El optimismo americano, entre el pasado y el presente
Algunas reflexiones
en torno a las
corrientes
intelectuales que amenazan la tradición
de Norteamérica, partiendo del pensamiento de una de las figuras más
significativas del pragmatismo “posmoderno”. Una contribución
sugerida por la intervención de David Forte que Huellas publicó en
el mes de junio
Giuseppe Zaffaroni
El profesor David Forte, en su conferencia en el Centro Cultural de Milán,
publicada en parte en Huellas (junio 2003, pp. 38-39), señalaba tres corrientes
intelectuales que amenazan las raíces religiosas y cristianas de EEUU,
deformando o destruyendo con su relativismo moral la posibilidad de afirmar la
dignidad y la libertad de la persona. Mencionaba el pragmatismo, que «llegó al
corazón del sistema educativo mediante los escritos de John Dewey»;
el Darwinismo social, que «influyó en la opinión pública
hasta la Segunda Guerra Mundial»; y, finalmente, «la llegada desde
Europa de los escritos posmodernos» en estos últimos decenios.
¿De qué se trata exactamente?
En un breve libro, publicado por primera vez en Viena en 19941 (¿Esperanza
o conocimiento? Una introducción al pragmatismo), Richard Rorty, una de
las figuras más significativas del pragmatismo “posmoderno” norteamericano,
trata de individuar cuáles han sido el papel y la influencia de Dewey
y del Darwinismo social en la formación de la concepción que EEUU
tiene actualmente de sí mismo. Es una ocasión excepcional para
verificar la hipótesis de David Forte, porque se hallan aquí singularmente
reunidas las tres corrientes mencionadas: se trata de un posmoderno que evalúa
el papel del pragmatismo de Dewey y del darwinismo.
Proyección hacia el futuro
La opinión de Rorty es que lo que tienen en común el pragmatismo
y EEUU es la proyección hacia el futuro y la exaltación de la esperanza,
en contraposición a una Europa tradicionalmente preocupada por conocer
la realidad y por tanto frenada por el peso de su pasado.
Para Rorty se encuentra aquí la convergencia entre pragmatismo y mentalidad
americana: sustituir «las nociones de “realidad”, “razón” y “naturaleza” por
la noción de “futuro humano mejor”» (o. c. p.13). Según
esta interpretación posmoderna, Dewey y en general el pragmatismo, ya
sea “clásico” o contemporáneo, no creen que exista
un modo de ser real de las cosas, sino solo descripciones más o menos “útiles” del
mundo y de nosotros mismos. Si les preguntamos: «útil, ¿para
qué?», nos responderán, sin duda: «útiles para
crear un futuro mejor». Si apremiáramos a los interlocutores y preguntásemos: «¿en
qué sentido “mejor”?», aquí entraría en
juego aquello que anteriormente David Forte ha llamado Darwinismo social.
Pragmatismo y teoría darwiniana
En la teoría darwiniana lo que justifica una mutación biológica
es su contribución a la aparición en el futuro de una nueva especie
más compleja y capaz de sobrevivir mejor en el ambiente. Lo mismo valdría
para las sociedades y las culturas, formas en constante evolución, que
se pueden justificar solo una vez que se han afirmado. Por eso no se puede ser
precisos a la hora de determinar qué es “mejor”. Dewey hablaría
de “crecimiento” (growth): «El crecimiento es en sí mismo
el único fin moral» (citado por Rorty, p. 15). Para Rorty pragmatismo
y teoría darwiniana coinciden en la afirmación de que «diferimos
de los demás animales solo por la complejidad de nuestro comportamiento» (p.
77). Nuestras facultades están en continuidad con las de los animales,
y “conocer” no es sino una forma de adaptación a un ambiente
más complejo. Por eso no existe diferencia entre “prudencia”,
el arte de adaptarse a las presiones y a las tensiones de lo que nos rodea, y
moralidad. El resultado es que «para los pragmáticos como Dewey
no hay distinción de clase entre lo que es útil y lo que es correcto» (p.
79).
¿Podemos mejorar las cosas?
Es necesario por tanto abandonar la pretensión de “conocer” la
realidad para preguntarse lo único verdaderamente concreto y útil: «¿Podemos
mejorar las cosas? Nuestro futuro, ¿puede ser mejor que nuestro presente?» En
el fondo lo importante es la esperanza de crear un mundo nuevo para que nuestros
descendientes puedan vivir en él con “más variedad y más
libertad” que lo que hoy podemos imaginar. Esta es la razón por
la que Dewey insiste en el hecho de que la búsqueda de un conocimiento
seguro debe ser sustituida por el reclamo a la imaginación. Aquí radica,
en opinión de Rorty, todo el espíritu “americano”: «uno
debe dejar de preocuparse por si lo que cree está bien fundado y comenzar
a preocuparse por si ha sido lo suficientemente imaginativo como para pensar
alternativas interesantes a las propias creencias actuales» (p. 27).
Hay algo sin duda fascinante en este optimismo, que lanza continuamente hacia
una aventura infinita, que exige estar abiertos a cambios en el fondo imprevisibles,
y que entrega en manos del hombre la realidad como algo totalmente a disposición
de su creatividad y de su imaginación. Existe un contraste estridente
entre esta posición de entusiasmo hacia las posibilidades del futuro y
los miedos de muchos países europeos aterrorizados, por ejemplo, por el
fenómeno de la inmigración de pueblos que quieren entrar en el
horizonte de la historia europea.
