Iglesia
La
reconciliación
puede salvar
El Primado de Cuba subraya
insistentemente: «
La reconciliación que necesitamos los cubanos es ante todo con nuestra
historia», en un país que está cambiando lenta y trabajosamente
porque «el mensaje cristiano tiene una fuerza arrolladora.
En última instancia, sólo esto renovará el mundo»
a cargo de Alver Metalli
aime Ortega y Alamino, cardenal y arzobispo de La Habana, tiene palabras de elogio
para la película sobre Cuba presentada en el Festival Internacional de
Cine de San Sebastián. A su juicio, las diez historias que se entrelazan
en Suite Habana describen mejor que muchos artículos la realidad contemporánea
del socialismo más longevo que sobrevive en Occidente. Sólo desea
añadir una undécima historia, que cuenta a Huellas. «Es la
historia de una mujer del pueblo con fe sencilla, que no frecuenta la iglesia
asiduamente ni tiene una gran formación doctrinal cristiana. Era la madre
de uno de los tres jóvenes que fueron fusilados recientemente, después
de haber sido apresados sobre una lancha robada con la que pretendían
llegar a Estados Unidos. Esta madre vino a visitarme; estaba delante de mí,
mirándome a los ojos con gran dignidad. Había perdido a su hijo
repentinamente, de aquella manera; de vez en cuando rompía a llorar con
mucho pudor y me decía que no quería resignarse a vivir con el
corazón lleno de odio. Yo jamás habría osado pedírselo,
el perdón no se puede imponer, la reconciliación tampoco. Hubiera
debido consolarla, pero quien me vi consolado fui yo».
Superar el odio, perdonar las ofensas
Se comprende por qué “reconciliación” es una palabra
importante para el cardenal Ortega, una palabra que en los últimos tiempos
emplea con frecuencia. «Quiero aclarar una cosa –precisa cuando le
pedimos que explique su contenido–. No me refiero ante todo a una reconciliación
política, en la línea de las mediaciones que la Iglesia ha llevado
a cabo en varios países de América Central». No es que desapruebe
los procesos políticos que han llevado al desarme de las guerrillas y
a su integración en la vida civil en Salvador o Guatemala. Pero sabe demasiado
bien que un proceso así no tendría ninguna posibilidad de éxito
en Cuba. «A lo que me refiero es a algo más amplio, serio y profundo:
una voluntad personal de perdonar las ofensas, una capacidad de superar el odio,
que siempre es premisa de la violencia y la revancha. La reconciliación
que necesitamos los cubanos es ante todo con nuestra historia». Le indicamos
que sus palabras suenan irreales referidas a su país, con el único
resultado de verle reafirmado en las mismas. «Sé que son difíciles
de aceptar, –reconoce–. Muchos oponen a la palabra ‘reconciliación’ la
palabra ‘firmeza’, creyéndola más eficaz en sus resultados,
pero se equivocan». Admite que la palabra ‘reconciliación’ protagoniza
los documentos de la Iglesia cubana y que el periódico Granma se ha referido
a ella irónicamente: «“¿De qué reconciliación
nos estáis hablando?”, nos preguntan; “¿con quién
nos estáis pidiendo que nos reconciliemos?, nos increpan». De nuevo
le viene a la cabeza un episodio reciente, esta vez referido a los exiliados
cubanos. «Cuando estuve en Miami, me recomendaron no emplear esta palabra,
pues no sería comprendida; es más, podría incluso suscitar
reacciones adversas. Sin embargo, la utilicé y no se confirmaron los temores».
La voz del purpurado se vuelve más resuelta, subraya con seguridad lo
que sigue: «Debemos emplearla, seguir hablando de reconciliación.
En Cuba hay quienes escuchan, quienes intuyen qué significa, quienes incluso
la comentan positivamente, sin ironías, sin espíritu de ofensa,
sin cerrazón».
La Iglesia en el mundo como realidad divina
Hay quienes desearían que la Iglesia actuara como una fuerza política,
incluso entre los cristianos de Cuba, entre los hermanos del cardenal. Hay quienes
abogan por un papel de oposición para la Iglesia y quienes, dentro y fuera
del país, la querrían alistada en defensa de la revolución.
Jaime Ortega y Alamino lo sabe. «Si la Iglesia actuara así, no sería
sino un factor más en el panorama político. Tal vez más
influyente que otros, pero siempre en el mismo plano que los demás».
El cardenal afirma que existe una lucha legítima, “secular”,
a la que la Iglesia no puede renunciar. «La Iglesia debe mostrar que es
otra cosa, que está en el mundo no como una parte de la sociedad civil,
sino como realidad divina. Quien trata a la Iglesia en una clave sociológica,
como un simple factor de la lucha política, debe tener siempre la posibilidad
de entender que no lo es». En la Iglesia del cardenal Ortega hay sitio
para todos. «Para la madre de un fusilado que no quiere vivir odiando y
para la mujer de un funcionario del Partido Comunista que me dice con dolor que
hace ya diez años que va a misa sin poder recibir la Comunión porque
su marido no quiere casarse por la iglesia».
La mente se dirige al histórico viaje de Juan Pablo II y a las enormes
esperanzas suscitadas en aquella ocasión, incluso excesivas. «Hubo
quien exageró el alcance político de la visita, quien consideró que
la presencia del Papa podría modificar la historia política de
Cuba», recuerda el cardenal Ortega. No se han dado cambios políticos
de fondo. Quien observe Cuba midiendo su progreso en términos de expansión
de las libertades civiles y de respeto de los derechos humanos tiene motivos
para quejarse. De ahí el pesimismo de muchos de los que siguen la situación
cubana. El cardenal Ortega es franco hasta la crudeza: «Yo nunca tuve la
expectativa de que pudieran producirse cambios políticos; por tanto, no
comparto los sentimientos de frustración de quienes no ven realizados
sus deseos. Conocía el propósito de la visita del Papa, conozco
al pueblo cubano, y entonces no se estaba planteando una transformación
como aquella a la que se alude».
Crecen pequeñas comunidades
Como reconoce el cardenal Ortega, en la Cuba actual los cambios son lentos y
trabajosos. «Pedimos un sacerdote aquí, una religiosa allá...
han regresado los padres redentoristas, ha venido una nueva comunidad de religiosas...,
pero los permisos llegan lentamente, lentamente...». Sin embargo, el cardenal
asegura que la realidad está cambiando en lo profundo y cita una minuciosa
investigación llevada a cabo en toda la isla por la Conferencia Episcopal: «Nos
proponíamos saber quiénes eran los practicantes, los que venían
a misa, se acercaban a los sacramentos, e incluso participaban activamente en
la parroquia o en los distintos grupos. Hemos descubierto que el 60 % está representado
por cubanos que se han incorporado a la vida de la Iglesia por primera vez. Es
una dato remarcable. En los años 60 y 70, y hasta mediados de los 80,
se dio una disminución del número de practicantes, debido sobre
todo a la fuerte emigración. La situación ha cambiado. Se advierte
un crecimiento.
Siguen naciendo muchas comunidades pequeñas que se reúnen en las
casas; hemos contabilizado más de doscientas sólo en La Habana.
Hoy más que nunca, el mensaje cristiano tiene una fuerza arrolladora.
En última instancia, sólo esto renovará el mundo».
El cardenal Ortega mira al futuro con esperanza. «Los cubanos poseen una
gran fantasía. La gente es capaz de aprender deprisa. La mayor riqueza
de Cuba es nuestro pueblo».