El
cristianismo
no es una cuestión privada
J.H.H.
Weiler, profesor en la New York University, desde hace
más de veinticinco
años estudia el proceso de integración europea. Un juicio sobre
la Europa que se está diseñando lúcido y provocativo. Contra
la pretensión de neutralidad de la nueva Constitución, la defensa
del valor público de la fe
a cargo de Andrea Simoncini y Marta Cartabia
Profesor Weiler, en su libro Una Europa Cristiana, Ud. Habla del gueto
cristiano
europeo. ¿Un gueto cristiano? ¿Lo dice seriamente?
Naturalmente se trata de una provocación, y el término es usado
en sentido metafórico, pero es una provocación que brota de una
realidad triste y frustrante, y la metáfora es necesaria para mover a
la gente de su actitud satisfecha de sí. Las paredes externas de este
gueto son bastante evidentes y recientemente han suscitado un gran debate: me
refiero al rechazo de incluir en el Preámbulo de la Carta de derechos
de la Unión Europea ni siquiera una mínima referencia al patrimonio
cristiano de Europa. En el reciente proyecto de Constitución no hay, una
vez más, ninguna referencia al patrimonio cristiano, salvo una anémica
y genérica alusión a una herencia religiosa junto a la cultural
y humanística. Naturalmente este hecho se ha notado y ha sido motivo de
indignación a varios niveles. Pero, ¿es realmente una sorpresa? ¿Es
realmente tan escandaloso? Y la comunidad de fieles cristianos ¿está verdaderamente
exenta de culpa en todo este asunto?
Es difícil ver cuál podría ser la culpa de los fieles cristianos. ¿Quién,
por qué, dónde? ¿Y no sorprende el hecho de que haya habido
una petición explícita del Santo Padre?
Déjeme primero explicar qué es lo que entiendo por muros internos
del gueto cristiano europeo. Son los muros creados por los propios cristianos.
Es un dato que para mí es mucho más sorprendente que el rechazo
de la Convención de hacer una referencia explícita al cristianismo.
Desde hace más de veinticinco años estoy estudiando el proceso
de integración europea. A pesar de la explícita orientación
católica de los padres fundadores de la constitución europea, no
conozco una sola obra de relieve que explore en profundidad la herencia cristiana
y el significado cristiano de la integración europea. Escribiendo mi próximo
libro sobre Una Europa cristiana he sacado de la biblioteca de mi Universidad,
setenta y nueve libros, publicados en los últimos tres años, sobre
el fenómeno de la integración europea en general, muchos de ellos
escritos por estudiosos que sé que son católicos practicantes.
Ninguno de ellos –¡ninguno!– contenía en el índice
una mínima alusión al cristianismo. ¿Por qué debería
sorprendernos el hecho de que la Convención haya omitido el hacer referencia
a la herencia cristiana de la integración europea, si esa herencia cristiana
no ha sido proclamada, examinada, discutida y hecha parte integrante del debate
sobre la integración por parte de los estudiosos cristianos?
¿
Sabría dar alguna explicación de esta falta?
Puedo sólo apuntar alguna hipótesis. He interrogado a este propósito
a muchos amigos y colegas católicos en varios países europeos y
he extraído tres posibles explicaciones.
La primera es una extraña interiorización de la falsa premisa filosófica
y constitucional de las formas más extremas del laicismo tal como se encuentran,
por ejemplo, en Francia. La libertad de religión es libertad de practicar
la propia fe religiosa y también libertad de toda forma de imposición
religiosa. Pero en el vértice de tal concepción está la
firme convicción de que no puede existir ninguna alusión o referencia
a la religión en el ámbito público del Estado, porque sería
una transgresión... pero ¿de qué? Rige la ingenua convicción
de que el Estado, para poder ser religiosamente neutral, deba ejercitar un riguroso
laicismo. Pero eso es falso por dos motivos: en primer lugar, no existe una posición
neutral en una elección binaria. Para el Estado, abstenerse de cualquier
simbolismo religioso no es más neutral que el adoptar cualquier forma
de simbolismo religioso. La religiosidad de vastos segmentos de la población
y la dimensión religiosa de la cultura son datos objetivos. Negar estos
datos significa simplemente privilegiar una visión del mundo sobre otra,
enmascarándolo como neutralidad.
