Ventana abierta al mundo
Diario de los días transcurridos en La Thuile en el encuentro anual de los Responsables de CL sobre el tema Acontecimiento es vocación. Charlas, testimonios y encuentros inesperados. Un caleidoscopio de rostros, historias y gentes que empieza a cambiar el mundo
PAOLA RONCONI
Cualquiera que llegue a La Thuile en los últimos días de agosto puede pensar que se ha equivocado de camino y que ha terminado en Babel: un potaje de lenguas, etnias y colores. Se trata de la Asamblea anual de responsables de CL. No me encuentro aquí en medio porque tenga algún rol. Mi tarea es la de observar y relatar estos tres días que se celebran bajo el lema: Acontecimiento es vocación.
Muchos acabamos de llegar del Meeting de Rímini, quizá una de las ediciones con mayor asistencia de público y, seguramente, la que ha tenido mayor eco en los medios de comunicación. Como dirá después Cesana, muchas personas se han quedado sorprendidas, o por lo menos, llenas de curiosidad, no sólo y no tanto por la presencia de personalidades del Gobierno, sino porque han asistido a un acontecimiento humanamente comprometedor.
El sábado por la tarde, Carras introduce los trabajos: el mapa de las comunidades de CL en el mundo crece y parece dar comienzo a una partida de Risk. ¡Falta solo el Kamciatka!
Los más de 750 participantes llegan desde todos los rincones de la tierra, de 70 países distintos (se incorporan por primera vez Grecia y Filipinas), pero se entienden a la perfección, gracias a la traducción simultánea en diez idiomas.
Domingo
El cielo terso del Valle de Aosta abre el día y, recordando las palabras de Camus, «La grandeza llega como un día espléndido», todos nos sentimos verdaderamente agraciados.
Nos dirigimos hacia el salón, al fondo del complejo residencial donde nos hospedamos, pertrechados con libros de las Horas, cancioneros y cuadernos.
La primera charla corre a cargo de don Pino. En siete puntos recorre el itinerario del año recién transcurrido.
Don Pino habla de positividad, de eternidad, como nos acaba de enseñar el Meeting, de acontecimiento, del yo, de una nueva mentalidad que, es evidente, es ya una realidad entre esta gente esparcida por el mundo.
La charla dura algo más de media hora. Después de los avisos viene la comida, la meditación personal y una asamblea por grupos lingüísticos. «Encantada, me llamo Paola». Con la mirada dirigida a la tarjeta prendida en la camisa, con nombre, apellidos y nacionalidad, los apretones de manos abundarán estos días, sin ninguna señal de vergüenza. La salida del salón es ordenada, acompañada por la música clásica. Nos detenemos en el stand de los libros y en el de las revistas: Tracce, Huellas, Passos, Traces, Traces (no es un error, es que uno es francés y el otro inglés), Sled, Slady. Tendremos ocasión en estos pocos días de comprobar cómo utiliza Dios estos instrumentos abundantemente.
Las comidas son el mejor momento para conocerse. En particular el buffet, que dos veces al día nos obliga a ponernos en fila. Y los ojos no pueden evitar fijarse en la tarjeta. «Es verde - pienso -, por tanto, extranjero». Me lanzo: «Where do you come from? Da dove vieni?». «De Cinisello Bálsamo». En fin, la próxima vez irá mejor.
La primera velada nos espera con tres testimonios procedentes de EEUU (ver el Box). Vittadini hace una breve introducción. Retrocede en el tiempo y vuelve a 1997, cuando, después de la presentación de The Religious Sense en el Palacio de Cristal de las Naciones Unidas, «orgullosos y entusiasmados» por el éxito obtenido, «habíamos preparado un proyecto de incursión en Estados Unidos con citas, encuentros, etc.». Después, se produjo un vuelco repentino: «Cuando don Giussani lo supo, dijo que canceláramos todo: si Dios había hecho todo hasta ahora, no debíamos forzar lo que sucedía, sino que debíamos fiarnos de Él. Dios hace todo. A través de nosotros». Y así fue, porque con un movimiento lento, casi imperceptible, en estos últimos años se han producido muchos hechos extraños: gente que se topa con Traces casualmente o con The Religious Sense y lo compra porque el cuadro de la portada es de su pintor favorito. Todo esto en lugares conocidos, como dice Vitta, «tan solo por la lectura de Tex Willer o de las aventuras de los indios americanos». De esta forma, la sede de CL en Nueva York recibe desde hace tiempo correos electrónicos sin parar desde todos los rincones de Estados Unidos. Son de gente que tiene curiosidad por ver y comprender de qué se trata.
