CULTURA

Lo más necesario*
El 21 de septiembre se celebró el XX aniversario de la muerte del filósofo español que amaba afirmar que la amistad es lo más necesario de la vida. La pasión esencial y discreta, pero ardiente y tenaz, que impulsó toda su vida y su trabajo fue la búsqueda incansable de la verdad, para que el hombre no se perdiera en el laberinto de las ideologías o en la superficie de una existencia vacía. Formó una generación de filósofos que ha dejado sus huellas en la cultura española

Giuseppe Zaffaroni


«De tipo más bien menudo y de movimientos ágiles, Zubiri era un hombre de mirada limpia, ojos celestes, sumergidos en un mar de bondad y, a la vez, chispeantes de picardía. Conversador infatigable, su trato era directo, muy cordial y, en ocasiones, un poco socarrón. Una lejana e indescriptible melancolía cruzaba a veces, como relámpago, su hermoso rostro varonil, se quedaba temblando unos segundos entre los ojos y la boca, y desaparecía luego en una abierta sonrisa o en una broma ligera». Así se puede leer en un breve artículo publicado en 1983, en memoria del filósofo español Xavier Zubiri, fallecido en Madrid el 21 de septiembre de 1983, casi a la edad de 85 años (había nacido en San Sebastián en 1898).

Máxima expresión filosófica
El autor de aquellas breves notas añadía: «Los momentos de trato con Zubiri nos parecían siempre demasiado breves». Sorprende saber que quien escribió estas palabras no era un joven fácilmente impresionable, que estaba dando sus primeros pasos en el ambiente de la filosofía, sino Jorge Eduardo Rivera, chileno, discípulo y estudioso tanto de Xavier Zubiri como de Martin Heidegger, el único que después de José Gaos se haya lanzado a la hazaña de traducir al castellano (y con excelentes resultados) El Ser y el Tiempo, la obra maestra del famoso filósofo alemán. Aquel artículo, además, concluye con esta afirmación perentoria: «Xavier Zubiri es la máxima expresión filosófica de habla hispana de todos los tiempos» (Heidegger y Zubiri, Santiago de Chile, 2001).

Un amigo y un padre
Juicios entusiastas de este tipo no es difícil encontrarlos entre quienes fueron sus discípulos o, de alguna manera, le conocieron directamente. Porque Zubiri, a pesar de haber dedicado su vida casi exclusivamente a la investigación, fue antes que nada para todos un gran maestro y, para algunos, un amigo y un padre. Amaba citar a Aristóteles: «la amistad es lo más necesario de la vida». Sus cursos privados en Madrid, desde que dejó la Universidad de Barcelona en 1942, fueron afirmándose como verdaderos acontecimientos culturales, donde acudían no sólo intelectuales de toda España y Latinoamérica, sino estudiantes, curiosos y hasta miembros de la familia real. Su influjo directo ha sido inmenso: ha formado una generación de filósofos que ha dejado sus huellas en la cultura española (bastaría con citar los nombres de José Luis Aranguren y de Pedro Laín Entralgo) y pensadores que han abierto caminos originales en nuevas ramas del saber, como Diego Gracia en bioética, gracias a sus fecundos planteamientos filosóficos. Sin embargo, Zubiri no ha alcanzado la fama de otros pensadores españoles como Unamuno y Ortega y Gasset. Sus libros, se dice, son difíciles (y, a veces, lo son de verdad).

Filósofo-ingeniero
Y es que este hombre “menudo’’, después de la publicación de su primera serie de ensayos que le dieron a conocer, Naturaleza, Historia, Dios (1944), se dio a la tarea ciclópea de volver a pensar seriamente, desde su raíz, todos los conceptos fundamentales de la metafísica, de la gnoseología y de la antropología filosófica. Dicho de otra manera: se dio a la tarea de mirar de nuevo la realidad y de volver a pensarla radicalmente. Por eso, sus siguientes publicaciones (sobre todo a partir de Sobre la esencia de 1962) parecen la obra de un “filósofo-ingeniero” respecto a la de los demás, “filósofos-arquitectos”. Como un ingeniero que no se permite ninguna autocomplacencia estética, sino que se concentra en el cálculo de fuerzas, pesos, volúmenes, resistencia de materiales, así Zubiri va encadenando observaciones, responde a objeciones, saca conclusiones con proceder lento, metódico, riguroso, sopesando cada palabra, volviendo sobre lo dicho para aclarar, para analizar con más precisión, para verificar su consistencia y disipar dudas, como quien sabe que lo importante de una construcción es que sea sólida y resista en el tiempo al servicio de quien la habita.

