El silencio, el viento y la cruz
El acto oficial celebrado en la Zona Cero. La llegada del presidente Bush y las oraciones ante la cruz formada por los restos de dos vigas que apareció entre los escombros de las cien plantas derrumbadas. Un momento para recordar
LORENZO ALBACETE
El silencio es lo más impresionante. Ha pasado exactamente un año. Estoy en la Zona Cero. Sobrecoge el silencio absoluto. Hay miles de personas, llegadas de todas partes de la ciudad y del mundo. Enseguida llegará el presidente Bush. Me encuentro exactamente sobre el lugar donde hace un año se derrumbaron las torres, en el edificio de Merryl Lynch, parte del complejo que se llamaba World Trade Center. Hace un año este edificio tuvo que ser evacuado por daños estructurales, consecuencia del desplome de las torres. Pero no han vuelto todos los inquilinos. La mayoría de sus treinta o cuarenta plantas permanece vacía, a pesar de que el edificio ha sido declarado habitable y seguro. Para esta ocasión han alquilado la enorme terraza de la décima planta para la televisión. Hay trabajadores de más de 15 diferentes canales, tanto norteamericanos como extranjeros. La CNN Me ha entrevistado, pidiéndome un comentario a la dimensión religiosa de lo que ocurrió aquí. Hace una tarde magnífica, sin nubes en el cielo, pero con un viento impetuoso. Una tormenta tropical está azotando la costa este del país a unos 500 Km. hacia el sur; dicen que estos enérgicos vientos son efecto de la tormenta. A veces hay que agarrarse a algo para no caer al suelo de la terraza. Por aquí se dice que son los espíritus de los que murieron en este lugar los que provocan la furia de los vientos. Todavía no han encontrado descanso, me dice uno de los reporteros de un canal de televisión alemán. Y, a pesar del viento, el silencio resulta opresivo.
Como un estadio derrumbado
Hay receptores de televisión instalados por doquier; al fondo, unas doscientas personas entre funcionarios, familiares de las víctimas, guardia de honor y encargados de la seguridad esperan la llegada del Presidente. A medida que cae la tarde las luces giran como guirnaldas encendidas rotando por el enorme espacio en el que un tiempo emergían las torres. Todo el extremo sur de Manhattan permanece cerrado al tráfico. A lo lejos se oyen las sirenas de los coches de policía, pero el silencio que reina en este lugar es más fuerte. Ni siquiera el ruido de uno de los helicópteros del dispositivo de seguridad puede romperlo, porque el viento no le permite sobrevolar el devastado solar que recuerda a un estadio de fútbol derrumbado.
Ningún discurso
De pronto, a lo lejos aparece la figura (microscópica, vista desde arriba) del Presidente con su séquito. Lo siguen todos a través de los monitores de televisión. Nadie le ve llegar. Se dirige caminando hacia el lugar donde lo esperan los funcionarios y los familiares de las víctimas. Dicen que no tiene intención de pronunciar ningún discurso. Si hablara, sus palabras quedarían sofocadas por el silencio. Le sigo durante un tramo; en una esquina del estadio derrumbado hay una cruz compuesta por dos vigas que formaban parte de una de las torres. La cruz resistió el derrumbe de cien plantas. La encontró un albañil y la sacó. Durante algunos días la llevaron en procesión y después la colocaron en esa esquina. Hasta ahora nadie ha protestado. El Presidente, los funcionarios y los familiares están en el lado opuesto, lejos de la cruz. Pero desde aquí arriba me parece ver un grupo de gente rodeándola. Probablemente estén rezando, pero en silencio.
Al poco se marcha el Presidente. No se ve su limousine, que se pierde entre los policías. Y todo permanece absolutamente igual que al principio, esperando la noche.