Iglesia
Ser
laico es una vocación
Ofrecemos
aquí un extracto de la intervención de
monseñor Stanislav Rylko, nuevo presidente del Pontifico Consejo para
los Laicos, en el Congreso de los laicos católicos de la antigua Unión
Soviética
¿
Qué quiere decir ser fieles laicos? ¿En qué consiste la
identidad del fiel laico? El Concilio nos ha recordado que ser laicos en la Iglesia
y en el mundo es una llamada de Dios, es una verdadera vocación. ¡Y
no una vocación de segunda categoría! Es la vocación que
brota del sacramento del bautismo. A propósito de esto escribe el Papa: «No
es exagerado decir que toda la existencia del fiel laico tiene la finalidad de
llevarle a conocer la radical novedad cristiana que deriva del bautismo, sacramento
de la fe, para que pueda vivir las tareas recibidas de Dios [...]. El bautismo
nos regenera a la vida de los hijos de Dios, nos une a Jesucristo y a su Cuerpo
que es la Iglesia, nos unge con el Espíritu Santo constituyéndonos
templos espirituales» (Exhortación apostólica Christifideles
laici). Este es por tanto el punto de partida: la necesidad, para todos nosotros,
de volver a descubrir la importancia de este sacramento en nuestra vida. Porque
nuestra vida de cristianos tiene su raíz en el bautismo. En el bautismo
está contenido el “código genético”, por llamarlo
de alguna manera, del cristiano. Desgraciadamente, en nuestros días esta
conciencia está muy debilitada, y para no pocos cristianos su propio bautismo
no es más que un lejano episodio de la primera infancia, totalmente irrelevante
para su vida de adultos.
Nuestro Congreso se desarrolla en Kiev. Aquí tuvo lugar, en el año
988, el bautismo de san Vladimiro y de toda Rusia. Aquí dio comienzo la
extraordinaria obra de evangelización de estas tierras. No es casualidad
que el Papa lo recordara durante su viaje apostólico a Ucrania, hace dos
años. Como tampoco es casualidad que, durante su primer viaje a Francia
en 1980, el Papa interpelara a los católicos franceses con esta dramática
pregunta: «Francia, ¿qué has hecho de tu bautismo?».
Durante este Congreso cada uno de nosotros debe plantearse la misma pregunta: «¿Qué he
hecho de mi bautismo?» Dice san Pablo: «Los que por el bautismo nos
incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos
sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado
de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros
andemos en una vida nueva» (Rm 6,3-4). El cristiano es una criatura nueva
(cfr. 2 Co 5,17) y por eso tiene el deber de testimoniar en el mundo la novedad
y la fascinante belleza de esta vida que ha recibido gratuitamente de Cristo.
(...) El cristianismo no es una doctrina teórica y abstracta. El cristianismo
es una Persona. Escribe el Papa en la carta apostólica Novo millennio
ineunte: «No nos seduce ciertamente la perspectiva ingenua de que, ante
los grandes desafíos de nuestro tiempo, pueda haber una fórmula
mágica. No, no nos salvará una fórmula, sino una Persona
y la certeza que ella nos infunde: “¡Yo estoy con vosotros!”».
El cristiano se ha encontrado con Cristo en su vida, y este encuentro ha cambiado
radicalmente su existencia. Cristo le ha llamado por su nombre, le ha elegido
como discípulo suyo, y él ha escogido a Cristo como único
Señor y Maestro. San Pablo nos ha dado un testimonio precioso acerca de
esta experiencia: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga
2,20). (...)
Entre la vocación y la misión de los fieles laicos existe un vínculo
muy estrecho e inseparable. La vocación cristiana es por su naturaleza
una vocación misionera. En la misión en el mundo y en la Iglesia
se hace visible la grandeza y la belleza de la vocación cristiana. (...)
Los fieles laicos realizan su vocación misionera tanto individualmente
como en las asociaciones y movimientos eclesiales, que en nuestros tiempos van
adquiriendo cada vez mayor importancia y de los que el Papa ha hablado en la
Christifideles laici como expresión vivaz de una «nueva forma agregativa» en
la Iglesia. Las asociaciones y movimientos eclesiales son un gran don del Espíritu
Santo para nuestra época. Gracias a la riqueza de sus carismas, se convierten
en lugares privilegiados de formación y de misión en cuyo seno
los fieles laicos ejercitan de manera directa su propia corresponsabilidad en
la vida y en la misión de la Iglesia. Hoy, después de largos decenios
en los que el régimen comunista ateo ha negado a los ciudadanos la libertad
para asociarse, se perfila ante las Iglesias de los países del Este de
Europa la gran tarea de promover estas nuevas formas de agregación que
favorecen la formación y el apostolado de los fieles laicos. La presencia
de los movimientos eclesiales y de las asociaciones laicales en vuestras parroquias
no es un accesorio, sino un componente esencial de su vida, un signo visible
de su vitalidad religiosa y de su espíritu misionero. (...)
No debéis olvidar nunca que la lógica del crecimiento del reino
de Dios no es la lógica humana del poder, de la fuerza, de las estadísticas
o de los grandes números. Aquí cuenta cada persona individual que
se encuentra con Cristo en el camino de su vida. La lógica del crecimiento
del reino de Dios es la del grano de mostaza y la de la levadura, que dentro
de su pequeñez esconde enormes energías de crecimiento y de desarrollo.
No olvidéis jamás las palabras de Cristo: «Os he hablado
de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis
luchas; pero tened valor: Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y san Juan
comenta así estas palabras del Maestro: «Todo lo que ha nacido de
Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra
fe» (1 Jn 5,4).
Por tanto, «¡Duc in altum!», ¡Rememos mar adentro!