CL
Educación o bien la misericordia en acto
Tres testimonios sobre la importancia de la educación
en la experiencia humana, una experiencia olvidada por todos y que en el movimiento
se produce
como exaltación continua del yo en su relación con la realidad
total
Paola Ronconi
Escuchando los tres testimonios de la primera tarde en La Thuile la educación
pierde esas connotaciones de rol, de estructura, de organización que instintivamente
vienen a la mente, y se convierte en la trayectoria de la vida de cada uno, un
camino que se cumple en el tiempo. Es la misericordia en acto, por la que Dios
nos sale al encuentro allí donde estamos.
El primer testimonio es de Franco Nembrini, de Bérgamo, cuarto de diez
hijos. Se remonta hasta su infancia y recuerda a sus padres. Habla de su padre,
que por la noche se arrodillaba en el cuarto de los chicos (siete) para rezar
el Padrenuestro, y de su madre, una mujer sencilla que «murió confiándome: “Me
da pena morir, porque ahora que sois mayores podría haber hecho algo por
vosotros”». Después, los años 70, los años de
la contestación. La relación con sus padres se resquebraja y Franco
entra en crisis: una crisis religiosa, existencial, que hace que todo, desde
las relaciones más queridas hasta los amigos, parezca inconsistente, inútil: «Una
tarde, al llegar a casa, abrí la puerta y vi a mi madre al final del pasillo
fregando los platos. Cerré la puerta y me marché llorando, porque
me asaltó el sentimiento fortísimo de que algo se la estaba llevando,
de que no era suficiente el amor que sentía por ella, de que toda la vida
perdía consistencia». En aquel periodo el hermano mayor dejó el
seminario y fundó un grupo extraparlamentario (de extrema izquieda). Un
dolor inmenso para sus padres. Luego sucede un hecho fulgurante: una de las tres
hijas toma el camino de la clausura y don Giussani, que había seguido
los pasos de esta vocación, va a cenar a casa Nembrini. «Fue un
amor total e inmediato entre él y mis padres». El hermano ex seminarista
no estaba en casa, pero una semana más tarde Giussani manda un paquete
para él: no se trataba de Biblias y de Evangelios, sino de una edición
completa de El Capital de Karl Marx, como para decir: llega hasta el fondo de
lo que crees. «Aquel día - continúa Nembrini - tuve la primera
sospecha seria de que Dios existía, porque sólo Dios viene a tu
encuentro allí donde estás, sin pedirte que cambies, con tus intereses,
tus pecados, tu temperamento». A partir de aquí, un cambio de dirección:
la primera Pascua en Pésaro, la vuelta a la escuela («La había
dejado porque no soportaba estar en medio de los profesores, una panda de irresponsables»),
se enamora de una chica («Antes pensaba que el amor era imposible»)
y del estudio, en particular de Dante. «Dios empezaba a responder. Empecé a
trabajar como profesor: tenía el deseo de ir por todas partes a decir
a los chicos que se podía vivir, que las cuentas salían, que la
realidad era verdadera, grande y buena».
El relato continúa, cargado de hechos: desde poner en pie una nueva escuela,
llegando a convertirse en responsable de la sección de educación
de la CdO, hasta la organización de clases sobre Dante para su propio
hijo (clases que desde entonces se han transformado en encuentros dominicales
con más de doscientos estudiantes). «El único testimonio
que puedes dar a tus hijos es que vives algo grande. Ellos te miran. Cuando juegan
fingen estar jugando, fingen que se interesan por otra cosa, pero en realidad
te están mirando por el rabillo del ojo. Tu tarea de padre es sencillamente
mirar a Otro. Ellos se alejan y miran siempre a hurtadillas si tú estás
en tu sitio, si sigues siendo una morada para ellos, y volverán, como
volvió el hijo pródigo. Esta solidez, esta certeza que tienes y
que vives con tus amigos y con tu mujer es lo único que necesitan nuestros
hijos para ser educados, suceda lo que suceda».
La segunda intervención es de Mariella Carlotti, profesora de italiano
en una escuela profesional de Prato, en donde los chicos son «de naturaleza
variada», muchos particularmente rebeldes, difíciles. ¿Cómo
estar delante de estos chicos que tienen en la cabeza todo menos el estudio? «Durante
muchos años viví el movimiento como algo que tenía aprendido,
y la realidad como el terreno de la aplicación, de la comunicación
de lo que ya sabía. Pero este año ha sido distinto, porque he mirado
a la cara a mis alumnos, y por primera vez he sentido en mí la dificultad
que experimentaban y su total extrañeza con respecto al estudio».
Era necesario abrir brecha en ellos para comenzar un camino. ¿Cómo? «Poniéndoles
delante de algo hermoso. Les hice escuchar pasajes del Requiem de Mozart, leyendo
los textos de don Giussani que figuran en el libreto. Silencio total en clase.
Al final uno de ellos, el jefe de los anti globalización, me dice: “Profe, ¿me
presa el CD? ¡También el libreto, claro!”. Al día siguiente
viene y me dice: “Profe, lo he escuchado todo. ¡Es precioso!”.
Ante algo bonito, para decir “¡qué bonito es” no hace
falta conocer nada. Basta con tener un corazón». Aquel día
empezamos a recorrer un camino.
Otro episodio: al terminar el curso, Mariella les invita a asistir a unos días
de convivencia y de estudio para preparar la selectividad. Los doce se apuntan,
pero una carta anónima al director desaconseja que la profesora vaya con
sus alumnos. ¿La reacción de los chicos? «No importa, profe.
Aunque usted no vaya, yo sí, porque me interesa esta propuesta».
Barry Stohlman vive en Washington y es carpintero, profesión que aprendió durante
nueve años en Crema, Italia. Está casado y tiene cinco hijos, con
un sexto en camino. «Trabajo por mi cuenta - relata - y participo en la
intensa vida del movimiento en EEUU, que me lleva a menudo de viaje por América.
No paso mucho tiempo con mi familia, pero todo esto no es un obstáculo
para mí o para mi mujer a la hora de educar a nuestros hijos. Si no fuese
por la experiencia que vivo, sería mucho menos capaz de transmitirles
algo bueno». ¿En dónde radica el quid de la cuestión? «Para
educar tengo necesidad de ser educado, necesito tener claros los rostros de las
personas a las que sigo», y que tienen nombres concretos: Maria Teresa,
Giorgio, Jonathan, don Mauro, don Giussani. «Mis amigos de Crema me han
dado una foto en la que salen don Mauro y don Giussani. La he puesto en casa,
justo detrás del lugar en el que me siento a la mesa, de forma que mis
hijos la vean a mi espalda. ¿Os parece un ejemplo ridículo? ¡Bueno,
sirve para hacerse una idea!». En la mesa Barry y sus hijos hablan del
día, de las tareas, de sus amigos. «Es una relación continua,
la misma que tengo yo con mis amigos». Hace algunos meses, el Papa pidió que
rezáramos el Rosario: «Lo hemos rezado todas las noches antes de
ir a la cama, y ha sido como decir a los chicos: “Mirad al sitio al que
yo también miro”».
En septiembre empieza el curso escolar; cuatro de sus hijos irán al colegio «y
se volverán a plantear los problemas habituales. Todo esto lo afronto
sin ansia, con la paz que me da la experiencia que vivo, la certeza de poder
educar siendo padre delante de ellos, seguro de que todo esto no depende en última
instancia de mí».