La
Virgen
El método necesario para una familiaridad con Cristo
Huellas
recibe más comentarios a la Carta de don Giussani a la Fraternidad. Una
profundización que continúa
Sor
Chiara Piccinini
Monja trapense en Venezuela
Estamos profundizando juntas en la carta de don Giussani a la Fraternidad. Nos
la enviaron a comienzos de agosto, e intuimos inmediatamente su profundidad profética.
Hemos conseguido intuir, pero no comprender. Esta carta no es una enseñanza, ¡es
un acontecimiento! Nos hemos juntado para comprender el pensamiento de don Gius,
pero nos hemos estancado en un punto que nos gustaría nos aclarara don
Giussani para poder proseguir el trabajo. Envío esta carta para ver si
es posible.
Expongo a continuación la síntesis de nuestras reflexiones, siguiendo
el texto. Nos gustaría que nos corrigieran, que nos iluminaran, que completaran
lo que decimos. Al final planteo la duda que nos ha surgido.
1. El Himno a la Virgen...: capacidad del hombre de contemplar la realidad, y
si contempla la realidad se encuentra inevitablemente con el focus de la realidad:
Dios, el Misterio.
2. La figura de la Virgen es el constituirse de la personalidad cristiana: Dios
es el Ser: yo existo porque soy constantemente alentado por el Ser como hecho
creador y salvífico. El Ser crea continuamente, en una dinámica
de creación y recreación. Por tanto, “renacer de la realidad” es
una adhesión al hecho de que el hombre es constantemente exaltado porque
Dios crea y redime incesantemente, y esto en la Virgen es una conmoción
infinita: Ella es una tensión continua hacia el infinito, está abierta
al Ser hasta el infinito, es Destino cumplido.
3. El principio fundamental del cristianismo es la libertad: el núcleo
de infinito que Dios ha puesto en el hombre es la libertad. Y lo bonito de esto
es que el hombre descubre este núcleo de infinito en el límite.
El hombre siempre puede superar el pecado, la caída, incluso cuando peca.
No existe límite que le defina. Es siempre libre fundamentalmente porque
la libertad es el núcleo de infinito que Dios ha puesto en su criatura.
4. La libertad del hombre es la salvación del hombre: esta es una definición
teológica de altísimo nivel. La libertad no es la autonomía. «La
libertad es la salvación». Esto significa que el hombre realiza
por completo su libertad únicamente en la fe.
5. La Virgen respetó totalmente la libertad de Dios: nosotros no respetamos
la libertad de Dios cuando pecamos, entendiendo el pecado como aquello que impide
a la libertad de Dios comunicarse al hombre, aquello que pone un obstáculo
al Ser en su coextensión generadora. Dios no comunica algo, se comunica
a Sí mismo. El pecado es la no aceptación del Ser. Ese «”salvó” Su
libertad» es precioso. La Virgen entró en el modo de Ser de Dios,
en su método, porque fue pura transparencia, pura disponibilidad, y por
eso pura obediencia a Su voluntad. Fue por tanto infinito respeto y lugar de
la libertad de Dios.
6. Se coextiende...: este «coextiende» implica, supone el movimiento
trinitario que llega a tocarlo todo. El amor trinitario se comunica, lo creado
es Su coextensión, y por tanto yo estoy dentro de este movimiento de coextensión
trinitaria que me constituye: ¡pertenezco a la Trinidad!
7. Por ello, la virginidad...: la Trinidad es virginidad esencial. No existe
otra forma de virginidad más que la Esencia misma de Dios: la eterna Virginidad
es la Trinidad infinita y eternamente fecunda. La virginidad es la verdad del
Ser, de su coextensión, de su comunicación total. Virgen es aquel
que se abre a la obediencia radical, a la invasión del Ser, sin oponer
otros planes subjetivos. María se inserta plenamente en el Ser de Dios,
en Su naturaleza: es su imagen y su esplendor. María pertenece íntegramente
a la virginidad eterna del Ser. Y es Madre: de la Virginidad eterna... la virginidad
de la maternidad. La virginidad es siempre fecunda, siendo la coextensión
de la naturaleza misma de la Trinidad, fuerza generadora que da vida. «La
virginidad es maternidad». El Ser es absoluta virginidad, es decir, Realidad
totalmente libre, pura, desposeída, y la maternidad es su comunicación.
Por eso la maternidad no quita nada a la naturaleza de la virginidad, sino que
la comunica (las palabras «el calor de la virginidad» son preciosas).