¡En el tercer milenio el Padre eterno se sirve incluso de Bill Gates! Pero una duda permanece: ¿Quién habrá llevado un ejemplar de Traces a Nueva Zelanda, donde una persona que estaba de paso lo ve y decide enviar un correo electrónico a la sede australiana?
Lunes
Al día siguiente nos espera la excursión. La meta es el lago Sans fond, sin fondo. Con los habituales consejos: llevar ropa de abrigo, en la montaña puede hacer frío de repente; llevar crema solar, gorro y mochila para la comida. Como es previsible, a lo largo del camino se ve gente de todos los colores: desde los nigerianos, estrenando su primera excursión a la montaña, y que van cubiertos como cebollas bajo un sol de muerte, hasta al brasileño que cree que está en el carnaval de Río.
De nuevo hay que dar las gracias a nuestra compañía que nos educa en la belleza. Comemos alrededor del lago y al grito de «¡canto, canto!»... empezamos a cantar juntos.
Durante el Consejo Internacional interviene vía Internet don Giussani. Son pocas palabras, pero acompañarán todos los momentos y los encuentros no sólo de estos días. A la vuelta de la excursión, nos aguarda la segunda charla. Esta vez le toca a Julián Carrón. Pertenencia, acontecimiento, vocación. Pero es necesario «echarnos una mano - concluye - para sostenernos mutuamente en este camino».
Entre la pasta y el pescado trato de intercambiar dos palabras con mi vecino, pero no lo consigo por problemas de idioma. Menos mal que una amiga hace de traductora. Mis interlocutores parecen inicialmente un poco recelosos y tienen exactamente el aspecto que siempre había supuesto que tenían los rusos. Pero nosotros los occidentales tenemos el feo vicio, quizá una reminiscencia de los tiempos de la URSS, de pensar todavía en los países soviéticos como una única gran nación. Sin embargo, un bielorruso no es un ruso. Empezamos con un reproche, pero me basta con citar a un amigo común para relajar con una sonrisa repentina el rostro serio de Sara. Vive en Novosibirsk, en Siberia. Me cuenta un poco su historia: «Hace años militaba en las juventudes comunistas. Habría hecho carrera y me habrían mandado a Moscú». Pero de repente cae el sistema comunista y para Saa comienza un periodo de crisis personal. «Nos parecía que la tierra se hundía bajo nuestros pies», me cuenta. En 1992 conoció a dos sacerdotes, y con ellos a dos personas de los Memores Domini. «Leímos juntos El Sentido Religioso, y lo que me proponían, su apertura, era justo lo que yo necesitaba. Intuí que mi vida podía tener un sentido a pesar de la situación». Ahora Saa ha abierto una agencia de publicidad. Semanalmente propone a sus colegas leer juntos Sled. «Mira, ahora en mi país los jóvenes están entusiasmados con la recuperación económica, pero este entusiasmo terminará pronto. Yo sigo repitiéndoles que es necesario buscar algo que dé entusiasmo a la vida entera».
Alëa es más joven, es ortodoxo. Estudia en la facultad ortodoxa de Minsk, en Bielorrusia: «Hace tres años vino Beppe Meroni para tener un encuentro con nosotros sobre los problemas de la enseñanza. Dijo algo que todavía hoy me repito: no debemos pensar en el cristianismo como algo para personas cultas, sino para todos, para la gente que viaja en el metro, para todos. También para mí, pensé. No hay día en que no lo tenga presente».
Mientras salgo del comedor pienso en mis nuevos y casuales compañeros de cena, cuando resuena a mi lado un nombre conocido: «Kinder, John Kinder». Es cierto, es el australiano de Un café con Leopardi (Huellas n 10 - 2000). Me aseguro de su identidad con una mirada furtiva a la tarjeta. Es él. Después de unos minutos, me hallo sentada a una mesa con el continente australiano entero, es decir, John Kinder, de Perth (extremo oeste), y Renzo, de Sydney (extremo este).
