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La historia de un hombre
Querido don Massimo Camisasca: quiero agradecerle sus dos libros sobre la historia de CL. Los he leído con atención, aunque sólo desde 1979 vivo la historia del movimiento. La impresión que he sacado es que, más que la historia de un movimiento, relatan la historia de un hombre, don Giussani. Este es el pensamiento que me ha acompañado y llenado de satisfacción según iba pasando las páginas, y por el que le estoy especialmente agradecida. En efecto, creo que no puede haber historia de un movimiento si no es en primer lugar la historia de un hombre que ha deseado algo para sí y sólo por ello lo ha propuesto a otros. Es una historia de trabajo, deseo y obediencia que parte de una persona. Esto es a lo que quiero seguir mirando.
Maria Grazia, Génova (Italia)

Lecturas terapéuticas
Un chico de 19 años, considerado por muchos como «irrecuperable». A lo largo de su vida, lo han definido como «retrasado mental» a los 5 años; «caracterial» a los 10; «neurótico grave a alto riesgo» a los 14; «probable estructura psicopática» a los 16. Su tía lo trajo a mi consulta. Durante las primeras sesiones, Paolo se mostraba hostil y todo intento de diálogo caía en la nada. Un día puse en la mesa algunos tebeos, un atlas y unos libros de Giussani y le dije: «Pienso que si no te apetece hablar, podríamos utilizar nuestro tiempo para leer algo juntos. Elige tú lo que te interesa». Ninguna respuesta. Después de unos minutos de silencio, tomé un libro de Giussani y le propuse: «Si estás de acuerdo, tú y yo trataremos de entender lo que dice este autor. Quizás estudiando juntos lleguemos a ser amigos». Sin pedirle ninguna participación al chico, leí algunas frases y las comenté. Hice lo mismo durante cuatro sesiones. Al quinto encuentro, Paolo empezó, inesperadamente, a preguntarme y yo a contestarle siempre: «No sé. Vamos a ver juntos cómo se podría contestar a tus preguntas». Desde ese quinto encuentro seguimos trabajando juntos todavía hoy: el contenido de nuestro estudio nos ha ofrecido un instrumento de trabajo y un riguroso recorrido terapéutico. Ya estaba convencida del carácter “terapéutico” de los escritos de Giussani, pero esta experiencia ha rebasado todas mis expectativas. El chico, a lo largo el camino, ha elegido ser sujeto y dejar de ser un objeto en las manos de otros. De manera especial, ha entendido el valor de un simple encuentro, y por qué la verdad nos hace libres. Ha entendido el concepto de pobreza de espíritu y los demás conceptos fundamentales necesarios para situarse correctamente en la vida. Paolo desde hace dos meses trabaja. Ayer me dijo: «He calculado que ya llevo 50 veces viniendo aquí, pero todavía no he ofrecido en la iglesia un euro por cada vez que he venido, como me había sugerido mi tía. Este dinero es mi primer sueldo que el dueño de la pizzeria me ha pagado. También me ha pagado el mes de prueba, porque lo he hecho bien. El dueño es como tú, no me desprecia y le gusta hablar conmigo». Luego, bromeando, añadió: «Mi yo, como dice Giussani, sabe hacer pizzas y más cosas...». Y, por primera vez, me sonrió.
María (Italia)

Hijo de mi hijo
Querido don Giussani: Hace un tiempo, escuché el testimonio de Aldo Brandirali en Excalibur, la retransmisión de la RAI que lleva Antonio Socci. Me dio escalofríos escucharle porque yo también, tiempo atrás, había tenido una visión marxista del mundo más o menos como la suya. Gracias a mi hijo conocí el movimiento. En ese momento me hice hijo de mi hijo. Ahora, tras haber gustado poco a poco, durante seis años, la Escuela de comunidad, la Fraternidad, las vacaciones comunitarias y los Ejercicios, me siento más humilde que antes pero, a la vez, más revolucionario. Ya no me avergüenzo de santiguarme, rezar y arrodillarme. Si esto significa ser feliz y libre, entonces yo lo soy.
Francesco Gabriele, Calendasco (Italia)

Volver contenta al trabajo
El pasado verano, un amigo me dijo que Gabi necesitaba una enfermera para acompañar de campamento a unos chicos de su parroquia y de otras parroquias. Me gustaba la idea y le dije que sí. Fuimos a la provincia de Ávila con 104 niños. Según pasaban los días me sorprendía más. Se me hizo evidente que el punto común de toda situación que vivimos es reconocer al Señor presente. Esto sucede sin aspavientos, en detalles o momentos concretos. Y es lo que hace surgir una relación de amistad verdadera. Además, ¡cuánto aprendí de los niños, de la actitud con la que muchos estuvieron allí! Durante las marchas, hasta el más cansado caminaba porque le acompañabas y le asegurabas un buen lugar de descanso. Ninguno de nosotros se mueve por menos de esto. Al volver al trabajo, conté a mis compañeros cómo habían sido mis vacaciones. Se sorprendieron de ver que volvía al trabajo contenta por haber pasado así ese tiempo.
Teresa, Torrelaguna (España)