8. La Virgen es el método necesario...: no se trata de un método,
sino de el método, el camino por excelencia. Pero la pregunta que planteamos
se refiere a la frase que viene un poco después. «El Misterio del
que todo procede, en el que se mantiene y culmina lo creado, está en la
Virgen». No llegamos a comprender qué quiere decir con: «El
Misterio del que procede lo creado está en la Virgen». Intuimos
que hay dimensiones profundas y proféticas, pero al mismo tiempo hay implicaciones
teológicas que no abarcamos. ¿Cómo interpretar esta afirmación
de don Gius? ¿Qué quiere decirnos con esto?
Un abrazo de todas las hermanas de la Trapa de Humocaro.«El Misterio del
que todo
procede, en el que se mantiene y culmina lo creado, está en la
Virgen», porque en la Virgen el Misterio se convierte en
experiencia humana histórica.
Gracias a vosotras.
don Giussani
Bruno Tolentino
Poeta brasileño
A medida que el pensamiento de Luigi Giussani se profundiza, la gracia le conduce
cada vez más en dirección al núcleo vivo, al alma expuesta
en el centro mismo del misterio de la Encarnación. No hay que extrañarse
por tanto de que en los últimos tiempos la meditación giussaniana
se haya dirigido con creciente insistencia a la contemplación del vientre
abismal de la Virgen Madre. En la carta del pasado 22 de junio enviada a la Fraternidad
de Comunión y Liberación, esta mirada contemplativa se enriquece
con muchos aspectos nuevos, pero sobre todos ellos resalta de forma conmovedora
la cuestión fundamental de la realidad en cuanto creatura, como cosa creada
que es. No parecerá mucho para una mirada superficial, pero esta articulación
de libertad y dependencia, misterio centrado en la persona de María, nos
reconforta con una de las más sencillas percepciones ofrecidas al alma
cristiana: nos consuela el hecho de percibir que en la persona de la Madre de
Dios no honramos tanto a la figura de María Theotokos, cuanto al mismo
vínculo de lo humano y lo divino, de lo eterno que entra en lo temporal.
Aquí monseñor Giussani nos recuerda que si María no hubiese «respetado
la libertad de Dios», sólo habría tenido la alternativa de «oponer
un método suyo». Este punto es fundamental para comprender no sólo
en qué consiste la peste de la ideología, sino también qué es
nuestra libertad en cuanto algo creado. Cada una de las tentaciones creaturales
de suponer y proponer alternativas a la libertad divina -libertad que, según
Giussani, depende eminentemente de la nuestra-, todas nuestras tendencias dirigidas
a contrastar el plan de Dios sobre cada uno de nosotros para “perfeccionarlo”,
toda la agitación mental sin raíces en la realidad, sencillamente
no tienen posibilidad de afirmar “realidad” alguna. Al contrario,
lo único que producen es la tragedia prometeica del orgullo rebelde, del
rechazo arrogante, de la no cooperación.
Hasta aquí no hay nada nuevo en el mensaje del sacerdote milanés:
lo sabemos desde Esquilo, que habla por boca de Hermes. Éste, en el último
acto de Prometeo, le dice al infeliz encadenado a la roca, oyéndole renovar
el odio hacia todos los dioses: Me pareces prisionero de no poca locura... Ahora
la novedad está en la insistencia, ésta sí eminentemente
giussaniana, en el vínculo natural, por un lado, entre realidad y libertad
y, por el otro, entre la creación sapiencial del hombre nuevo y el “sí” benéfico
de la Madre de Dios. Así, dejándose atraer cada vez más
por el imán vivo del insondable misterio mariano, al mismo tiempo centro
y cuna de la Iglesia, la reflexión de Giussani nos conduce de lo particular
a lo esencial, volviendo al ser. Se trata de una vuelta al ser caracterizada
por la sangre vivificante que el Niño Jesús recibió de Su
madre, y sólo de ella; esta misma sangre que, en cuanto Salvador, derramará sobre
la Cruz por cada uno de nosotros. Sacrificio trascendente, pero sangre real,
y real en la realidad dolorosa y tangible de cada gota, cada una de las cuales
es recibida por ella, por la Virgen Madre, Hija de su Hijo... Oremos: infunde,
Señor, Tu gracia en nuestros corazones y Tu luz cada vez más particular
en el corazón de monseñor Giussani, Tu siervo y nuestro hermano
por el don de la sangre, la misma sangre, la sangre del Cordero y de María...
