CON EL INFINITO EN EL CORAZÓN
El hombre actual, la violencia, la necesidad de eternidad
Luigi Giussani
Corriere della Sera, 24 de agosto de 2001
«Señor, si Tú no caminas con nosotros no nos moveremos de aquí». Estas palabras de Moisés en su sublime diálogo con Dios tornan a mi mente estos días de convulsiones - incluso violentas - en Italia y en el mundo. ¿Qué puede asegurar al hombre de hoy la posibilidad de caminar seguro cuando la violencia parece corroer las relaciones y los actos? La conciencia de que la realidad es inexorablemente positiva. Precisamente esto es lo que permite a la Iglesia reconocer a Dios como autor que afirma la vida humana; porque Dios no abandona la vida después de haberla llamado a ser. Y, de hecho, es así: a la invocación de Moisés el Señor responde: «Yo caminaré junto a ti». «Dios no está separado del mundo - ha escrito el Papa al Meeting de Rímini - sino que interviene en él. Se interesa por todo lo que el hombre vive, dialoga con él, cuida de él. Y la historia de Israel lo atestigua», historia de la que nosotros somos descendientes: caminando día a día, dentro y a través de una selva de errores y contradicciones que nos igualan con los demás, es más, que ponen de manifiesto que somos como los demás, pero que llevamos algo diferente en nosotros, algo que influye en nuestra vida.
Y ese algo nos permite estar tranquilos aún dentro de la tormenta, no como hombres estoicos indiferentes a todo y a todos, sino avanzando seguros en nuestro camino.
«Toda la vida pide la eternidad». Esta frase tomada de una canción que fue compuesta hace 40 anos por dos jóvenes estudiantes de Milán - y que mis amigos del Meeting han escogido como lema para su encuentro en Rímini -, expresa bien el primer factor que caracteriza mi experiencia: la pasión por la humanidad. Pero no la humanidad que resulta de las definiciones de sociólogos o de filósofos, sino la que me transmitieron mi padre y mi madre. No hay humanidad fuera del yo; de otra forma es una abstracción en cuyo nombre se pueden cometer las más terribles injusticias. Hace falta una seriedad absoluta para poder darse cuenta de ello y abrazar las exigencias y aspiraciones que definen al ser humano.
El verso con el que comienza la citada canción dice: «Es una pobre voz de un hombre que no existe, nuestra voz, si no tiene un porqué». El umbral del porqué es la aspiración a alcanzar el significado que lo explique y cumpla todo. Un hombre que no cuide esa aspiración no se ama verdaderamente a sí mismo: es como si huyese, como si siempre estuviese ausente de sí. Llena el silencio con el ruido de sus pensamientos porque es incapaz o tiene miedo de enfrentarse con la desnudez y pobreza inherentes a sus exigencias, a las preguntas profundas que lo constituyen y por las que su madre lo engendró. Huye en la distracción y normalmente busca refugio en el olvido o, peor aún, en la justificación de lo que hace. De esta forma, la ideología domina no sólo la sociedad, sino también el pequeño mundo de las relaciones privadas, familiares y de amistad.
La insatisfacción que surge siempre al final de todo logro - porque todo logro, tras un primer momento de embriaguez, vuelve a plantear siempre un problema confirma que el hombre está a la búsqueda de su camino.
La finalidad del acontecimiento cristiano es responder al anhelo de infinito que constituye el corazón del hombre. De esta forma el hombre puede caminar: homo viator, un hombre que avanza por el impulso que ha recibido, que ha hecho nacer en él el Misterio creador y que además, le hace consciente del encuentro, de los encuentros de la vida.
Cristo afecta a nuestro yo en su totalidad y, por ello, todos nuestros actos están influidos, determinados por la relación con Él. Esta es la razón - entre otras - de que la Iglesia, como ha escrito Galli della Loggia en Il Corriere della Sera, sea irreductible ante cualquier poder del mundo. La relación con Cristo en la experiencia católica es una relación entre personas: insinúa criterios, purifica puntos de vista, sostiene en las desilusiones, sugiere soluciones y, sobre todo, no permite la parcialidad, el partidismo, y tiende a reconocer, a afrontar, todos los factores de la realidad. Sí, la totalidad de los factores en las relaciones, en la sociedad y en la política, que debería ser el ámbito donde esa totalidad debería tenerse en cuenta, porque de ese modo no se cargaría a la política con la responsabilidad de la salvación. El siglo pasado ha demostrado que esta pretensión se convierte en fuente de parcialidad, de partidismo, de ideología, en ídolo moderno: usura, lujuria y poder, como decía Eliot.
Para el cristiano fiel al Papa y a la Tradición no existe expresión de la vida que no pueda ser plasmada a la luz de la relación con Cristo. En nuestra experiencia esta relación nos apremia a reconocer una verdad que, sin darnos tregua, nos pone frente a todos los problemas, sin pretensiones, sin prejuicios, indomablemente abiertos a todo y a todos, humildes y continuamente capaces de volver a empezar y de cambiar.
Tratar de vivir a partir de este punto de vista es la forma de afrontar la realidad que quien ha amado mi vida me ha confiado como un deber del corazón.