Decía que es falso por dos motivos.
Aceptar esa visión de la relación entre Estado y religión
significa también aceptar una definición laica (del siglo XVIII)
de lo que significa la religión en general y el cristianismo en particular.
Es una visión que deriva de la cultura de los derechos que trata la religión
como una cuestión privada, equiparando la libertad de religión
a la libertad de pensamiento, de conciencia y de asociación. Pero ¿se
puede aceptar que el cristianismo sea relegado al ámbito de lo privado
por parte de la autoridades laicas del Estado? No nos malinterpretemos: yo creo
en el ordenamiento constitucional liberal con sus garantías de democracia
y libertad. Pero creo también en una expresión y en una visión
religiosa enérgica en los espacios públicos garantizados por nuestras
democracias constitucionales.
Me parece que muchos estudiosos católicos han confundido la disciplina
pública de la democracia constitucional con una disciplina privada del
silencio religioso en la esfera pública. Y todavía peor: los estudiosos
cristianos han interiorizado el concepto de que integrar el pensamiento y la
doctrina cristianos en sus reflexiones sobre el derecho constitucional, sobre
la teoría política y la sociología, sea una traición
de su posición académica, de su objetividad y de sus credenciales
científicas.
¿Existen otras razones?
Otra razón es el miedo: sí, el miedo. Miedo de que, en un ambiente
académico dominado por una clase intelectual a menudo tendente a la izquierda
o al centro-izquierda, la asimilación de una visión cristiana (diferente
de un estudio de corte científico sobre el fenómeno religioso)
pueda marcar al estudioso con un sello de escasa objetividad científica,
de no ser un “libre pensador”. Y en tercer lugar –lamento decirlo– por
ignorancia. Sí, la pura y simple ignorancia es otro factor. ¿Cuántos
pertenecientes a la clase intelectual han leído, estudiado, reflexionado,
por ejemplo, sobre las enseñanzas del actual pontificado, con un Papa
de pensamiento extraordinariamente profundo, sobre las encíclicas, las
cartas apostólicas etc. con la misma asiduidad con la que estudian las
más recientes contribuciones que proporcionan los modelos intelectuales
laicos de nuestra generación? Sí, es sorprendente el hecho de que
la explícita petición del Santo Padre haya sido relegada de la
Convención; pero para mí, es todavía más sorprendente
el hecho de que el reclamo de este Pontífice para que los laicos sean
los mensajeros de la doctrina cristiana en su vida privada y profesional pase
en muchos casos igualmente inadvertido. La vida de los que han sido tocados por
la fe no puede, una vez que salen del ámbito doméstico y familiar,
ser idéntica de la que aquellos que no han sido tocados por la fe. Esto
es verdad para el bodeguero del mercado, para el conductor de tren, para un ministro
de la República e incluso, sí, para aquellos cuyo trabajo es, de
una forma u otra una reflexión sobre la política oficial de las
autoridades públicas.
¿Cuál es entonces, en su opinión, la relevancia del cristianismo
y de la doctrina cristiana en el debate de la integración europea?
En primer lugar está el problema de la identidad. Es sencillamente ridículo
no reconocer que el cristianismo es un elemento enormemente importante para la
definición de lo que nosotros entendemos por identidad europea, para bien
y para mal. En el arte y en la literatura, en la música y en la escultura,
incluso en nuestra cultura política, el cristianismo ha sido siempre una
constante, una inspiración y un motivo de rebelión. No existe un
juicio valorativo al afirmar este hecho empírico. Existe un juicio de
valor sólo al negarlo.
Pero en este sentido Ud. Trata el cristianismo como un fenómeno sociológico,
no como una fe viva basada en una verdad revelada.
