CULTURA
La tragedia del nihilismo
«El día 24 me es fatal: si tuviera que probarlo diría que
en día 24 nací». Así comienza el artículo que
Fígaro publicó en El redactor general, el 26 de diciembre de 1836
y ya estas primeras líneas marcarán la pauta de un texto cargado
de tristeza, angustia y necesidad
Isabel Almería
Trabajando sobre La nochebuena de 1836 (artículo publicado por Larra el
26 de diciembre de ese año), me sorprendía profundamente la trágica
vida de nuestro romántico autor. No su drama pasional, ni su agitada vida
política abocada al fracaso y la incomprensión, ni siquiera su
fatídica muerte, sino el trágico nihilismo que dominó su
vida y le condujo a este tremendo final. Un nihilismo presente también
hoy, en lo cotidiano de la vida, aunque el nuestro ni siquiera merece llamarse
trágico, sino más bien, superficial, porque el hombre del siglo
XXI, antes aún de negar una respuesta, enmudece la pregunta, censura sus
deseos.
Gran talento
Larra tenía un gran talento, era joven, admirado y rico. Firmemente comprometido
con la causa liberal, trató de crear, desde sus artículos, una
nueva sociedad más próspera y libre. «Si alguna cosa hay
que no me canse es el vivir», escribía en enero de 1836... y sin
embargo se cansó, quizás porque veía cómo todo aquello
por lo que había vivido se esfumaba con el viento. Llegó la decepción
política y el inevitable fracaso de su relación amorosa con Dolores
Armijo y poco a poco, tres sentimientos fueron invadiendo su vida y sus escritos:
la injusticia ante un hombre que ha entregado todo y no ha recibido sino desilusión
y abandono, el dolor de ver que todo se vuelve contra él y el deseo irrefrenable
de morir al que todo esto conduce. Y es que, su obstinada búsqueda de
la verdad y la felicidad no le llevaron más que al desengaño de
la vida. Y el mundo se vuelve mentira: «el corazón del hombre (...)
cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer».
Cansado de luchar
La vida va cayendo lentamente como una pesada losa en el alma de Larra. Él,
que siempre fue un luchador, cargado de deseos y pretensiones; él, conocido
y respetado entre los más brillantes, descubre en su propio corazón
la impotencia, como dice su criado: «Yo estoy ebrio de vino (...); pero
tú lo estás de deseos y de impotencia»; o como escribe en
otro artículo: «Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno
no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! También
otro cementerio!». Se había cansado de luchar, de ser la «imagen
fiel del hombre corriendo siempre tras la felicidad sin encontrarla en ninguna
parte», se siente cada vez más solo y lo mejor es no pensar, no
actuar. Poco a poco, la mejor solución va siendo la huida: «Aquí yace
la esperanza». Pero ¿cómo huir? Fígaro ya había
escapado otras veces, sin embargo ahora se impone una necesidad mayor, quiere
huir del mundo, del amor, de la vida. «¿Llegará ese mañana
fatídico?», él sabía que iba a llegar, quizás
Dolores sólo le alargó la mano para dar ese paso, tal vez sus últimos
artículos fueran una llamada de socorro que nadie escuchó, tal
vez... Lo cierto es que Larra se miró al espejo y leyó «en
su propia cara una especie de extraña sentencia», entonces se escuchó el
disparo que ponía fin a su vida y a toda su preocupación.
Una triste enseñanza
¿
Es posible tanta tristeza en la vida de un hombre que lo ha tenido casi todo?
Acaso parece injusto que la trayectoria de un luchador acabe tan trágicamente
y su deseo se vuelva impotencia y muerte. Pero también a través
de su suicidio, Larra parece enseñarnos algo. Sus deseos fueron los nuestros,
tan justos que nos constituyen. «¿Hay alguien que desee días
de felicidad?»: Fígaro deseaba los días felices, pero su
búsqueda falló; buscó en sí mismo y no halló nada,
ni siquiera en los demás: «Tú buscas la felicidad en el corazón
humano...». «Tú lees día y noche buscando la verdad
en los libros hoja por hoja, y sufres de no encontrarla ni escrita», dirá el
criado en el artículo.
Pasar por la vida de puntillas
La tragedia de Larra fue vivir en una sociedad hija del racionalismo y rebelde
ante él, que exaltaba el sentimiento para luchar contra la razón
y sufría la impotencia de esta y la evanescencia de aquel. Y en esta lucha
infinita, la felicidad y la verdad se alejaban cada vez más de la experiencia,
para habitar en el mundo de la abstracción. La tragedia de nuestra sociedad,
dos siglos después, es la misma. Sin embargo, el hombre del siglo XXI
no se implica, como Fígaro, en la búsqueda, más bien, trata
de pasar por la vida de puntillas, no sea que despierte el deseo de su corazón.
Y sería comprensible hablar de la «inútil búsqueda
de la felicidad», si no supiéramos que la felicidad se hizo carne
y acampó entre nosotros.