No dar nada por supuesto
Querido don Gius: Quiero comentarte mi experiencia y tengo que empezar por la Escuela de comunidad. En el capítulo VIII nos ayudas a comprender la concepción que Cristo tiene de la vida. Me pregunto: ¿es posible también para mí, hoy, tener una concepción así de humana? Tengo 38 años y desde hace diez aprendo la caridad colaborando en los Centros de Solidaridad. Lo que quiero decirte es que para mí la respuesta a esta pregunta es el movimiento, porque me siento querido por lo que soy y tengo la posibilidad de compartir y juzgar mi vida entera. Reconocer cómo Cristo me ama a través del movimiento me hace desear ser Su testigo en el mundo. Basta con no dar nada por supuesto. Por último, quiero agradecerte el camino que, desde hace veinte años, estás haciendo junto con el Papa, porque esta unidad llena de amor me hace sentir la realidad de la Iglesia, verdaderamente, como la continuidad de Cristo.
Bruno, Gerenzano (Italia)

La historia de Joan
Me llamo Joan, tengo 42 años, estoy casado con Dolors, y tenemos 5 hijos de entre 14 y 5 años. Tenemos una tienda en Molins de Rei, que es donde vivimos. Tanto mi mujer como yo procedemos de familias cristianas. Intentábamos vivir la fe como nos habían enseñado nuestros padres y, a la vez, transmitirla a nuestros hijos. Pero nos faltaba algo. Conocimos CL por nuestro vecino Piza. La Providencia prepara nuestros encuentros y es un misterio. Porque, si no es con otra mirada, con otra percepción, no entiendes cómo habiendo tanta gente en Barcelona, tantos pisos donde vivir, Piza un policía en prácticas aterrizara precisamente en Molins, en nuestro rellano. Esto no es una casualidad. Después de un año de apenas saludarnos en el ascensor, lo invitamos a cenar a nuestra casa por las fiestas de Navidad. Se hizo enseguida amigo de nuestros hijos y, cómo no, nuestro. Nos habló de su familia y de sus amigos de Vallecas. Pero sobre todo de Germán y Cristina, de Diego y de CL. Le atosigamos a preguntas y él, con su lenguaje directo, nos fue dando a conocer el movimiento. Cierto día, pasó por casa muy contento. Venía de una calçotada con sus amigos: varios matrimonios y muchos niños. «¡Jo, Piza ! nos podías haber invitado, que planes de estos con gente como nosotros, con niños, con muchos niños, no salen cada día». Se quedó de piedra al ver que nos apuntábamos a conocer a sus amigos. Al año siguiente nos invitó. La amistad fue creciendo. Nos trajo Huellas, algún escrito, otro comentario. Las tertulias se iban alargando. Fuimos, pues, a la calçotada y empezamos a frecuentar la Escuela de comunidad. Yo apenas conocía a la gente, pero la curiosidad, como a Nicodemo, me pudo. Y pasó. Encontré a Jesús en unos rostros concretos. La verdad es que siempre, desde el principio, he recalcado como muy importante para mí la compañía que es real, no interesada. Esto me ha hecho vivir mi acercamiento a CL sin pertenecer aún. Empiezas a darte cuenta que todo tiene que ver con Él. Descubres el rostro de Cristo en cada persona que entra en la tienda, en los vecinos, incluso en esa parte de la familia con la que apenas tienes contacto. Aunque las circunstancias muchas veces no te acompañen o te hagan ver la vida con cierta niebla. La niebla era cada vez más espesa y la carretera se volvía cada vez más sinuosa. Las cosas, sobre todo económicamente, en la tienda no iban ni con los faros anti-niebla puestos. No veía más allá de mis narices, y me encontraba solo, estábamos solos Dolors y yo frente a estos problemas. Un día al salir de la Escuela, cenando en el Pans, gracias a la confianza que encontramos en el grupo, expusimos nuestras dificultades. No fue fácil. Se nos abrió un nuevo horizonte al sentirnos acompañados. Gracias a vuestra ayuda estamos superando la situación y vemos latir diferente nuestro corazón. Gracias a Piza y la complicidad de nuestros hijos pudimos participar en los Ejercicios espirituales del movimiento en Madrid. Allí conocí la CdO y a Carmina. Me dieron un espaldarazo: «estás en buen camino, corrige este tema, apura en este otro». Regresamos de Madrid con otra cara. Yo no terminaba de comprender la CdO hasta que un año después, volví a saludar a Carmina. Se acordaba de mi nombre y me preguntó concretamente por las cosas que habíamos tratado en Madrid hacía más de un año. Más tarde, comentó: «La CdO es la concreción humana de lo que se vive en CL». Y no es que la CdO tenga una varita mágica para resolver los problemas. La varita mágica tan sólo la tienen los magos y os puedo asegurar como mago de chistera que soy, que es tan sólo una ilusión. No, la CdO es una compañía en el andar diario en tu trabajo, en un cambiar el cristal con que se miran las cosas, es un compartir todo, es una complicidad. Han surgido unas relaciones entre nosotros de amistad, de ayuda, que hasta cierto punto te obligan a hacerlo todo mejor, porque es un todo que se comparte, aun teniendo cada uno de nosotros nuestras propias circunstancias. Hay nuevas situaciones que te obligan a superarte y a tomar decisiones, que si bien a mi edad, pintando canas, no son fáciles de tomar, si las tomas son para acertar juntos, o si no van tan bien, para equivocarnos juntos. También nuestros hijos han percibido la experiencia de nuestro encuentro. Han podido ir a Peguerinos un año más. Les ha enriquecido y a la vez les ha dado la oportunidad de conocer algo diferente, real, auténtico, para que ellos en su libertad puedan escoger lo que les corresponda. Desde que conozco CL ha cambiado mucho mi percepción de las cosas. Mis primeros pasos en el negocio eran un superarlo todo por obligación, tener que salir adelante por narices, sin contar con que Otro nos sostiene. Ahora todo es para Su gloria. Aunque me reconozco pequeño al ver que por la mañana me encomiendo a Él, se lo ofrezco todo al levantar la persiana de la tienda y, al llegar a la noche veo qué poco he correspondido a su llamada diaria , qué poco me he acordado de Él. Pero inmediatamente surge el recuerdo de aquella conversación, de aquel cliente bien atendido, o de la paciencia con esta o aquella persona desagradecida, de nuestro ejemplo con la familia, cuando ves que no les cuadra que estés contento a pesar de tus circunstancias, y humildemente das gracias a Dios por haberte sostenido con su presencia silenciosa, misteriosa.
Joan, Barcelona