Padre
Thierry
de Roucy
Fundador de Points Coeur
Desde hace muchos años el corazón y el espíritu de don Giussani
no cesan de moverse en el espacio del Misterio. Y cuanto más Lo contempla,
tanto más «profundamente está conmovido por el Infinito» y
fascinado por su Misericordia, manifestada en la economía de la salvación
a través de «la personalidad de la Madre de Cristo». Poco
a poco se le desvelan a don Giussani los vínculos que existen entre lo
que puede parecer antinómico, diametralmente opuesto o paradójico
(como la virginidad y la maternidad, lo absurdo y el misterio). En esta recomposición
en la unidad reside probablemente la increíble y fascinante lógica
de la Gloria de Dios. De este estupor, como de un secreto, don Giussani nos hace
partícipes en textos increíblemente sintéticos, de una densidad
tal que harían falta páginas y páginas para comentar la
mitad de sus afirmaciones. Y sin embargo estos textos no deben desanimarnos ni
asustarnos: son una invitación a emprender su mismo camino, a mendigar
del Señor que nos conceda vivir la misma experiencia que le ha concedido
vivir a él. La carta del 22 de junio, en este sentido, es característica
del método actual de don Giussani: es una serie de revelaciones y de síntesis
del Misterio. Se podría describir como un abanico que se abre y se cierra
repentinamente, como por temor a que lo que se revela sea demasiado grande, demasiado
luminoso. En este abanico está pintado un gran fresco del que nosotros
percibimos, de vez en cuando, algún detalle que inevitablemente se enlaza
con el Todo. Este gran fresco representa, sin duda, el misterio de la Misericordia
de Dios, el misterio de la libertad divina y el de la libertad humana, que están
condensados y admirablemente expresados en el destino de la Virgen María.
Y así como el Espíritu Santo ha podido suscitar en Ella «la
Palabra, el designio que la ha definido [perfectamente]», don Giussani
nos propone a cada uno a la Virgen como «el método necesario para
tener una familiaridad con Cristo», la reconoce como fuente de toda fecundidad.
Su papel es «decisivo e iluminador para el carisma que la Iglesia ha reconocido
como origen de nuestro camino». La Madre de Cristo, plenamente libre, y
como tal plenamente traspasada, penetrada por la salvación, es abrazada
por la caridad divina en la que se cumple toda la ley moral. Para la Iglesia,
y por tanto para toda la humanidad, es la fuente de una «esperanza inagotable»,
que ella hace pasar como «luz en los ojos» y «ardor en el corazón»,
suscitando en cada persona que la contempla el «éxtasis de la esperanza».
Sobre su rostro, en el que resplandece «la intensidad de la bondad creadora»,
aparece el sentido de nuestro destino: nosotros hemos sido creados eternos porque
la libertad que se nos ha dado hace entrar repentinamente “la infinitud” dentro
de nuestra “finitud”. Ella hace nacer en nosotros una alegría
-su alegría- que nos concede levantarnos cada mañana «por
un desbordamiento en nosotros mismos del hecho de Cristo».
En verdad la Madre de Cristo es la Madre de todos los seres humanos.
Nicolaus
Lobkowicz
Director del Centro de estudios
sobre la Europa del Este y la
Europa Central
Aunque Chiara me dio también el texto original en italiano, no estoy convencido
de haber comprendido plenamente este conmovedor texto de don Giussani. Por lo
demás, no se me ha requerido esto, sino más bien que contribuya
desde mi experiencia de fe a una comprensión más profunda de la
carta. Así pues, trataré de expresar alguna cosa sobre una carta
que en realidad es un himno –y percatarse de esto es ya un paso importante
para comprenderla–, al estilo de los antiguos, como los de Plotino, y cuyo
eco familiar resuena ya en los “balbuceos” de los místicos
cristianos. La grandiosidad de este texto radica en que devuelve al Ser la dimensión
que le es propia (o, más bien, que Le es propia). En nuestra experiencia
cotidiana se pueden observar muchos entes distintos, casi todos corpóreos,
entre los que están las personas. Platón y Aristóteles descubrieron
que eso no puede ser todo y explicaron que deben existir entes originales, que
no son cuerpos ni tienen cuerpo, pero deben ser a la vez más reales que
todo lo que existe “aquí sobre la tierra”. Tuvieron la intuición,
aun no pudiendo todavía alcanzar al respecto un conocimiento en sentido
estricto, de que el Ser como tal es personal o, más exactamente, es una
persona. Aristóteles no dice jamás que Dios es sólo un ente,
sino el Ser mismo; su Dios es tan perfecto que no puede ocuparse de otra cosa
que no sea él mismo. Santo Tomás de Aquino, que en cierto modo
es su discípulo más conspicuo, conoce a Dios como el “esse
ipsum”; sin embargo, en él, justamente por la identificación
entre Dios y el esse ipsum, la idea de que el Ser es esencialmente personal y
que, por tanto, el no ser persona es una limitación, juega un papel meramente
marginal. Ahora bien, la carta de don Giussani expresa de forma completa esta
dimensión del Ser. “Ser” en sentido pleno quiere decir “ser
una persona”, un yo que piensa y quiere, que escucha y responde, que se
comunica y ama, un yo abierto a un tú y por ello a todos los tús.