«Después de aquel artículo de Huellas - me cuenta John - envié la revista a los estudiantes de mi curso (enseña Literatura Italiana en la universidad de Perth, ndr.). En febrero de este año, el editorial de la revista proponía el Canto de un pastor errante de Asia. Invité a mis alumnos para leerlo juntos. Se presentaron dos, pero desde hace seis meses nos vemos regularmente y leemos los textos de don Giussani sobre Leopardi. Formalmente no hay nada de CL en estos encuentros, pero la sustancia viene totalmente de la mirada sobre la vida que he aprendido. Recientemente, se ha unido al grupo una señora de 50 años (entre nosotros se inscribe a la universidad gente ya entrada en años) que, cuando se enteró de que venía aquí, me dijo: Si ves a Giussani dile que es mi héroe. ¡Usó la palabra hero!».
John me enseña una carta en la que el nuevo arzobispo de Sydney, John Pell, le da las gracias por el ejemplar de Traces que regularmente le envía: «Gracias por su dedicación a esta pequeña tarea».
Se está haciendo tarde, debemos despedirnos porque en el salón nos esperan otros dos testimonios. Dos historias totalmente opuestas: por un lado, el padre Bepi Berton, que ha aparecido varias veces en nuestra revista, y por otra, Chris Morgan. Uno misionero y ladrón de niños-soldado en Sierra Leona, y el otro socio de KPMG en Londres, una de las mayores consultoras del mundo; el primero, habituado a tratar con guerrilleros para rescatar a estos niños y restituirlos a sus familias; el segundo, acostumbrado a tratar con el mundo de los negocios. Dos existencias sumamente distintas. Pero el reto es el mismo: reconocer al Misterio en la vida cotidiana, tanto en la selva como en la ciudad.
Martes
Hay personas que contagian buen humor y paz sólo con mirarlas. Es el caso de Annamaria, originaria de Rímini, que está desde hace trece años en Nigeria. Ama tanto a ese país que incluso en Italia se viste con el típico traje de las africanas: largo hasta los pies, colores chillones, turbante en la cabeza. «Chiara, Olivetta y yo llegamos a Lagos, en Nigeria, en 1988, respondiendo a una invitación del Nuncio apostólico. Al comienzo, sólo conocía una palabra en inglés - y se ríe de forma contagiosa -: snake, serpiente, porque me aterrorizaban y no soportaba que existieran. Pero no ha habido barreras a nuestro ímpetu misionero, ni siquiera por el idioma. Las primeras escuelas de comunidad consistían en repetir pasajes de don Giussani en inglés aprendidos de memoria. Cuando nuestros amigos intervenían, como no entendía nada, si hablaban con tono interrogativo, respondía: No te preocupes, comprenderás poco a poco. Si hablaban con tono afirmativo decía: Muy bien, sigue así. A pesar de todo esto, de allí nació una compañía. Y no paramos: poco antes de venir aquí, un domingo por la mañana, Luisa, Martín, Francis, Jovita, Joy y yo quedamos en la iglesia de St. Dominique para vender Traces. Después de casi cuatro horas bajo el sol africano pregunto: Francis, ¿cuántas revistas has vendido? Solo una, pero ¡cuántos encuentros! He invitado a mucha gente a nuestra compañía, porque querían saber algo sobre nosotros. A Luisa, sospechosa de pertenecer a una secta y de querer difundir un periódico de captación, le han hecho recitar el Ave María para comprobar si era católica...».
