PRIMER PLANO
Los de… LA FELICIDAD
El dinero no lo es todo. Una articulada investigación de
la autorizada revista inglesa New Scientist, y que Repubblica ha difundido en
Italia, llega a una conclusión a medio camino entre lo banal y lo desconcertante:
la riqueza (y la belleza, el poder, la juventud...) no da la felicidad. Es más,
comenta Repubblica, «se es más feliz cuanto menos frenéticamente
se busca serlo». Mucho mejor contentarse con un buen carácter, o
con «creer en Dios (o en Marx, da lo mismo)». Dejando a un lado el
método que han empleado los científicos, en el núcleo de
la investigación aparece un fondo tan ideológico que al final consigue
subvertir la evidencia: no la evidencia filosófica, sino la propiamente
material. De los gráficos del New Scientist se concluye que los países
en los que la gente es más feliz son los países más pobres
y desgraciados: Nigeria (68%), Méjico (59%) y Vietnam (49%). En Gran Bretaña
esta cifra solo llega al 37%, y en la triste Italia al 17%. Presumiblemente,
el motivo es que cuanto menos se tiene, más fácilmente consigue
uno contentarse. Y el que se contenta... Dice Borghesi en el mismo artículo
citado: «Hay un vínculo profundo que une la libertad con el deseo,
con el deseo más profundo que habita en el corazón humano, el de
la felicidad».
Creer, quizá obedecer, no luchar. El viernes 10 de octubre la primera
página del Corriere della Sera presentaba un complejo sondeo elaborado
en el ámbito universitario con el fin de presentar la situación
de los católicos en Italia. Son muchos, son cultos, van a misa más
que antes. Pero quizá la respuesta más interesante –la que
el título subrayaba con malicia periodística– tiene que ver
con otra cosa: la mayoría de los católicos «está convencida» de
que la propia religión es la verdadera, pero también de que no
es una verdad absoluta. «Hay verdades importantes también en las
demás religiones», y... a cada cual su Dios.
Iglesia sin mundo «El tercer aspecto de la influencia que el mundo racionalista
ha introducido en nuestra vida eclesial, individual o colectiva, es una Iglesia
sin mundo. De esto dependen el clericalismo y el espiritualismo, dos reducciones
del valor de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. La vida religiosa cristiana queda
determinada por el estatalismo que, de modo unilateral, también se suele
llamar “clericalismo”. La religiosidad cristiana se desarrolla en
el ámbito de reglas concebidas de un modo legalista (civil, político
y religioso).
El espiritualismo consiste en una fe yuxtapuesta a la vida; así la fe
ya no es razón que ilumina y fuerza que actúa en la vida. Todo
espiritualismo sólo puede hablar de la resurrección de Cristo de
manera sentimental: devoción por un recuerdo, no memoria de una presencia.
De modo que Cristo no ha resucitado realmente con su cuerpo: la resurrección
no es algo presente, la salvación no ha comenzado todavía.
La salvación se concibe “escatológicamente”, sólo
en el último día. De este modo se vacía totalmente de contenido
la salvación de lo humano tal y como es definida por la fe, porque la
fe anuncia, tiende a realizar y realiza, en la medida de lo posible, la salvación
del presente. Si se confina la salvación al último día se
destruye de hecho la racionalidad de la fe, es decir, su humanidad, la concreción
humana de nuestra relación con Cristo; y, por último, la razón
misma de ser de la Iglesia en el mundo, el “quién es quién” del
cristiano en el mundo. La Iglesia deja de ser así protagonista y se convierte
en cortesana de la historia cultural, social y política». (pp. 131-132)