Escuela de comunidad con la otan
En
2001, tras seis lejos de casa, se trasladaron a una pequeña ciudad
cerca de Salónica. En misa se encuentran con otros inmigrantes y unos
oficiales de la OTAN. Nace una pequeña comunidad cristiana para afrontar
juntos la vida
Rosaria y Nico Gutzamanis
Cuando me enteré de que nos íbamos a trasladar a Larissa, una pequeña
ciudad que se encuentra a unas dos horas en coche de Salónica, me llevé una
gran alegría, porque sabía que en aquella ciudad había una
pequeña iglesia católica y un sacerdote italiano. Eso representaba
en mi imaginación la posibilidad de una compañía cristiana
y, por tanto, la oportunidad de salir de una soledad que había estado
pesando sobre la vida de mi familia durante los años que llevábamos
en Katerini.
Así pues, impulsada por esta imagen nueva y gozosa, la primera vez que
fui a misa con mi marido y mis dos hijos pregunté si me podían
presentar a alguna persona de la comunidad parroquial. La respuesta fue dura
y descorazonadora. Me dijeron que el cura venía a ese pueblo, de mayoría
ortodoxa, sólo una vez a la semana para decir misa; que no había
ninguna comunidad católica y, lo que es peor, que no tenía visos
de haberla.
Cena con oficiales y nuevos amigos
El efecto de amargura que esta afirmación cínica y desencantada
provocó en mí fue terrible: ¿de verdad no había ninguna
posibilidad de encontrar amigos también aquí en Grecia? ¿Era
esta la cruda realidad, no se me concedía ninguna esperanza? No quería
rendirme ante esta triste perspectiva; estaba convencida de que tenía
que haber una salida. Impulsada por esta esperanza de positividad y por la necesidad
de una compañía recé al Señor, hasta que un día
algo cambió. Un sábado fui a cenar con algunas personas que acudían
a la misa semanal. El grupo estaba formado por inmigrantes extranjeros y oficiales
italianos que prestaban servicio en el contingente de la OTAN en Larissa. Eran
personas que, como yo, tenían una fuerte sensación de soledad y
de lejanía de su casa; y fue precisamente este alejamiento de lo que más
queríamos lo que marcó la forma y el contenido de la conversación
aquella noche.
En efecto, durante la cena me sorprendió que, aunque no nos conocíamos,
cada uno sintiera la necesidad de hablar con franqueza y sinceridad de sí mismo
y de su necesidad de compañía; todos querían compartir su
vida con alguien, deseaban algo que les ayudara a afrontar la realidad y sus
dificultades. Justamente en ese momento sentí la necesidad de contarles
brevemente mi encuentro con el movimiento, y de proponerles que nos viéramos
una vez a la semana para leer juntos El sentido religioso, el texto que me ha
ayudado a vivir y a desafiar la fatiga de estos años en Grecia.
Sentirse siempre en casa
Y así, semana tras semana, ha pasado un año. Desde aquella noche
no hemos dejado de vernos al menos una vez a la semana; la fidelidad a esta cita
ha dado sus frutos en cada uno de nosotros. «En mi pasada vida privada
y de relaciones sociales –cuenta Claudio, teniente coronel de la OTAN– nunca
había tenido una relación tan íntima conmigo mismo y con
los demás basada en la reflexión sobre los valores existenciales
verdaderos, un momento para compartir con personas que he descubierto que tienen
las mismas exigencias interiores que yo...». O Fausto, coronel de la OTAN: «Mediante
el trabajo de grupo profundizamos en las consecuencias y la lógica del
razonamiento, siguiendo el camino que señala don Giussani. Así he
encontrado una ventana abierta a los temas y a la perspectiva sobre la vida que
desde siempre me han atraído: ¿existe una respuesta razonable al
sentido religioso? ¿Es posible encontrar un nexo entre el presente y el
destino? La respuesta es: ¡sí!». Y también Carmen: «He
encontrado una nueva familia». Y Alberto, oficial: «Lo que está sucediendo
en Larissa con la Escuela de comunidad me ofrece una forma distinta de profundizar
en mi vida cristiana. Los momentos de encuentro son muy significativos; están
llenos de nuevos descubrimientos, de ocasiones para dialogar sobre las certezas
personales, de crecimiento interior... Puedo decir que mi religiosidad está saliendo
reforzada de esta confrontación, así como mi visión del
mundo, y tengo la esperanza de ser capaz de transmitir también a mis familiares
todo lo que estoy viviendo y aprendiendo». «Aquí –dice
Gianni– se nos da la posibilidad de volver a encontrar a Jesús,
de continuar manteniendo esa relación con él que creía que
aquí no podría continuar, ya que no había ninguna comunidad
parroquial y no me podía bastar la misa del sábado ».
Hoy, después de haber pasado este año juntos, también nosotros
podemos decir, como Cesana en los Ejercicios: «Eres libre cuando estás
en casa y lo más hermoso es que nosotros nos sentimos como en casa en
el mundo entero».
¡
Es exactamente así! ¡Después de seis años lejos de
Italia, empiezo a sentirme aquí también como en casa! Ahora nuestro
deseo es adherirnos cada vez más a la historia que nos ha salvado también
de la soledad, una historia de salvación hecha de rostros concretos a
través de los cuales hemos experimentado el abrazo grande y fiel de Jesús.