No sólo las personas son así, sino que cualquier ser participa
asimismo de ello aunque de forma diferente. Los animales, las plantas o las piedras
son como “tús impedidos”. Nosotros mismos somos en este mundo
tús limitados; sólo rindiéndonos completamente a Dios quebramos
un poco esta limitación. Pero sólo un poco, porque en cuanto criaturas
no podremos jamás pensar y querer, escuchar y responder, comunicarnos
y amar de un modo perfecto. Y si alguna vez por ventura lo lográramos,
se trataría en todos los sentidos de un don inmerecido de la Trinidad.
Desde este punto de vista, María, aun siendo sólo un ser humano,
está más cerca de Dios que los ángeles más grandes.
No sólo fue concebida sin la mancha del pecado original, sino que puede
y debe tomar, en el tiempo de este mundo, una decisión con la que los ángeles
sólo se enfrentan una vez –en el momento en que son creados– y
nunca más “sucesivamente”: la decisión de rendirse
completamente a la libertad de Dios o de oponerle resistencia, esto es, como
supone la tradición respecto a los “ángeles caídos”,
oponerse al hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre y no un ángel.
Su decisión libre ha hecho que se convirtiera en «término
fijo de eterno consejo», esto es, no en una cuarta persona divina, sino,
como una vez dijo el teólogo y filósofo polaco Józef Tischner, «el
principio femenino, a la vez virginal y materno, al lado de Dios». Por
esto nos dirigimos a ella llenos de confianza. Aunque es una criatura como nosotros
y ha vivido sobre esta tierra como cualquier otro ser humano, el ipsum esse,
que misteriosamente no es una, sino tres personas, no puede rechazar sus invocaciones.
Ni tampoco quiere rechazarlas, porque precisamente por su humildad y plena disponibilidad
a Dios ella es «más alta que criatura alguna».
Monseñor
Manoel Clemente
Obispo auxiliar de Lisboa
Este texto, junto con otros, viene a confirmar mi convicción sobre la
actualidad de monseñor Giussani, sobre su instantánea perennidad.
Vivimos en medio de tanta/as historia/as, lo cual no es negativo. Pero sobrevivimos
a una excesiva extrapolación de esta/as historia/as de su vida real debida
a la ideología, que acaba por excluirnos de ella/as, como puede suceder,
a pesar de todo. Me explico mejor: cualquier reducción de la historia
a un pensamiento sobre sí misma, siempre interesado y orientado a un proyecto
propio, termina por serle infiel, del todo o en parte, porque debilita su creatividad
y le arranca la sorpresa. Esta reducción se vuelve fácilmente totalitaria,
una falsificación de la totalidad, de esa totalidad ante la cual únicamente
el Creador puede presentarse, como se presenta a los corazones libres. En Giussani
aprecio el que haya recordado la trascendencia divina, que por otro lado es tangible –por
parte y a riesgo del propio Dios– en la inmanencia de Cristo y de la Iglesia.
En ella el tiempo no es previsto, sino concedido, incluso cuando la caridad debe
superar obstáculos precisos y persistentes, precisamente porque es el
otro nombre de la fidelidad de Dios. Por lo que a mí respecta, lo confirmo.
Peter
Stockland
Director de Montreal Gazette
Don Giussani ilustra su meditación sobre María como el constituirse
de la personalidad cristiana con una cita del Himno a la Virgen de Dante. «O
percibimos cómo el primer terceto de Dante se dilata en el corazón
o puede tornarse en una piedra que nos aplasta». Esta frase tiene una maravillosa
resonancia en mí, precisamente porque choca tremendamente con mi experiencia.