La casa de la verdad
No se trataba, en efecto, de una construcción cualquiera, sino de la casa de la verdad («La verdad… es un ïßêüò, una casa», El hombre y la verdad, p. 146) y, por eso, se tenía que edificar con esmero y precaución, por amor a quien la iba a habitar. «En este sentido, pienso que la verdad es un ingrediente esencial del hombre, y que todo intento - teórico y práctico - de aplastar la verdad sería en el fondo un intento - teórico y práctico - de aplastar al hombre. Estos intentos son un homicidio, que a la corta o a la larga cobran la vida del propio hombre». Con estas palabras Xavier Zubiri concluía su curso sobre El hombre y la verdad en 1966 (Alianza Editorial, 1999), expresando de manera sintética su pasión esencial y discreta, pero ardiente y tenaz, que impulsó toda su vida y su trabajo: la búsqueda incansable de la verdad, por amor al hombre, para que el hombre no se perdiera en el laberinto de las ideas y de las ideologías, o en la superficie de una existencia vacía, que huyendo de los interrogantes últimos, se agota en proyectos y deseos estériles, incapaces de ofrecer una fruición auténtica de la realidad.

Realidad
He aquí la palabra clave de toda su filosofía, la palabra que indica el objeto primero y fundamental de la inteligencia humana. Con inusitado atrevimiento y contra toda la historia de la filosofía, Zubiri afirmó que lo primero que se da a la inteligencia no es el ser, sino la realidad. La experiencia originaria, la que marca la diferencia entre hombre y animal, es precisamente el estar en la realidad: donde un animal percibe un estímulo (el calor, por ejemplo), el hombre percibe una realidad que estimula (algo que “de suyo’’ calienta). El salto del puro sentir animal al sentir inteligente del hombre produce una diferencia inconmensurable entre animal y hombre, que, aún siendo animal, es, sin embargo, «animal de realidades». La inteligencia no es, por tanto, antes que nada la facultad de los conceptos, sino la facultad de la aprehensión de lo real como real: «pienso que inteligir consiste formalmente en aprehender lo real como real, y que sentir es aprehender lo real en impresión» (Inteligencia y realidad, p.12).

Trilogía
No hay un sentir más un inteligir, sino que el sentir humano es inteligente o, es lo mismo, el inteligir es sentiente: hay una sola facultad que permite al hombre estar en la realidad, y es la inteligencia sentiente, otra aportación revolucionaria de Zubiri, que presenta ampliamente en su trilogía de Inteligencia sentiente (Inteligencia y realidad, Inteligencia y logos, Inteligencia y razón). En efecto, el contenido de esta aprehensión primordial de realidad es todavía compacto e indiferenciado: por eso, provocado por la misma realidad, la inteligencia sentiente actualiza la realidad en modos ulteriores, que son el logos (conceptos y afirmaciones) y la razón (marcha intelectiva que, con métodos diferentes, busca el fundamento de lo real).

* (primera parte de un artículo en dos entregas)

1898: José Xavier Zubiri Apalategui nace el 4 de diciembre en San Sebastián.
1915-1919: estudia filosofía y teología en el Seminario de Madrid. En 1919 conoce a Ortega y Gasset.
1920: Licenciatura en filosofía en la Universidad Católica de Lovania (Bélgica); recibe el título de Doctor en Teología en Roma.
1921: Doctorado en Filosofía en la Universidad de Madrid (la tesis, dirigida por Ortega y Gasset, se titula Ensayo de una teoría fenomenológica del juicio). Es ordenado sacerdote en Pamplona.
1926: obtiene la cátedra de Historia de la Filosofía en la Universidad Central de Madrid.
1928-1930: estancia en Alemania; reside en Friburgo, donde estudia con Husserl y Heidegger.
1930-1931: reside en Berlín y trabaja con N. Hartmann. Conoce y frecuenta, entre otros, a Einstein, Plank, Schrödinger, Zermelo y Jaeger. Profundiza estudios científicos en distintas materias.
1931-1935: se reincorpora a su cátedra en Madrid y empieza el proceso para pedir la reducción al estado laical.
1936-1939: en Roma, obtenida la secularización, se casa con Carmen Castro, hija de Américo Castro. Estudia lenguas orientales con el P. Deimel; prosigue estudios filológicos (Benveniste) y científicos en Paris, adonde se traslada al estallar la guerra civil española.
1940-1942: actividad de docencia en la Universidad de Barcelona, que deja para instalarse definitivamente en Madrid, donde empieza a dar cursos privados de filosofía.
1944: publica su primer libro, Naturaleza, Historia, Dios.
1947: funda la Sociedad de Estudios y Publicaciones. Zubiri se dedica a la investigación y empieza a desarrollar cursos públicos de filosofía en Madrid.
1962: publica Sobre la esencia
1971: creación del “Seminario Xavier Zubiri”.
1973: dicta un curso en la Universidad Gregoriana en Roma (El problema teologal del hombre).
1979: la República Federal de Alemania le condecora con la “Gran Cruz al Mérito”.
1980: doctorado Honoris Causa en Teología de la Universidad de Deusto (Bilbao).
1980-1983: va publicando los tres volúmenes de Inteligencia sentiente.
1982: se le otorga el Premio Ramón y Cajal a la Investigación, compartido con Severo Ochoa.
1983: fallece el 21 de septiembre en Madrid.