En el corazón de la ciudad, un antiguo colegio se convierte en un lugar de ayuda al estudio para chicos de bachillerato. No son solo clases extraescolares. Se trata de un puerto en donde atracar para encontrar algo que va más allá de la escuela
Serenella Carmo Feliciani
Cuando vinieron a Portofranco los funcionarios del ayuntamiento de Milán, se quedaron desconcertados. Un centro juvenil patrocinado por el Ayuntamiento y por la Dirección Territorial de Enseñanza debe satisfacer muchas condiciones burocráticas, y ellos estaban allí para verificarlo. Apuesto a que nadie pensaba que fuera a funcionar así.
Cinco aulas y una secretaria en un viejo colegio, un edificio característico de la época fascista, que se asoma a uno de los lugares más frecuentados de la ciudad: la dársena de Porta Génova, por un lado, y el viale Papiniano y la cárcel de San Víctor, por el otro. Aunque es modesto, todo está muy limpio, adecentado con manifiestos variados, dotado tecnológicamente, gracias a una donación bancaria, de aula de informática y de aparatos audiovisuales de gran calidad. Pero quizá lo más interesante son las personas que lo frecuentan una tarde cualquiera desde septiembre hasta julio. Hasta este insólito lugar llegan un total de 40 profesores, bastantes universitarios y cerca de 300 chavales (30 o 40 al día).
Ahora bien, ¿qué es Portofranco? La idea del nombre se le ocurrió a Martino y a Tomaso, hijos de Alba, la omnipresente secretaria, siempre dispuesta a acoger a cualquiera que llegue. Estamos hablando de un lugar en el que en tiempos pasados se refugiaban piratas y atracaban mercantes, en el que franco significaba libre. Pero en general los asistentes a este lugar conocen poco la historia, y hemos tenido que explicárselo. Portofranco es lugar libre al que pueden venir chicos que estudian bachillerato y que tienen problemas de estudio, un lugar en el que encuentran profesores de distintas materias y universitarios que trabajan todos de forma gratuita, con un sistema preciso de turnos semanales o quincenales.
Portofranco nació, por tanto, para responder a una necesidad que, sobre todo, en los institutos técnicos y profesionales de los que vienen la mayoría de los chicos, puede llegar a ser dramática.
No se trata tanto de clases extraescolares. No hemos tratado de controlar el estudio, sino de motivarlo, de sostenerlo: estudiando juntos, interesándonos poco a poco por los resultados, positivos o negativos; manteniendo contactos con las familias y, en algunos casos, con los profesores que nos los han enviado. A menudo nos encontramos estudiando con chicos de un nivel bajísimo, lo cual nos obliga a buscar modalidades que permitan hacer surgir un mínimo de interés y comprensión.
La finalidad en cualquier caso no es estudiar, sino crecer en el estudio. Y la educación es un fruto, no un proyecto.
Para los profesores, ya sean jubilados y con una gran experiencia, ya sean recién licenciados, supone poner su profesionalidad verdaderamente el servicio de la persona concreta. Y no podía ser de otra manera al sentarte junto a Wafaa con su pañuelo islámico y sus problemas con la lengua italiana, o junto a Wu-huhien, quien, después de que le has explicado la Reforma protestante, te pregunta: «Pero, ¿qué es la religión católica?».
Portofranco no es sólo esto. También se dan cursos para aprender a exponer un tema, se ayuda a la preparación de las tesinas exigidas al finalizar el bachillerato se dan clases de revisión de las distintas materias. Todo se propone para hacer descubrir el significado y la fascinación por la realidad, que se abre a las preguntas de quien comienza a decir yo de forma nueva. También es un lugar en el que estudiar en grupo o solos por la tarde, porque muchas veces estar solo en casa no ayuda.
Don Giorgio, al comienzo de la obra, nos lo había dicho: «Habéis partido sin ninguna pretensión. ¡Permaneced así!». Es verdad. Nuestra fuerza, la verdadera razón de Portofranco, ha sido la gratuidad, que no es hacer algo sin una razón, sino con una razón infinita.
Hemos pedido a los asistentes al centro que se inscribieran y que se comprometieran a respetar un reglamento esencial. Compartir las necesidades de los chicos, el estudio, nos ha llevado a compartir su vida. Y en este compartir todos han percibido un clima más humano (el clima son las personas que viven). Estar dentro de un clima así educa, de hecho, mucho más que cualquier reclamo verbal.
«Lo que impresionaba a la gente de Jesús es que tenía una mirada que iba al fondo de las cosas, y que las aceptaba». Nosotros mismos somos los primeros impresionados de que la gratuidad generase un juicio y un abrazo efectivo, capaz de tener en cuenta a toda la persona. En la mayoría de los casos la dificultad en el estudio no tiene que ver sólo con la capacidad cognoscitiva, más bien es un problema afectivo. El síntoma de que hemos vivido con gratuidad es que nos encontramos cambiados. Si estoy junto a los chicos por el destino, su presencia me cambia. De hecho, ellos se preguntan con respecto a nuestro destino y no sólo con respecto a nuestro papel.
Algunos adultos no profesores, dos ingenieros en concreto, han venido a ayudar a los chicos, aportando la contribución de una mentalidad operativa poco escolar. Hay también una madre que ayuda con la limpieza. Portofranco está en pie por la colaboración de todos. También los chicos echan una mano, ayudándose a menudo entre ellos, clavando algún clavo o ayudando con el ordenador a nuestra maravillosa secretaria. Si crees que puedes ayudarnos tú también, llámanos: 02/8322783.
Olvidaba decir que no pocos casos desesperados han logrado aprobar.