Las
estrellas y el universo vistos desde la clausura
Una insólita invitación:
dar una clase de astrofísica en el convento de las trapenses de Vitorchiano.
Durante más de dos horas setenta y cinco monjas, de entre veinte y ochenta
años, siguieron con entusiasmo la lección de astrofísica.
Desde la clausura del convento están abiertas al mundo. Más que
al mundo, al universo.
Marco Bersanelli
Cuando recibí la carta de Fabiola a finales
de julio casi no me lo podía creer. La conocí hace veinte años – por
entonces se llamaba Paola – cuando estudiaba matemáticas en la universidad.
Tenía una gran amistad con mi amigo Francesco, también él
matemático, amistad que le llevó a descubrir su vocación
excepcional. En su carta, escrita en nombre de todas sus hermanas trapenses,
me invitaba al monasterio de clausura de Vitorchiano a hablar de los últimos
descubrimientos científicos acerca del origen del universo. Volví a
leerla, no sabía qué pensar. Qué extraño, ¿es
posible que a las monjas de clausura les interesen esas cosas? Pero ¡qué sorpresa
y qué seducción irresistible contenía aquella invitación!
De modo que un sábado de septiembre Francesco – hoy compañero
de Fraternidad –, mi mujer Antonella y yo pusimos rumbo a Vitorchiano.
Llegamos alrededor de mediodía al monasterio, inmerso en el hermoso y
ondulado paisaje de Viterbo. Entramos estremecidos en el “locutorio”,
donde nos esperaban Rosaria, la madre abadesa, y Fabiola. La palabra “clausura” evoca
un mundo oscuro, un sitio donde algunas vidas exiladas y sacrificadas se van
consumiendo. Pero cuando los rostros de estas mujeres aparecen al otro lado de
la reja, la impresión es totalmente distinta. Nos dedican una acogida
intensa y alegre, llena de miradas y sonrisas luminosísimas. Recordamos
con Fabiola a los amigos comunes de los años de la universidad. Quieren
que les hablemos de nosotros, de nuestras familias. Después nosotros queremos
saber cosas de ellas, cómo transcurre allí la jornada. «Vivimos
en el ofrecimiento simple e incondicional de nuestra vida», dice la abadesa.
Todos los días, siete veces al día se reúnen para rezar
juntas, empezando por los Maitines a las 3:30 (de la mañana) y acabando
con las Completas a las 19:30, antes de ir a descansar. Todos los días
realizan el trabajo manual en el campo, en los frutales, en la viña, y
el trabajo artesanal (las mermeladas son impresionantes) para obtener su sustento
y el de sus huéspedes. La liturgia y el trabajo son su corazón
y su ritmo, ora et labora. Pero su horizonte se dilata hasta los confines últimos.
Rezan por todo el mundo, plantan sus raíces en los lugares más
lejanos y variopintos. «Desde Vitorchiano hemos abierto otras casas en
Italia, pero también en Argentina, Chile, Venezuela, Indonesia, Filipinas
y ahora también en Congo». El horizonte es el mundo entero. El universo.
El punto de vista científico
Un poco preocupado por lo que debe suceder, les pregunto: «Pero ¿qué esperáis
que os cuente?». Me confirman que les interesa el tema del origen del universo
desde el punto de vista científico. Bueno – pienso yo –, había
entendido bien. «Podría hablar durante tres cuartos de hora, y después,
no sé, si hay preguntas…». «Bueno, en realidad… – dice
la abadesa – no creo que tres cuartos de hora sean suficientes. Tenemos
una hora y media a su disposición, y creo que usted tiene muchas cosas
que contarnos. Hay mucha expectación. Estemos hora y media». De
acuerdo. Interrumpimos la conversación: toca Hora media.
Vamos también nosotros a la iglesia, junto con un pequeño grupo
de huéspedes, y seguimos el rezo desde una capilla lateral, fuera de la
vista de las monjas. Su oración es un canto que brota limpio e intenso.
Nos parece escuchar la súplica, el deseo, el sufrimiento, la gratitud
y el ánimo de todos los hombres.
Son las tres y media (de la tarde), ha llegado el momento de la lección
de astrofísica en el Capítulo. Preparo el ordenador y la pantalla
para proyectar algunas imágenes. Al fondo de la sala se puede ver una
biblioteca preciosa, toda de madera, abarrotada de libros. «La usamos a
menudo durante el tiempo que tenemos de meditación y lectura», explica
Fabiola. Las hermanas comienzan a entrar en la sala. Un vistazo al “alumnado” sorprende
más por su singularidad que por su rareza: son setenta y cinco monjas,
de entre veinte y ochenta años, de rostros muy distintos, de diversas
nacionalidades y procedencias. Me piden que hable por un micrófono para
que las dos hermanas que se han quedado arriba cumpliendo su turno puedan seguir
la lección. ¡Puede que pocas veces haya habido una presentación
científica con una expectación tan intensa! Me siento honrado,
privilegiado.