La mirada del Papa
Si hace una semana me hubieran dicho que iba a ver al Papa Juan Pablo II, habría pensado que estaba soñando. Pero a veces los sueños se hacen realidad. Salí de Uganda con dirección a Italia el 15 de agosto pasado, para participar en la Asamblea internacional de responsables en La Thuile y en el Meeting de Rímini. El vicepresidente de Uganda, Gilbert Bukenya, había sido invitado a Rímini para hablar de la lucha contra el hambre en el mundo y un grupo de AVSI de Uganda compuesto por Ciantia, Gina y yo formaba parte de la delegación oficial que acompañaba al vicepresidente. Mientras estábamos en Roma, Bukenya entró en lista de espera para asistir a una audiencia privada con el Santo Padre y se me ofreció la misma oportunidad a mí. De esta manera la mañana del 27 de agosto nos encontramos situados en las primeras filas del Aula Nervi, donde el Papa recibe a los peregrinos. Llegó enseguida el momento de levantarme de mi silla. Con la mirada fija en el Papa me acerqué a él. Cuando llegué hasta su silla, levantó la mirada y me sonrió. Levantó sus manos temblorosas y me dijo: «Ven, hija mía». Yo me arrodillé, tomé sus manos en las mías y besé la cruz de Cristo. En ese momento vi con mis propios ojos su inmenso amor por los cristianos y por todos los hombres. ¿Cómo si no se podría explicar un deseo tan grande de recibir a los peregrinos, a pesar de su visible fatiga y de su fragilidad física? Me habría querido quedar para siempre a los pies del Papa, quedarme allí aferrada por esa mirada amorosa, abrazada por esa dulce sonrisa. Comprendí que Pedro dijera: «¡Señor, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías!».
Julie, Kampala
Washington, DC

