciones domésticas que imponía la jornada, otros con un especial entusiasmo. De todo había, y no era difícil comprobarlo al observar rostros atentos al rezo del Ángelus en la explanada de la Basílica de Zaragoza, que es el corazón de España. Las palabras de Javier Prades llevaron rápidamente la mirada de unos y otros a la presencia de la Virgen, fuente viva de esperanza para los mortales, fuente viva que nos puede devolver cada mañana el sentido más agudo y tenaz de la vida. Por eso, a pesar de ser tan distintos, somos amigos.
Al cruzar la plaza en silencio, la conciencia se hizo más luminosa e intensa, porque «nuestra Fraternidad nos permite reconocer a Cristo como motivo de paz y de ayuda mutua», nos dice a cada uno, personalmente, Giussani en su mensaje. Casi de soslayo echo un vistazo a izquierda y a derecha: ¡cuántos amigos! ¿Dónde si no aquí mi vida es abrazada, sostenida y reclamada al Infinito para el que estoy hecho? Al franquear el umbral de la Basílica recuerdo lo que Carras me dijo hace diecisiete años, ¿qué habría sido de mí sin el Movimiento?
La nave central del templo está ya repleta, cuando Julián Carrón se hace eco de estas palabras: «El cristianismo no es un discurso correcto, incapaz de comunicar la vida, sino un torbellino de caridad». Desde luego, no habíamos llegado hasta Zaragoza después de cinco, diez o veinte años, por un discurso, sino porque participamos en esa caridad ardiente que el Misterio ha introducido en el mundo a través de María. Por eso hay una sola indicación, una sugerencia para hacer grande nuestra vida: participar de esa comunión que crea un pueblo protagonista de la historia.
A continuación se celebra la misa y la homilía se centra en la intercesión poderosa de la Virgen. Ha sido a través de su carne como el Misterio se ha implicado en la historia de los hombres. Por eso la sencilla oración Veni Sancte Spíritus, veni per Mariam nos resulta ya tan familiar, hasta el punto de identificarnos. En la Basílica de El Pilar, meta de innumerables peregrinos a lo largo de los siglos, se respira esta certeza tranquila del pueblo cristiano. La Virgen que devolvió la pierna al cojo de Calanda que la había perdido, de la misma manera puede desatar hoy los cepos que nos esclavizan, reconciliar al marido con la mujer, al padre con el hijo y al amigo con el amigo que se ha distanciado.
En la Santa Capilla donde se venera la imagen de la Virgen sobre el Pilar en el que según la tradición se apareció al Apóstol Santiago, hicimos memoria de los orígenes de la fe en España. Aquí, junto al Ebro, prendió un fuego que ninguna circunstancia ha conseguido apagar en más de veinte siglos. Más aún, a la sombra de la Patrona de la Hispanidad no podemos olvidar a tantos que acogidos a su protección maternal, bajo su amparo celestial, han comunicado el tesoro de la fe a los países hermanos de América.
Un cálido y radiante día de sol nos recibe en la plaza. Tras la comida en el Parque de la Romareda comienza el Santo Rosario, «síntesis de todo lo que el pueblo cristiano es capaz de pensar y decirle a Cristo». Mientras caminamos siguiendo los misterios gloriosos, resulta evidente que nuestra vida está en buenas manos. ¡Cuántas flaquezas conocemos los unos de los otros, cuántos dolores habremos compartido, cuántos proyectos florecientes o fallidos, cuántos hechos llenan nuestros ojos! Mediante el abandono y la súplica a nuestra Madre, podemos alcanzar la seguridad de estar cumpliendo lo que Cristo ha querido que hiciéramos, lo que ha querido que fuéramos.
También puedo ver el asombro de muchas personas que se acercan a nuestro paso. Algunos musitan espontáneamente el Avemaría o se suman a los peregrinos. En verdad, la nuestra es una hermosa compañía compuesta ya por tres generaciones.
Prades evoca la Peregrinación a Lourdes, diez años atrás. Y bien se ve que el tiempo no ha pasado en balde. Es una evidencia misteriosa, conmovedora, que nuestra Fraternidad ha recorrido un verdadero camino, no sólo por las obras, por la implicación creciente en la vida de nuestras diócesis, o por la presencia en diversos ambientes sociales, sino principalmente por el cambio de las personas del que se deriva todo lo demás. La invitación final es a rezar el Rosario en nuestras familias y comunidades, con una renovada familiaridad con la Virgen Madre, la mujer en cuyo vientre se encarnó el Amor y que nos protege con la ternura de su fiel compañía.