Negación de la realidad como dato
Pero entonces, ¿dónde está el potencial destructivo de esta
ideología pragmatista-darwiniana-posmoderna que David Forte denunciaba?
Creo que la raíz de esta pretensión ideológica se halla
en la negación de la realidad como dato. Se trata de una violencia ejercida
sobre el hombre mismo: exaltando aparentemente su omnipotencia creadora, se le
abandona a la soledad absoluta, porque ante él no hay nada que tenga una
consistencia propia y que sea por tanto capaz de responderle. Quizá sea
posible encontrar aquí uno de los motivos por los que en la cultura americana
se ha vuelto tan importante y casi obsesivo el problema de la “autoestima”,
de la “confianza en sí mismo”. Porque, en esta perspectiva,
la seguridad no puede (y no debe) venir de la realidad: el sujeto debe encontrarla
en sí mismo para poder dejar atrás el pasado y abandonar cualquier
intento de apoyarse en la verdad-realidad.
Una falsa alternativa
En segundo lugar, estas corrientes culturales americanas sitúan a la persona
ante una alternativa falsa: o certeza (permanecer apegados a la imagen de realidad
que nos viene del pasado) o esperanza (lanzados hacia el futuro, dejando atrás
cualquier conocimiento y relación vinculante). Pero en su libro Educar
es un riesgo, don Giussani ha mostrado que «no existen apertura y simpatía
vivas y verdaderas si no derivan de una, quizá inconsciente, seguridad
universal» (p. 51). En efecto, certeza y esperanza suceden precisamente
a través del riesgo personal de tomarse en serio la hipótesis de
significado de la realidad que la tradición propone. En el compromiso
de la libertad con la realidad encontrada se pone a prueba la hipótesis,
y la realidad responde, es decir, permite verificar aquello que es válido,
bueno, útil para la vida. Educar en la experiencia de la verificación,
es decir, en el hecho de que la realidad responde, es lo que hace posible la
certeza y, al mismo tiempo, hace descubrir nuevos modos de estar en la realidad.
Una buena dosis de realismo
Llegados a este punto, está todavía por demostrar que lo que “ha
construido EEUU” haya sido el cocktail ideológico descrito por Rorty.
El pragmatismo al estilo Rorty carece absolutamente de realismo, y difícilmente
habría podido EEUU llegar a ser en las últimas décadas la
nación más poderosa y envidiada del mundo sin una buena dosis de
realismo. Es más capaz de construir aquel que más comprende y obedece
a la realidad, es decir, aquel que tiene el sentido del propio límite
y de los límites impuestos por la realidad. ¡No se construyen puentes
de mermelada, ni misiles de algodón de azúcar!
Por otro lado resulta evidente que es más capaz de esperanza aquel que
más experimenta como presente, como realidad que satisface, aquello que
anhela y espera. Una gran civilización se construye sobre una gran esperanza.
Factor de esperanza
¿
Cuál es el factor de la esperanza de la que vive hoy EEUU? Es indudable
que la tentación de poner la propia esperanza en el “futuro y sólo
en el futuro” (p. 22) es muy fuerte.
En el articulo aparecido en el Corriere della Sera del 9 de febrero de 2003 (cf.
Huellas, Editorial de marzo de 2003), «Moisés y el Columbia»,
don Giussani escribía: «La historia de EEUU nos enseña un
actitud positiva ante la vida conocida en todo el mundo», pero también «demuestra
que la falta de sentido puede trocarse en un sinfín de rebeliones y masacres».
Porque «en la búsqueda de una respuesta que defienda la libertad,
la bondad o la justicia, el hombre choca con su límite, se ve limitado
por naturaleza (...) Todos estamos como en el umbral de una tierra tan deseada
como inalcanzable. Y por ello, quien tiene un aliento de vida se plantea la pregunta
acerca de su éxito final».
Si EEUU, y con él todo el Occidente, no aceptara reconocer y obedecer
a las sugerencias implícitas en este descubrimiento del límite,
cedería a la tentación de creerse dios (“el hombre pretende
juzgar a Dios”) persiguiendo el objetivo de crear con sus propias manos «nuevos
modos de ser humano y un nuevo paraíso y una nueva tierra para que la
habiten esos nuevos humanos, por encima del deseo de estabilidad, seguridad y
orden» (palabras conclusivas del libro de Rorty, p. 102). Se comprende,
entonces, por qué en este punto, en vez de llenar de esperanza, «produce
vértigo pensar en el futuro, en qué puede hacer el hombre si juzga
a Dios como injusto por lo que sucede y no logra comprender» (Giussani, «Moisés
y el Columbia»).
1 Richard Rorty, Hoffnung Statt Erkenntniss: Eine Einfuhrung in die Pragmatische
Philosopie, Viena, Passagen Verlag, 1994. Las citas están sacadas de la
traducción española de Eduardo Rabossi, ¿Esperanza o conocimiento?
Una introducción al pragmatismo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,
1997.