CL
Trabajo, o bien el Ser que se comunica
Un capitán del ejército americano, un empresario en Kenia y
un astrofísico. Tres historias que ilustran cómo la energía
del hombre alcanzada por Cristo da forma a las cosas en la caridad
Riccardo Piol
¿Qué tiene en común el trabajo de un capitán
del ejército de EEUU, cuya misión consiste en reclutar soldados,
con el de un empresario que se traslada a Kenia para ayudar a grupos de jóvenes
a aprender un trabajo y con el de un astrofísico que estudia el origen
del universo? Tres profesiones tan distintas tienen poco que ver una con la otra.
Y sin embargo, oyendo hablar a David Jones, a Stefano Montaccini y a Marco Bersanelli
se intuye que hay un punto de unión, es la atención a la pregunta
sobre qué es el trabajo y el comienzo de una de una experiencia. Es decir,
que el trabajo no es un simple “hacer cosas”, la aplicación
de una profesionalidad adquirida, sino un compromiso sincero con la realidad,
con uno mismo y con el significado de cada cosa. Los problemas a resolver, los
resultados a obtener, el sueldo a llevar a casa, lo que en definitiva da forma
al trabajo cotidiano de todos, se concreta en sus relatos como condición
necesaria para descubrir el objetivo último y el gusto verdadero de toda
acción, ya sea ésta rutinaria o excepcional.
El capitán Jones habla de ello: «Para mí el terrorismo, la
guerra en Afganistán y en Irak y los distintos conflictos no son eventos
geopolíticos abstractos. He reclutado a hombres y mujeres que han sido
enviados a estas zonas de guerra, y muchos de ellos han resultado gravemente
heridos o incluso han muerto en combate». En unas condiciones así resulta
inevitable preguntarse el porqué del propio trabajo, el valor de lo que
se hace. Y el problema no es encontrar una coherencia de fachada, sino responder
a una pregunta sobre el sentido de la propia acción. «Todos los
días me pregunto si es compatible mi condición de católico
con mi profesión de soldado. Y la conclusión a la que he llegado
es que las dos cosas están unidas: mi profesión es la de soldado,
pero mi vocación es ser santo». De esta forma se hace posible una
relación humana con los soldados, compartir el dolor de las familias que
pierden a sus hijos en la guerra, es más, «estar contento en el
cumplimiento del oficio de las armas».
Pero lo que es posible en EEUU para un corazón inquieto como el del capitán
Jones, sucede también en Nairobi, en Kenia, en donde Stefano Montaccini
trabaja desde hace seis años. Hace poco más de un año estuvo
a punto de dejar África: «No veía más posibilidad
de desarrollo en mi trabajo, y había empezado a pensar en las praderas
interminables de América», en donde el deseo de construir, de dar
forma a la creatividad parecía encontrar su justo espacio. Tras una llamada
de teléfono y un intercambio de correos electrónicos con algunos
amigos, Stefano ha decidido permanecer en Nairobi, en la escuela San Kizito,
en donde más de cuatrocientos keniatas aprenden un oficio. ¿Adiós
a las praderas interminables? En absoluto. Sin atravesar el océano se
han abierto una serie de oportunidades de las que han nacido una agencia para
encontrar trabajo a los jóvenes, iniciativas y grupos para dar vida a
pequeños proyectos empresariales, contactos con las empresas, y hasta
proyectos con distintos Ministerios, ayuntamientos e instituciones de Kenia.
En resumen, las praderas interminables estaban en casa. Solo hacía falta
saber mirar. Y para hacer este descubrimiento Montaccini no ha hecho más
que preguntar y obedecer a amigos que le han invitado a tomarse en serio el deseo
de construir algo que correspondiese a la estatura de su deseo: «No buscaba
la confirmación de una idea mía, sino la verdad de mí mismo»,
la posibilidad de trabajar con el gusto del que sabe que construyendo obras está descubriendo
su vida junto a alguien.
Si Montaccini quería cambiar de aires para encontrar un nuevo trabajo,
a Bersanelli - más conocido como “Binócolo” - esta
idea jamás se le había pasado por la cabeza. «Yo hago el
trabajo que desde niño he soñado hacer, porque siempre he experimentado
la fascinación por la grandeza de la realidad». La carrera de físico
y el estudio del universo han sido el cumplimiento casi natural de un deseo que
todavía hoy sigue vivo. Pero el método para que este sueño
se realizase hasta el fondo ha sido todo menos normal. Una cena con amigos y
la propuesta que me lanzaron allí de ir a EEUU a estudiar después
de la licenciatura; luego el encuentro con un profesor tan genial como complicado,
las investigaciones en torno al Polo sur y ahora la implicación en un
proyecto con la NASA y la Agencia Espacial Europea. Año tras año
el trabajo crece, pide siempre más dedicación, pero también
la familia crece, tengo tres hijos, y requieren tiempo, espacio y energías,
al igual que las responsabilidades en el movimiento. ¿Cómo compaginar
todo? «Fui a ver a don Giussani porque me parecía que en esta situación
necesitaba ayuda - dice Binócolo -, un punto de equilibrio entre todas
estas cosas», para vivirlas «de la manera más justa».
Pero la respuesta desplaza a la pregunta, se sitúa en otro plano. El problema
no es el punto de equilibrio, sino darse cuenta de que «cuando te relacionas
con tu mujer y con tus hijos, con los amigos del movimiento, cuando estudias
el universo, cuando haces cada una de estas cosas, con quien te relacionas es
con Cristo». Es un descubrimiento que cambia la conciencia del trabajo
y de la vida: «Esa mirada que tenía, ese punto de vista que me había
ofrecido cambiaba el corazón con el que entrar en el combate de la realidad».
Y, como dijo Cesana al concluir el encuentro, provocaba al descubrimiento del
sentido verdadero del trabajo, condición necesaria para conquistar la
felicidad, para ser protagonistas del mundo.