Participación total
Empiezo a hablar: «Aquí podéis ver el sol, en la periferia
de nuestra galaxia. Así de numerosa es la familia de estrellas de la que
formamos parte: doscientos mil millones de estrellas». Participan con tanta
entrega en mi exposición que me voy animando, gano fuerza. El vértigo
de la inmensidad del cosmos: «La Vía Láctea es sólo
una entre miles de millones de galaxias distribuidas en un espacio de mil millones
de años luz de profundidad. Y cada año luz son diez billones de
kilómetros». Tengo la impresión de que la inmensidad del
cosmos, más que “vértigo”, lo que les provoca es admiración,
casi complacencia, como si vieran reflejada en ella una grandeza que conocen
bien. Les hablo de la infancia de un universo en ebullición, de los primeros
gemidos del cosmos hace trece billones setecientos mil millones de años,
de la expansión del espacio. «Las condiciones que hacen posible
la vida y nuestra propia existencia parece que implican y atraviesan toda la
realidad física, desde los componentes elementales de la materia hasta
los primerísimos instantes de la historia del universo». Me pongo
a explicar diferentes hechos y descubrimientos. Su atención no decae ni
un instante. Nunca he tenido una clase tan atenta, ni siquiera con los estudiantes
del curso de astrofísica. «El hombre en el cosmos es casi una nada,
y sin embargo es el punto de conciencia de todo lo que existe. Está hecho
para el infinito. El hombre es pura relación con el Infinito», digo
citando a don Giussani. Y pienso qué evidente debe ser para ellas que
el hombre es relación con el infinito, para ellas, que entregan totalmente
su vida al Infinito hecho hombre. La hora y media está terminando. «Os
doy las gracias. El Misterio que al estudiar la naturaleza nosotros vislumbramos
detrás del orden y la unidad de lo creado, para vosotras es una presencia
segura y familiar, un “Tú” al que cantáis alabanzas
a cada hora del día. Gracias». Y me doy cuenta de que su presencia
es el reclamo más preciado que podía encontrar a la racionalidad
y a la pasión por mi trabajo. El tiempo apremia, dentro de un rato hay
Vísperas, pero la madre Rosaria me pide que diga algo más sobre
el proyecto espacial en el que estoy trabajando, al que había aludido
en el locutorio. Después, mientras las monjas abandonan la sala, la abadesa
me llama a un lado. «No ha quedado tiempo para preguntas, creo que a las
hermanas les encantaría poder seguir dialogando. ¿Podríamos
seguir mañana?». Quedamos el domingo por la mañana a las
nueve menos cuarto, una hora antes de la misa.
Qué fecundidad, qué apertura, qué sed de verdad hay aquí,
entre estas mujeres “conmovidas por el Infinito”, encendidas de un
amor puro y total, más grande que el amor natural, más aún,
plenamente humano. «Virgen madre...», me vienen a la mente las palabras
de don Gius: «La virginidad es el ser real...». Qué pureza
y simpatía por todo lo que es verdadero, bueno, realmente existente. Nos
sentimos impulsados a mirar y a vivir. Aquí no hay nada vago, confuso
o virtual. Todo es real.
Ciencia fuera de programa
El domingo por la mañana llega el segundo round de las lecciones científicas
fuera de programa. Desde la tarde anterior, muchas monjas ya me habían
hecho llegar tarjetas con preguntas, observaciones y agradecimientos. Volvemos
al Capítulo, y ahí están de nuevo situadas cada una en su
puesto. Lluvia de preguntas en todo el frente, sobre la relación entre
la ciencia y la Escritura, sobre la experiencia del investigador; pero sobre
todo entran en la materia que había tratado de explicar, la de las pruebas
científicas que había introducido. Ya me siento en casa, si se
puede decir así. Una vez mas el ritmo de la oración nos interrumpe.
Esta vez es la misa. No están en absoluto fuera del mundo: rezan por la
conversión de los pueblos, por los cristianos perseguidos, para que acaben
los atentados en Tierra Santa y la violencia del integrismo islámico,
por la Iglesia en el extremo Oriente, por la salud del Papa. Y además,
por si no bastara, dan gracias por el encuentro conmigo y piden por todos los
científicos e investigadores, para que Dios bendiga su trabajo, para que
puedan reconocer con amor el rostro del Creador a través de la belleza
de las criaturas.
Es sorprendente que esas vidas aparentemente tan aisladas tengan tanto entusiasmo
por el Ser, desde el aspecto particular más minúsculo hasta la
síntesis suprema. En este claustro la curiosidad y la libertad están
en su casa, se respira aire fresco. En nuestras universidades, en cambio, a pesar
de la buena voluntad de muchos, nos sentimos un poco encerrados. Es paradójico.
Muchos investigadores parece que se deslizan hacia el olvido de la belleza y
la verdad, de la realidad, y al final incluso de la materia. Cada vez se ensañan
más con los detalles y pierden la esperanza del fin. Y nadie está a
salvo de este riesgo. Es justo estar en primera fila e intentar resistir. Pero
quizás al final serán lugares parecidos a este monasterio – puede
que no de ladrillo, o puede que sí – los centros de resistencia
de un sentimiento humano de las cosas, los baluartes de supervivencia de la verdadera
curiosidad, del conocimiento, de la ciencia. Lugares humanos dominados por la
grandeza y la familiaridad con el Misterio presente, fuente de todas las cosas
conocidas y desconocidas, al que también pertenecen la contingencia, la
materialidad y la belleza del universo. Quizá pueda comenzar una recuperación
a partir de un ámbito en el que unos pocos hombres con el corazón
exaltado de amor por Cristo podrán abrazar cada cosa y volver a ganar
pacientemente, palmo a palmo, la realidad entera para Él. Nuestra Fraternidad
es el inicio de esto. El inicio está ya. Es más, ya hemos empezado.