IGLESIA
Una
jornada en compañía de la Madre
Teresa
Davide
Rondoni
Desde el primer momento me causó una impresión de tierna e irresistible
simpatía. La conocí en el despacho de don Gianni Danzi, donde fui
a proponerle nuestra descabellada idea. A saber, que con un grupo de amigos habíamos
pensado sugerir que durante el noveno centenario de la Universidad de Bolonia
se le concediera el doctorado honoris causa, una distinción que solía
recaer en científicos, grandes políticos y algún que otro
magnate.
El rector, Roversi Monaco, si bien un tanto descolocado ante nuestra proposición,
se mostró muy disponible. La cosa no fue fácil. Para evitar obstáculos
y largas innecesarias, recurrimos a la facultad de Farmacia. Medicina es la facultad
más emblemática, pero se habrían suscitado polémicas
y divisiones (evidentemente un buen número de médicos no habrían
consentido). Y para qué hablar de Ciencias Políticas.
Durante nuestro coloquio en Roma, ella me dio a entender que pensaba preguntar
al Papa y después me daría una respuesta. Ésta fue positiva.
Cuando llegó el día, fui a recogerla al aeropuerto y viajamos en
coche hasta Bolonia. Recuerdo que un monseñor de la Curia me presionaba
en el móvil porque quería asegurarse de que Madre Teresa llegaría
a tiempo a un hórrido festival de beneficencia con toda su parafernalia
folclórica. Pero el recuerdo más vivo era que ella se giraba de
vez en cuando para mirar algo por el cristal trasero del coche. Después
me dijo que trataba de entender dónde habían puesto unos juguetes
que llevaba para la casa de sus hermanas recién abierta en Bolonia. No
imaginaba que hubiera un maletero cerrado tan grande, y le preocupaba no verlos
atados quién sabe cómo a algún lugar del lancia azul que
nos llevaba. Sonreía a menudo, de abajo arriba, mientras le hablábamos
sobre los estudios, las iniciativas y CL. Parecía contenta de la excursión.
Se divertía mucho viendo la escolta que llevábamos. «¿Es
por nosotros?», preguntaba. Ahora que es beata sabe Dios qué escolta
tendrá, con sus amigos y desahuciados vestidos de domingo. Me complace
imaginarla en el cielo en medio de esa compañía ruidosa y alegre...
Nos detenemos en la casa nueva. Un momento para la oración y ella se convierte
en algo minúsculo y recogido.
Después, al atardecer, el encuentro promovido por los entonces Cattolici
Popolari en la espléndida plaza de San Esteban.
Lejos de cualquier sentimentalismo, se titulaba “La caridad que se hace
obra”. Introdujo el cardenal Biffi. Poco tiempo después, Madre Teresa
vendría también al Meeting. Dijo sus pocas cosas de siempre. Recuerdo
cómo se concentraba hablando de Jesús. La fuerza de aquella presencia
era impensable separada del amor a Cristo. La multitud era inmensa, silenciosa.
Cuando descendimos del escenario tenía miedo de que se cayera al bajar.
Parecía delicada, pero era una roca. Por la noche, yendo a cenar con los
amigos, recuerdo que uno de ellos se burló de mí con un poco de
arrogancia: «ahora que has estado con la Madre Teresa un día entero
te sentirás más santo...». No le escuchaba. Ya sabía
que dedicaría mi vida a escribir poesías y no sería capaz
de mucho más, que haría poco por los materialmente pobres. Pero
el testimonio de ella radicaba en que su obra no era siquiera pensable sin Cristo
y lleva a pensar en Él. ¿Sería así para mí? ¿Es
así? La pregunta me parecía sofocante bajo aquel cielo inmenso.
Después escuché las voces de los amigos que llamaban.
God bless you, me había repetido ella cientos de veces. Y desde entonces
estoy aprendiendo qué significa.