editorial
La exaltación del yo
Hace cuatro años, durante una cena ruidosa y cordial en el Meeting de
Rímini,
el escritor judío-americano Chaim Potok entonó el Salmo 8 del rey
David: «Oh, Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes
de él, el ser humano para que cuides de él?». Él ya
no se sentía perteneciente a aquella tradición – comentó en
aquella ocasión –, pero en Rímini había sentido el
deseo de cantarlo. Potok, tristemente, nos dejó el año pasado.
Pero su canto, de algún modo, ha resonado y se ha amplificado este año,
en todos los que en Rímini han vuelto a encontrar aquello de donde provienen,
y también algo nuevo e imprevisto.
Así se ha visto y escuchado en las intervenciones de personalidades de
distintas religiones como Archie Spencer, ministro baptista, David Brodman, rabino
de Tel Aviv, o Ali Kleibo, musulmán; en el dominico Mauro Lépori,
o el P. Sergio y el P. Claudio, benedictinos; en hombres de cultura como Joseph
Weiler o directivos de empresa como François Michelin. También
se ha visto en cómo miles de personas han participado en este evento que
nace con toda evidencia de un Hecho desproporcionado tanto respecto a las energías
de quien lo realiza, como respecto a toda clase de explicación o definición.
A través de su tradición y cultura, todo hombre proviene de una
promesa, de una llamada a la felicidad. La mezquindad, las ideas dominantes y
la dureza de la vida a veces parecen encubrir o traicionar dicha promesa.
En su saludo final al Meeting don Giussani ha evocado la piedad de Dios, que
suscitó en la historia la figura de María y su aventura humana,
primer paso y método del misterio de la Encarnación. Desde entonces,
ella acoge y sostiene el deseo que aquella promesa suscita, ofreciéndose
como respuesta positiva y liberadora de las energías de toda persona. «Muerte, ¿dónde
esta victoria?» es algo que, incluso en medio de la prueba, puede decir
el hombre que Cristo alcanza. Se trata del descubrimiento de una perspectiva
y una esperanza que hunden sus raíces en algo presente.
En efecto, la certeza de una bondad que obra en la historia y por la cual todo
es bueno, constituye la esperanza que puede impulsar razonablemente a los hombres
a realizar cualquier tipo de tarea. En medio de todos sus límites y necesidades,
la personalidad del individuo encuentra ayuda y expresión adecuada en
la vida de un pueblo que obra una exaltación del yo, ese pobre yo que
es cada uno de nosotros y no un concepto abstracto que sólo existe en
las páginas de los periódicos.
El Meeting ha sido un lugar acogedor y paradigmático de este pueblo que
nunca pretende haber llegado, sino que tiende continuamente hacia la meta.