Extracto de la homilía de monseñor Simonis, Cardenal Primado de Holanda. La Thuile, domingo 26 de agosto
Estamos viviendo un tiempo extraño, complicado. Sí, un periodo de crisis muy seria, al que podemos llamar también un cambio de época. Y un periodo de crisis naturalmente tiene su influencia, sus consecuencias para nuestra fe, para la Iglesia y para todos los que al menos tratan de vivir conscientemente.
Hermanos y hermanas, ¿por qué motivo me apremia este asunto de la crisis cultural y de la fe?
Pensando en este momento me vino a la mente de forma espontánea la Carta Apostólica del Papa, Novo Millenio Ineunte, Al inicio de este nuevo milenio. En esta Carta Apostólica, el Papa parte del hecho de que sobre todo nuestro continente está ante un cambio cultural que se enfrenta a un futuro incierto. Al menos en nuestra vieja Europa hay muchos signos graves de crisis, tanto en la Iglesia como en la sociedad (con respecto a la Iglesia podemos pensar en la tremenda falta de vocaciones sacerdotales, y la más dolorosa aún falta de vocaciones religiosas). El Papa sabe todo esto mejor que cualquiera y, ¿qué hace? En vez de imitar los lamentos de Jeremías o de pronunciar acusaciones, nos lleva a la persona de Cristo. Cristo es Aquel que dice a los apóstoles, después de una noche de trabajo inútil: Duc in altum, Id allí donde el mar es más profundo y arrojad de nuevo las redes. El Papa nos hace empezar de nuevo desde Cristo y desde su promesa: Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Después atrae nuestra atención sobre la pregunta que Pedro plantea a Cristo tras de discurso de Pentecostés: «¿Qué debemos hacer?». Sí, ¿qué debemos hacer nosotros frente a los múltiples problemas que nos encontramos como Iglesia de Cristo?
El Papa dice literalmente: «No nos salvará una fórmula, sino una persona y la certeza que de Él nos viene (Yo estoy con vosotros). Por este motivo - sigue - no se trata de inventar un programa nuevo: el programa ya existe, es el plan que encontramos en el Evangelio y en la tradición viva, es el programa de siempre. Este plan encuentra su centro en Cristo mismo que quiere ser conocido, amado e imitado, para poder transformar con Él la Historia hasta su cumplimiento en la Jerusalén celeste».
En realidad, hermanos y hermanas, se nos dice que no estamos dominados por una suerte ciega, sino que el Espíritu de Dios nos hace capaces, a pesar de todo, de continuar, de perseverar y de vivir con firmeza para comenzar de nuevo.
Se diría que a Jesús le gusta demoler todos los apoyos del hombre y sus falsas seguridades, para que finalmente reconozca que nadie se salva por sí mismo, que sólo Dios salva por gracia y por amor, guiándonos por Sus caminos. Por Sus caminos. Pero, ¿cómo podría haber otro camino, sino el camino que es Jesús, revelándose como tal, como el camino?
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha». Este es el método educativo de Jesús, que ha comprendido muy bien nuestro Papa y también don Giussani. No es de ninguna forma un repetidor mecánico, sino que es como el Santo Padre: conmovido por el mismo Espíritu Santo de verdad y de amor. De forma particularmente pedagógica, él sabe convencer a miles de personas de la verdad de la persona de Jesucristo y de su Evangelio: también yo me siento en deuda y agradecido por esta gracia.
Me siento aquí, entre vosotros, como en casa - permitidme que lo diga así - más o menos como en la casa de Nazareth: una verdadera familia cristiana, donde el catolicismo, nuestra fe católica, sí, la verdadera alegría cristiana, es la condición normal de la vida. Pedimos que esta gracia en el tercer milenio les sea concedida a muchos otros, sobre todo a aquellos que, estando lejos, buscan el verdadero sentido de la vida, y que todos nosotros, con nuestro padre Abrahán, podamos sentarnos a la mesa del Reino. Lo pedimos por intercesión de Abrahán, María y José.