VIDA DE Cl

Volver a empezar entre los fiordos

Conoció el Movimiento de joven; después lo dejó y se trasladó a Noruega, con un sentimiento de nostalgia en el corazón. Así comienza una nueva historia

RITA BREVEGLIERI

El 27 de abril de 2002 mi hija recibió la Primera Comunión. Vivimos en Noruega y para la ocasión vinieron a vernos e hicieron de “familiares” Rosi y Giulio desde Italia, y Daniele y Dionino desde Londres. Nos habíamos visto por primera y única vez en la apertura de curso en Estocolmo, el 10 de noviembre de 2001.

La amistad con Rosi empezó con una llamada. Yo conocí el Movimiento en Italia en la época de GS y del CLU; después dejé Italia. Tras muchos años de alejamiento, incluso de la Iglesia, Cristo se abrió paso en mí con un sentimiento de nostalgia. Nostalgia de un significado que diera vida a todo, dentro y fuera de mí. Deseaba volver a experimentar esa mirada que a través de unos amigos me había acercado a Cristo y que cambia el modo de verte a ti mismo, y tus límites, de ver a la persona que amas, a tus hijos, al desconocido con el que te cruzas en el autobús, al compañero de trabajo, a cualquiera. Sentía nostalgia de este abrazo, esta positividad, esta fuerza y esta fe viva.

Primero, releyendo Cartas de Nicodemo (una lectura de los tiempos del bachillerato); después, el acercamiento a los Sacramentos y a la oración y la búsqueda de mí misma, que cambió muy en concreto las condiciones de mi vida. Dejé Noruega y volví a Italia con la familia por un año. Por casualidad volví a encontrarme con una antigua amiga del Movimiento, Elena. Seguimos viéndonos de vez en cuando como vecinas que éramos, mientras nuestros niños jugaban juntos. Jamás hablamos de mí o de CL, no fui a ninguna reunión, pero era feliz cuando nos veíamos, como si a través de ella pasara el Misterio que yo deseaba. Después me invitó a los tres días del retiro de Pascua de los bachilleres. Y fui, ¡aunque ya no era tan joven!

Al poco tiempo, muy a mi pesar, tuvimos que volver a Noruega. Durante los primeros meses no encontraba paz, hasta el día en que decidí llamar a Rosi. Elena me dio su teléfono. Me sentía un poco incómoda. Hacía muchos años que no participaba en ninguna actividad del Movimiento, aunque leía muchos testimonios en la página web de Huellas. A pesar de todo, la llamé y me acogió enseguida. Ser católicos en Noruega no es igual que serlo en Italia. La liturgia ocupa el lugar central, pero no existe una experiencia de compañía. Me sentía completamente sola y aislada en un contexto que me parecía algo muy distinto de la catolicidad en la que había crecido desde niña y de la que había tenido experiencia en CL. Hay muchas personas que se convierten a la fe católica, pero por razones intelectuales o emotivas. La conversión es signo de un deseo del corazón y aquí este deseo es muy fuerte. Pero falta la experiencia de Cristo en una compañía. Durante estos dos años transcurridos en Bergen he conocido a algunos católicos con los que ha empezado una amistad. Se trata de cuatro familias. Con dos de ellas nos vemos una vez al mes, vamos de excursión, comemos juntos e intercambiamos nuestra experiencia sobre nuestra identidad de católicos en un país no católico. Con las otras dos hemos empezado a leer juntos El Sentido Religioso. Ellos también han conocido a mis amigos durante su visita a Bergen. También a mi marido le llamó la atención el encuentro con ellos el 27 de abril: su manera de ser le sorprendió y, cuando se marcharon, sentía una fuerza interior que antes no tenía y que no sabe definir, pero que influye en las cosas de siempre. Ahora también son amigos suyos. Después de todo esto, inesperada e imprevisiblemente fuimos todos a Londres a los Ejercicios de la Fraternidad.

Esta compañía guiada me toma de la mano y me conduce al Misterio, a lo que me corresponde. A pesar de la distancia física, la amistad es una esperanza para mi marido, para mis hijos y para Noruega. Por esto estoy agradecida a mis amigos y a don Giussani por esta compañía que me ha acogido, gracias a él. En ellos veo la admirable respuesta de Dios a mi petición. Verdaderamente, “para Dios, no hay nada imposible”.