El cristianismo también es esto, un fenómeno sociológico
e histórico. Pero también una fe viva, la verdad revelada a los
ojos de los que a ella se adhieren. Y es aquí donde la doctrina cristiana
se convierte en relevante.
Pero, ¿qué tiene que ver esto con la integración
europea?
Pues, bastante. Los hechos históricos, como también la historia
de la integración europea, no tienen un significado intrínseco.
Tienen el significado que nosotros les hemos atribuido. La puesta en juego es
el significado que queremos darles. Una Europa cristiana no es una Europa que
apoyará el cristianismo. No es una llamada a la evangelización.
Una Europa cristiana es aquella que puede aprender de la doctrina cristiana.
Reflexionar, discutir, debatir y en última instancia atribuir un significado
a la integración europea sin una referencia a una fuente tan importante
significa empobrecer a Europa. Para los laicos y para los no cristianos esta
se convierte en un desafío que afrontar. El cristianismo hoy ofrece interesantes
referencias sobre los problemas centrales, los problemas fundamentales, los desafíos
más profundos de la auto-comprensión misma de qué es Europa.
He aquí algunos breves ejemplos, algunos entremeses para abrir el apetito.
La relación con el otro –dentro de nuestra sociedad, además
de nuestras fronteras dentro de Europa, y más allá de las fronteras
europeas– es probablemente el desafío más importante al que
la integración europea trata de responder. La Redemptoris missio es una
profunda exposición de cómo pensar, cómo conceptuar una
relación respetuosa con el otro. Por una parte, con valentía, evita
el relativismo epistemológico y moralista de la posmodernidad, afirmando
lo que considera que es la verdad. En realidad es su Verdad. No se puede respetar
verdaderamente al otro si no se tiene respeto por el propio yo, individual y
colectivo. Este tipo de acercamiento puede dar muchos frutos en los distintos
debates que se desarrollan en Europa sobre estos problemas. El mercado es otra
cuestión fundamental de la Unión Europea. Alguno diría incluso
que es “la” cuestión fundamental. La Centesimus annus ofrece
una de las reflexiones más profundas sobre las ventajas del libre mercado,
pero también sobre sus riesgos para la dignidad humana. Es una reflexión
que va mucho más allá del mantra de la “solidaridad” que
recorre incesantemente el debate sobre la integración europea. La Europa
no debe necesariamente unirse a la doctrina de la Iglesia en este argumento.
Pero ¿porqué excluirla del debate? Y habría muchos otros
ejemplos que serán desarrollados en el libro.
¿Cómo reaccionarían los no cristianos, como los judíos o
musulmanes a la idea de una Europa cristiana? ¿Está Ud. a favor
de la exclusión de Turquía?
Una Europa cristiana no significa una Europa para los cristianos. No significa
una aprobación oficial o una llamada a la evangelización. No es
esta la función de la Unión Europea. Significa, como ya he explicado,
una Europa que no niega su herencia cristiana y la riqueza que el debate público
puede obtener de la implicación con la doctrina cristiana. Hay algo cómico
(o mejor dicho, trágico) al ver los que más se oponen a toda referencia
a la religión o al cristianismo en el borrador de Constitución
posicionados en la primera línea del frente de oposición al ingreso
de Turquía en la Unión Europea. A mi modesto entender, es un insulto
al cristianismo y a su enseñanza de clemencia y tolerancia el afirmar
que no hay lugar en Europa para una nación no cristiana. Por lo que respecta
a los judíos –yo soy judía observante, hijo e un rabino de
familia europea desde hace varias generaciones–, en estos años hemos
sido a menudo víctima, así es, de los cristianos y del cristianismo. ¿Porqué deberíamos
temer el reconocimiento de la cultura dominante, precisamente, como dominante?
Si temo algo es esto: negar la relevancia de la herencia cristiana en la simbología
pública europea, en el ámbito público europeo significa
también negar la relevancia de mi religiosidad en ese mismo ámbito
público.