El cardenal y los universitarios

Publicamos la carta que el Arzobispo de Washington envió al responsable de los estudiantes universitarios del movimiento en EEUU, Steve Brown, que le había escrito
Querido Steven: Quería agradecerte tu última carta en la que me hablas de vuestros Ejercicios Espirituales que tuvieron lugar en Washington el pasado abril. Y me alegro de que monseñor Albacete haya podido dar los Ejercicios y que así muchas personas de Comunión y Liberación hayan podido participar aquí en la archidiócesis de Washington. Podéis hacer mucho, y lo estáis haciendo realmente, por fortalecer la vida espiritual de los estudiantes universitarios (y de los college) en esta zona y pido para que sigáis haciéndolo con entusiasmo y afecto. Creo verdaderamente, como bien sabes, que el Espíritu vive en los movimientos actuales y doy gracias al Señor por cada uno de vosotros que ha respondido a la llamada del Espíritu. Agradezco también tu disponibilidad para ponerte al servicio de la archidiócesis y lo tendré bien presente. Rezo para que florezcan las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa consagrada en el grupo de Comunión y Liberación, tanto para el bien de las comunidades del movimiento como para el bien de los sacerdotes de la diócesis de Washington. Tendrás siempre un lugar en mis oraciones, en agradecimiento por tus oraciones por mí y por está iglesia local. Con mis más cordiales saludos y mucho afecto, tu fiel padre en Cristo
Theodore McCarrick, Arzobispo de Washington

El trabajo de los trabajos
Querido don Giorgio: Voy a empezar el último año de bachillerato. Quería contarle mi experiencia de trabajo en Tivigest. Empecé a trabajar en el hotel de Borca de Cadore con un grupo de amigos inmediatamente después de las vacaciones. No queríamos perder la cantidad de cosas bellas que acabábamos de ver y siguiendo la sugerencia de don Antonio empezamos a hacer Escuela de comunidad. La primera vez que nos reunimos dije que necesitaba que nos viéramos porque quiero ser siempre feliz y no quería que el trabajo fuera una desgracia. Tú nos has repetido más de una vez que o Cristo es mi felicidad ahora, o es una fábula. No quería trabajar durante cincuenta y cinco días por una imaginaria felicidad futura, quería disfrutar del trabajo, sin tener que esperar a la cerveza de la noche para sentirme por fin satisfecho durante diez minutos. Después empezamos a rezar el Angelus todos juntos por la mañana, después del desayuno de los clientes. Me sorprendió y me sorprende todavía que una sencillísima pero tenaz fidelidad al Angelus y a la Escuela de comunidad una vez a la semana haya cambiado radicalmente nuestra forma de trabajar y las relaciones entre nosotros. Al tercer encuentro de Escuela asistió todo el personal, director y subdirector incluidos, para confrontarse sobre la concepción del trabajo que nos enseña don Giussani. Una noche, mientras estaba en una cámara frigorífica cargando verduras, entró un pinche de cocina y me dijo: «He visto el cartel que habéis puesto en el comedor invitando a todos a la Escuela de comunidad. ¿Qué es eso? Me lo han explicado, pero no he entendido nada... Me gustaría ir, ¿podéis cambiar el horario? A esa hora trabajo». Desde ese día vino siempre al Angelus y a la Escuela. A la semana siguiente le acompañaba una cocinera: «Me han dicho que rezáis por la mañana. ¿Puedo?». A sus cincuenta años no ha faltado ni una sola vez y ha mandado a la porra más de una vez a quien quería ayudarle a aprender la oración. Un espectáculo: no se perdía ni una palabra porque quería aprenderla ella sola. Una vez me dijo: «¿No ves que lo dices mal? ¡Él la dice más corta!». No contenta con esto preguntó si “algo así” existía también en su ciudad, Belluno, para poder continuar al acabar la estación. Mi última noche allí fuimos con un grupo de amigos a ver las estrellas a un prado que había debajo del hotel. Después de media hora, con frío y sueño, decidimos volver a la cama. Por el camino el pinche me para y me dice: «Después de una velada tan bella tienes que hacerme un favor: vamos a rezar el Angelus». Genial. No entendía nada de nuestros discursos, por lo menos es lo que decía: le bastó hacer lo que hacíamos y comprendió todo... ¡mejor que nosotros! Bastan los gestos sencillos para que dejemos de mirarnos al ombligo y miremos la realidad y lo que sucede cada instante. He aprendido que no tenemos que cambiar lo que tenemos a nuestro alrededor para cambiar después nosotros. Nunca tendremos los compañeros de colegio perfectos, los profesores perfectos, los amigos perfectos, la novia perfecta, unas materias que estudiar que nos gusten siempre. Si esperamos que el mundo cambie para concedernos el lujo de cambiar seremos unos utópicos. Ha sido estupendo trabajar porque he tenido la gracia de encontrar personas que al saludarlas no puedes dejar de decirles «gracias» y ellas te responden sonriendo: «¿Por qué?» y tanto ellas como tú comprendéis que tenéis que dar las gracias a Otro. Ahora, gracias a Dios, nos marchamos. Sí, gracias a Dios, porque creo que si desease separar lo que he vivido de lo que es mi vida los 310 restantes días del año, metiéndolo en el baúl de los recuerdos, sería un alienado, alguien que quiere vivir lo que no existe. No me he convertido en un santo, sólo sé un poco más a quién tengo que mirar y no me parece que sea un resultado despreciable.
Marco, Brescia