Como periodista que ha forjado palabras durante toda la vida, podría esperarse
que empleara el poder evocador de la lengua para captar la intuición de
don Giussani de que «la Virgen es el método necesario para una familiaridad
con Cristo». Sin embargo, mi profunda aceptación de la verdad que él
describe no brota de la forma artística de las palabras, sino del arte
del escultor. En la piedra magistralmente esculpida por Miguel Ángel,
la Piedad conservada en San Pedro, he experimentado lo que Giussani define como «desbordamiento
en nosotros mismos del hecho de Cristo». Lo curioso es que para mí en
la Piedad “el hecho de Cristo” no se realiza en el cuerpo de Nuestro
Señor tallado en la piedra por las manos geniales de Miguel Ángel.
Más bien, mis ojos se vieron atraídos por lo que Giussani llama
un «focus inefable»: la esencia de la Madre de Dios que anima el
mármol en el que ha sido creada su figura. Es ella, en su eterna actitud
de obediencia a la libertad total, la que reconduce mi mirada hacia el amor del
Hijo que está abrazando. «El Himno a la Virgen de Dante coincide
con la exaltación del ser, con la tensión extrema de la conciencia
del hombre ante la presencia de la “realidad”, que no se hace a sí misma,
sino que está hecha de un focus inefable: en efecto, la realidad es creada»,
escribe Giussani. Mi descubrimiento de esa exaltación en la obra maestra
de Miguel Ángel, en vez de en la potencia creativa de Dante, no trata
de ningún modo de contradecir a don Giussani. Creo que representa algo
más que una simple sustitución de formas o metáforas artísticas.
Representa la libertad de contradicción totalmente obediente que es María,
hija de Su Hijo y Madre de todos nosotros. Los labios de María pronuncian
el Magnificat, el alegre y glorioso himno que ha inspirado la música más
grandiosa del mundo. Su corazón custodia el silencio meditativo que puede
levantar a quienes están abatidos y derrotados. Su vientre da vida no
sólo a la personalidad cristiana, sino también a la Persona de
Cristo mismo. En el sonido, en el silencio, encontramos al Ser, como dice Giussani,
a través del «instrumento que Dios usó para entrar en el
corazón del hombre».
Jörg Splett
Profesor de Filosofía
en la Universidad
filosófico-teológica de Francfort
Como filósofo alemán tengo que decir con sinceridad que he tenido
dificultades de comprensión con respecto a la retórica italiana
de la carta. Sin embargo siento su fuego. Me pregunto cómo es posible
decir que un ser humano (y no su comportamiento) es un método (en vez
de ser camino o puerta). ¿Qué quiere decir que el Ser pide al hombre
que le reconozca? (me viene a la mente el versículo del Apocalipsis 3,20). ¿Qué quiere
decir «virgen, porque eterna»? ¿Quiere decir que todo lo eterno
es virginal? (¿o quizá que toda virginidad es eterna?). Mucho más
comprensible y bonita encuentro la descripción de la virginidad como primer
valor de lo creado: la creación intacta como nieve fresca. Rilke llama
a los ángeles «crestas aurorales de todo lo creado». Aquí se
refleja no solo la idea agustiniana de su «conocimiento auroral» (en
contraste con nuestra forma cansada y crepuscular de conocer), sino también
lo que dice Dante con respecto a la creación de los ángeles -y
que vale también para nuestra creación:
No por acrecentar
sus propios bienes,
que es imposible,
mas porque su luz pudiese,
en su esplendor decir “Subsisto”, allí en su eternidad,
fuera de toda comprensión
y de tiempo, libremente,
se abrió en nuevos amores
el eterno.
Y visto que el resplandor blanco aquí es el amor, a este amor le corresponde
-¡qué razón tiene Giussani!- la maternidad. Porque amor significa
afirmación, voluntad de ser y de realidad. Santo Tomás describe
al ser -creado- como simplex et completum, sed non subsistens: es decir, no un
mero existir, sino un existir porque ha sido querido. Es decir, el ser afirmado
totalmente (incondicionalmente) y sencillamente por aquello que es. Un ser que
se revela como un “existe”, y más profundamente todavía
como un “Él da”. Ante esa donación, las únicas
respuestas posibles son leticia, gratitud y esperanza. Gratitud en cuanto aceptación
del don y acogida del dador en su don, esperanza en cuanto forma anticipada de
gratitud. Entonces comprendo que la forma en la que se realiza esta gratitud
es “la explosión” en el momento de levantarnos por la mañana.
Porque existimos para vivir y vivimos para amar. Más que comprender haría
falta saber ponerlo en práctica. Esta es la petición llena de esperanza
de uno que está necesitado de misericordia...