Con nosotros se encuentra también Francis, que conoció a Annamaria, a Chiara y a Olivetta hace diez años: «Habían organizado un festival por Navidad - me cuenta Francis - con diapositivas acompañadas de frases. Yo acudí allí, y luego volví a una escuela de comunidad. Ponían ejemplos de la vida cotidiana y esto es muy raro en Nigeria. Además, había aprendido en el colegio que los blancos nunca te ayudarían en la vida y ahora, ¡fíjate!, estoy aquí». Francis me habla de su amigo Fidelis, muerto este año en enero (ver Huellas n. 4 - 2001). «En el funeral comprendimos lo distinta que es la cultura nigeriana de la mentalidad que hemos aprendido: las familias paterna y materna se encontrarían para aclarar la causa de su muerte. Para ellos, la muerte prematura, un accidente como en este caso, necesita de un culpable dentro de la familia para establecer un castigo. ¿Comprendes? Los nigerianos perciben al Misterio como enemigo; nosotros, en cambio, como amigo, y esto explica mejor la realidad».
Podríamos seguir hablando durante horas, «Pero quién sabe si próximamente se contará toda nuestra historia en Huellas». ¡Ok, eso está hecho!
Estos días son un sucederse continuo de relatos, de historias. Incluso los que llevan en el movimiento toda la vida no pueden dejar de verse afectados por el entusiasmo del que está en los inicios. Es el caso de Malou (diminutivo de Maria Lourdes), que viene de Quezon City, Manila. Conoció hace años a un sacerdote que se había trasladado desde Tailandia a Filipinas. Esta mujer, inusitadamente alta para ser una oriental, recibe todos los meses varios ejemplares de Traces. Uno se lo queda y los demás los deja encima de una mesa, en una sala que hay fuera de su oficina. «En la cultura filipina, la amistad se origina en torno a la comida - dice -, y por eso pongo junto a las revistas un plato con caramelos». De esta forma la inconsciente presa, mientras desenvuelve el caramelo de tamarindo, echa un vistazo a la revista. «En ese momento es posible proponer una amistad», dice Malou.
Al entrar en el salón para la asamblea con Cesana y Carrón resuenan las notas del concierto para piano y orquesta de Rachmaninov, y la sensación es exactamente la misma que en su genialidad Giussani ha escrito para el libreto del disco: «En Rachmaninov la música expresa al hombre en cuanto parte de un pueblo, pacificado en su pertenencia a una unidad que exalta, cumpliéndola, toda nota individual. El hombre busca más que cualquier otra cosa esta paz, conscientemente o no, en todos los movimientos inquietos de su corazón, hasta el último horizonte de la mirada».
La última cena. En la puerta del restaurante me encuentro con mis amigos irlandeses. «Cenemos juntos». Nos hacemos con una mesa redonda, de la que ocupamos solo la mitad. Esperemos a ver qué pasa. Después de algunos minutos, estamos al completo: se ha sumado un grupo de canadienses y un profesor de Perugia. Nos presentamos. Empezamos a charlar. «Creo», me dice Mauro, que vive y trabaja en Dublín, «que también en Canadá sería muy útil tener Piccole Tracce en inglés», señalando a John Zucchi, que está al otro lado de la mesa. «Todos los sábados en Montreal, donde él vive, algunos de la comunidad organizan cosas estupendas para los niños. E invitan también a los padres. Pero si tuvieran Piccole Tracce en inglés...».
Hace justo un mes, Mauro me contaba en Dublín la situación de Irlanda, donde la catequesis se delega en algunos profesores que a menudo ni siquiera conocen bien el objeto de su enseñanza. Su mujer y otras madres del movimiento se han organizado y han puesto en pie una especie de catecismo «recortando, pegando y traduciendo algunos artículos también de Piccole Tracce. Pero si existiese en inglés...».
Podemos considerarlo.
Nos dirigimos juntos al salón. Dos últimos testimonios: monseñor Twal, obispo de Túnez, nos habla sobre las escuelas católicas, frecuentadas por más de 6.000 niños musulmanes, y afirma que la pequeña comunidad cristiana es una presencia importante en la ciudad. Finalmente, Giancarlo Cesana ata todos los cabos del Meeting, que ha finalizado hace tan sólo unos días.
Miércoles
Los Laudes del miércoles parecen escritos a propósito para este grupo variado que se dispone a volver a su casa, en 70 países del mundo: «Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra» (Ez 36,24).
Carrón sintetiza el trabajo de estos días (ver Box).
Como diría Andrea, profesor de italiano en Taiwán, «tenemos un tesoro entre las manos». El cristianismo es una aventura fascinante para todos, nadie está excluido.