SOCIEDAD
El obispo y los niños bajo la lluvia
En Gulu miles de niños duermen todas las noches al aire libre por miedo
a ser secuestrados; allí monseñor Odama comparte con ellos una
noche. Desde Roma, el Papa apela al gobierno ugandés
Vanessa Jullies Akello
Habla con voz serena, pero solemne. Sus palabras se vuelven más
prudentes cuando comienza a hablar de los niños del norte de Uganda. Se
trata de monseñor Odama, arzobispo de Gulu. Le escuché hablar por
primera vez en mayo, en los Ejercicios de la Fraternidad. «Consideradme
siempre uno de vosotros», nos dijo. Era la segunda vez que pedía
a la comunidad de CL de Uganda que le invitáramos a nuestros encuentros
porque valoraba mucho su amistad con nosotros y nuestro trabajo. En octubre del
año pasado, mientras celebrábamos el vigésimo aniversario
del reconocimiento pontificio de la Fraternidad, monseñor Odama hizo con
nosotros una peregrinación al santuario de “Nuestra Señora
de la Paz” situado a las afueras de Kampala. La peregrinación consistía
en una ascensión de cinco kilómetros por la montaña.
Hoy mons. Odama recorre otros cinco kilómetros... pero en esta ocasión
para acercarse a Gulu (ciudad) desde su residencia episcopal, llevando un gran
plástico y una sábana. Tiene la intención de dormir al aire
libre con los miles de niños que cada día pasan la noche allí.
A él se unirán otros responsables religiosos de diferentes confesiones,
algunos miembros de la comunidad de CL y un grupo de AVSI.
Durante los últimos 17 años, los rebeldes del LRA (Lord’s
Resístanse Army) han secuestrado a más de 25.000 niños,
obligándoles a convertirse en soldados o esclavos sexuales para sus comandantes.
Cuando se le preguntó por su decisión de dormir a la intemperie,
monseñor Odama respondió: «Como arzobispo de la iglesia de
Gulu, no puedo permanecer tranquilo en mi residencia episcopal mientras todos
los días, al caer la noche, la ciudad se llena de niños que duermen
al aire libre en condiciones miserables por miedo a ser secuestrados».
Signos concretos de solidaridad
Es la segunda noche. Llueve a cántaros desde hace horas y los más
afortunados han encontrado refugio bajo un pequeño techado en mitad de
la estación de autobuses. La mayoría están de pie, apoyados
en los autobuses, con su hatillo sobre la cabeza esperando que termine el aguacero.
A la mañana siguiente, monseñor Odama cuenta su experiencia: «He
dormido poco, no tanto por la lluvia, sino por los llantos y los ataques de tos
de esos miles de cuerpecitos... Por esto son importantes los signos concretos
de solidaridad, sobre todo hacia estos niños, víctimas de una guerra
que dura ya demasiado».
La guerra civil que asola el norte de Uganda se está transformando en
un lento genocidio de las poblaciones nilóticas. De los 1,4 millones de
habitantes, ochocientos cincuenta mil se han marchado y viven sin techo, en condiciones
humanitarias desesperadas, sin alimentos ni medicinas. El conflicto se ha recrudecido
en las dos últimas semanas, extendiéndose a la región oriental
de Uganda, lo que ha incrementado el número de refugiados a más
de un millón.
Ataques contra la Iglesia católica
Un viernes por la mañana, los rebeldes del LRA asaltaron la misión
católica de la Gulu Católica golpeando e hiriendo al padre Albertini,
un sacerdote de 88 años. Prendieron fuego también a tres coches
y una motocicleta, propiedad de la Misión.
La madrugada del domingo 12 de mayo, fueron secuestrados cuarenta y cuatro seminaristas
del St. Mary`s Seminary Lacor, diez kilómetros al oeste de Gulu. Tres
de ellos murieron y 26 se encuentran todavía en manos rebeldes.
El 4 de junio, el LRA secuestró al padre Alex Ojera, párroco de
Alito, y a dieciséis niños entre los doce y los diecisiete años
después de saquear la parroquia.
La mañana del 19 de junio, los rebeldes del LRA atacaron la parroquia
católica de Adjunami, secuestrando a quince niños del Redeemer
Orphanage Centre. «Conseguí escapar mientras intentaban abatir la
puerta de la sala de radio; al no conseguirlo, fueron hacia nuestro orfanato,
en el que se hospedaban 34 huérfanos sudaneses», nos relata el padre
John Bosco.
Nueve misiones, una detrás de otra, vienen sufriendo los ataques de los
rebeldes del LRA en las últimas semanas. Eran conocidos por todos los
contactos que el arzobispo Odama, junto con otros responsables religiosos acholi,
mantenía con algunos jefes rebeldes para intentar restablecer la paz.
El obispo no podía dar crédito a sus oídos cuando escuchaba
que los ataques se sucedían incesantemente. Todo se aclaró cuando
el 11 de junio el mismo Joseph Kony, líder del LRA, declaró públicamente
en la radio que había ordenado atacar a la Iglesia católica, terminando
con la vida de todos los sacerdotes y apaleando a las monjas.
Las palabras del Papa
Ante esta noticia, el papa Juan Pablo II reaccionó pidiendo al gobierno
ugandés y a los responsables del ejército rebelde que depusieran
las armas y negociaran la paz. «El Santo Padre quedó profundamente
contrariado ante la noticia del secuestro de algunos de nuestros seminaristas
del seminario menor de Lacor por parte de fuerzas rebeldes», explicó el
arzobispo Odama a los parroquianos, aludiendo al recién recibido mensaje
del Papa.
El 2 de julio, Juan Pablo II volvió a expresar su cercanía con
la Iglesia local de Uganda, animando a pastores y fieles a tener confianza, ser
fuertes y firmes en la esperanza: «Con profunda tristeza sigo los dramáticos
acontecimientos de Liberia y de la región septentrional de Uganda. [...] ¡Que
nuestra insistente oración obtenga la esperanza de la Misericordia divina!».
La palabras del Pontífice fueron acogidas con gran alegría por
parte de los cristianos perseguidos. «Este mensaje supone un gran consuelo
e infunde fuerza y valor para afrontar las adversidades actuales», comentó el
arzobispo.
A pesar de la amenaza contra la Iglesia, monseñor Odama afirma que nada
ha cambiado. «Nunca nos hemos hecho ilusiones de estar más protegidos
que los demás. El hecho de que Kony asesine, ataque y secuestre niños
inocentes significa que nadie está realmente a salvo» añadió el
padre Carlos Rodríguez, Secretario de la oficina diocesana de Justicia
y Paz.
Monseñor Odama se acercó a visitar a la comunidad local de refugiados
para expresarles su solidaridad y comprensión. «En la cultura acholi,
cuando una familia es golpeada por una desgracia, parientes y vecinos acuden
a la casa para consolarles. Yo he venido para estar con vosotros y para traer
el mensaje de que todo el pueblo acholi está con vosotros en estos momentos
difíciles», dijo durante su visita. Gulu se encuentra a 338 Km de
Kampala, la capital de Uganda, y puede convertirse en el lugar ideal para una
guerra endémica y especialmente ignorada. Pero entre su gente hay un hombre
de Dios, cuya presencia y cuyo testimonio no sólo es fuente de esperanza,
sino que infunde serenidad a la vida de la población.
Nos sentimos profundamente unidos al arzobispo Odama y en un reciente documento
afirmamos que sus razones son precisamente las mismas por las que la Fraternidad
de CL – con la ayuda de los fondos de AVSI – sigue presente en Gulu
y en Kitgum después de estos 17 años de guerra civil.